Alexandr Soljenitsin, Un día de la vida de Iván Denísovich
Plaza & Janés, 1970
155 págs.
Un día en la vida de Iván Denísovich es, junto con Archipiélago Gulag, la obra más conocida de Soljenitsin (cuyo nombre es en ocasiones transcrito como Solzhenitsin: sospecho que suena Solyenitsin, pero esa transcripción no se suele ver por estos lares). De la segunda obra, que es un ensayo, había leído sólo la mitad, por razones editoriales (conseguí el primer tomo de una edición barata en dos tomos), pero lo suficiente como para reírme un rato: ¡Soljenitsin, catapultado a la fama por la propaganda americana, criticaba métodos de tortura que luego serían empleados (legalmente) por los americanos en Irak! Era para desternillarse. Por eso, cuando al hacer limpieza de libros apareció esta novela, decidí leerla.
Un día de la vida de Iván Denísovitch retrata la rutina de un campo de concentración allá por el año 51. Así lo indica el autor al final del libro:
Ha pasado un día, un día que nada ha venido a oscurecer, un día casi feliz.
De estos días, cuando termine su condena, habrá pasado tres mil seiscientos cincuenta y tres. Los tres de más, a causa de los años bisiestos...
¿No veis algo raro en este final? Parece que el autor no sabe cómo terminar una novela, y lo resuelve recurriendo a la moraleja. Finales como éste están periclitados desde la novela de tesis de la década de 1870 (cuyas convenciones, por otra parte sigue constantemente el autor: narrador omnisciente, intromisiones constantes del narrador... ¡parece que estemos leyendo Doña Perfecta, de Galdós!).
Por otro lado, de la afirmación que cierra la obra se ha de deducir que, si el día que se relata es un día de rutina, el sano prisionero que nunca va a la enfermería se pasará cosa de tres mil mañanas yendo a la enfermería; el prisionero mal alimentado obtendrá ración doble ¡en comida y cena! todos los días; el fumador enganchado al tabaco, que fuma de prestado, comprará todos los días dos vasos de buen tabaco negro.
Y es que no se puede construir una novela de tesis a partir de las fatigas que se toma un prisionero para, por un día, obtener placeres que son cotidianos en el mundo exterior, (recurso utilizado a menudo en novelas y cine bélico y carcelario) para luego hacer una afirmación que implica que los obtendrá cada jornada. En el final del libro, el autor revienta toda la atmósfera que había conseguido en pasajes como este:
—Ya es mediodía —afirma Shújov—. El Sol está en lo más alto.
—Si
está en lo más alto —tercia el capitán—, no es mediodía; es la una.
—¿Por
qué? —pregunta Shújov, estupefacto—. Todos los viejos dicen que, cuando el Sol
está en lo más alto, es la hora de comer.
—Tal vez lo digan los viejos
—replica el capitán—. Pero, más recientemente, se publicó un decreto, y cuando
el Sol está en lo más alto es la una.
—Un decreto ¿de quién?
—Del
Gobierno soviético.
El capitán se aleja con sus angarillas, y, por otra
parte, Shújov no tiene ganas de discutir. Pero ¿es posible que hasta el mismo
Sol se someta a sus decretos?
De todos modos, damos al autor el beneficio de la duda, ya que hemos leído la obra en una de esas traducciones indirectas que tanto proliferaron en la edición española hasta las últimas décadas del siglo XX: podría ser que la censura, combinada con el traductor, hubiesen desfigurado la obra. Los artificios narrativos, en todo caso, están a años luz de los que utilizan otros autores criados en el bloque del Este.
No estoy de acuerdo con el comentario que ha hecho respecto al final del libro. Cuando el autor nos dice "De estos días, cuando termine su condena, habrá pasado tres mil seiscientos cincuenta y tres. Los tres de más, a causa de los años bisiestos..." no se está refiriendo a que se sucedan en su vida una especie de días clónicos. Shujov todos los días se levantará a las 5 de la mañana, irá a trabajar, luchará por su ración de comida, y recogerá todo aquello q encuentre y le pueda ser útil, ayudará a quien pueda y pedirá ayuda a quien necesite. Salvando los pequeños detalles, sus días serán iguales. Incluso la comida es invariable, el mismo menú todo el otoño y el invierno....
ResponderEliminarEl prisionero no tiene libertad para decidir casi ninguno de sus actos. Anda cuando se le ordena, para cuando se le ordena, calla, habla, come, descansa, trabaja cuando se le ordena. Esto incrementa la sensación de monotonía en la vida de Ivan Denisovich y es a esto a lo que pienso que se refiere el autor.
No sé por qué escribí lo que escribí, pero, a día de hoy, estoy de acuerdo con tus palabras.
ResponderEliminarA mi me da especial sentimento su muerte porque mi padre se inspiro en su libro para darme mi nombre.
ResponderEliminarCreo al final de todo terminare de leerlo; ya que recien lei que habia fallecido.
Slds
JimAlexandr
Empezar Porque SI
Leí este libro en los primeros años de universidad, allá por los 70. Encontré una pésima traducción que sin embargo leí de un tirón. Me imprsiona la capacidad de superar sufrimientos, la inteligencia para sobrepasar la línea de la tiranía, venga de donde venga. Por entonces conocí a estudiantes puertorriqueños que venían a universidades españolas para librarse de ir al Vietnám. Allí también sucedían masacres y torturas y holocaustos(Laos)
ResponderEliminarPienso que deberíamos ser capaces de ver las cosas con la mayor sinceridad posible. Soljenitsin escribe lo que ve y lo que vive. No puede escribir con objetividad absoluta sometiendo a crítica toda la realidad.
Cuando CONOCIÓ norteamérica y la sociedad occidental europea criticó sin suavizar los discursos. No cedió a lo políticamente correcto. Por eso quizás pidió ser enterrado en un cementerio cristiano del siglo XVI, sin miramientos hacia el origen social de los que allí convivían en la muerte.
Desgraciadamente hay muchos Irak, muchos sudáfricas, muchos espaldas mojadas, tantos perseguidos, torturados, tantos niños hambrientos en la calle, tantas mujeres emigrantes que han tenido que dejar a sus niños con la abuela, abandonada por su marido.
Tanta miseria rodeada de opulencia.
Tal vez tu seas capaz; yo no puedo hacer un juicio universal. Puedo escribir que en todo eso hay siempre hombres o mujeres que prefieren su parte a costa de los demás y que si es necesario hacen daño, mienten, matan, torturan, roban, venden la vida de los otros. O desprecian. O enchufan aparatos para no saber que Eugenia Ginsburg y otros, arriesgando la vida, escribian samisdat contando la inhumana realidad de otros millones de personas.
Lurdesmonsoto
Lourdes:
ResponderEliminarNo sé qué te ha llevado a deducir que yo pretendía hacer un juicio universal. Probablemente, me expresé mal.
Es cierto que últimamente he puesto en este blog varias entradas críticas con el estalinismo (por ejemplo, esta y que quizás me he callado otras lecturas similares pero de signo contrario (la novela La noche sin riberas, de Angel María de Lera, sobre las cárceles franquistas hacia 1940; el cómic Maus, de Spiegelman, sobre las persecuciones nazis en Polonia).
El horror es el horror, venga de donde venga. Y es cierto que los "blancos" o "azules" han usado, en diversos lugares del mundo, y hasta el día de hoy, los mismos métodos que los rojos. Como muestra, el hecho de que la tortura que más horrorizaba a Solzhenitzin, la "desorientación espaciotemporal", es uno de los métodos autorizados en norteamérica.