Seguro que los habéis visto. Son esos tipos menudos y escuálidos, que parecen consumirse, y que sin embargo tienen más energía que nadie. Cuando todo el mundo ha perdido sus fuerzas, ellos siguen adelante, contagiando su entusiasmo a los demás. Entonces lo comprendes: proyectan sus fuerzas al exterior. No viven para ellos, sino para quienes los rodean. Dan con generosidad lo que les falta.
Como auténticos vampiros inversos, extraen de sí mismos la vida y la arrojan sobre sus víctimas.
Quiero dar desde aquí las gracias a tantos y tantos vampiros inversos que pueblan las aulas, haciéndonos ganar fuerzas día a día. En especial a Juan Antonio, al que encontré ayer prácticamente consumido, a punto de expulsar de su cuerpo la última gota de inmortalidad para regalársela a algún alumno o compañero. Ojalá pudiera ser como vosotros.
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