Me encantan los artículos y programas de cocina, y más ahora que ya no son un "con las manos en la masa" donde se explica cómo cocinar alimentos para comer todos los días (¡por Dios!, ¿todavía hay alguien que cocine para su vida diaria?) sino una especie de festival de algo que no puede ser gula (aunque es cierto que para comerse tales platos hace falta no tener hambre) sino una especie de lujuria gastronómica.
Me encantan, digo, por esos momentos espectaculares en que indican que una exquisita receta llena de ingredientes exóticos sólo vale dos euros (seguro, pero, ¿quién va a conseguir que le vendan la cuarta parte de una carambola o cinco huevas de caviar?) y también por esos patinazos en los que a los cocineros que se las dan de sabelotodos se les ve el plumero de repente (no más que a mí mismo en otras ocasiones, eso es cierto).
La última fue el sábado, en «Vamos a cocinar... con José Andrés». Después de mostrarle a su invitado (un tal Tonino) un Rioja, y ensalzar las cualidades de la uva tempranillo con que estaba elaborado, y añadir que aquel Rioja en cuestión llevaba, además, otro tipo de uva (creo que se refería a la viura, pero quizá fuera otra) y comentar que tal uva era blanca, el invitado le pregunta:
—Y entonces, si lleva uva blanca y uva negra... ¿por qué el vino es tinto y no rosado?
A lo que José Andrés no supo contestar. Imagínense: ¡estudiar las cualidades que aporta cada tipo de uva, y no saber que el color tinto lo aportan los taninos del pellejo de la uva, indistintamente del color de ésta! Vamos, que me salió la vena riojanica, oiga. Pero, aunque me estuve partiendo la caja durante todo el programa, hay que reconocer que, en un país en que todavía hay muchos que piensan que el rosado y el clarete son mezclas de tinto y blanco, se les pueden disculpar a José Andrés y Tonino lapsus como éste.
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