Si es cierto, como afirma repetidamente la derecha, que sólo cuando las reformas las hacen sus gobiernos producen conflictividad los sindicatos, entonces el votante de derechas debería apoyar al PSOE, y al PP el de izquierdas, para que en el primer caso el liberalismo económico se presente como un mal necesario contra el que no puede oponerse la fuerza de las siglas y, en el segundo, como una hidra de siete cabezas que sólo una huelga salvaje puede cortar y cauterizar a tiempo.
Otra cosa es que se quiera un cambio de caras y de nombres. Sin embargo, por lo que han dado a conocer los que ya tocan la victoria con sus dedos, también ellos premiarán a malos gestores con carisma y dejarán de lado a hombres grises que han sabido evitar la catástrofe económica en sus ciudades y regiones. Es el sino de la política en democracia: no valorar la política, sino la cara.
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