"Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante"—Jaime Gil de Biedma, Palabras póstumas 1968.
Los miembros más jóvenes del "baby boom" ya rozamos (en mi caso, superamos) los cincuenta años, y eso supone la llegada a las puertas de la jubilación, antesala de la vejez y la muerte, de una generación que tuvo como una de sus principales señas de identidad el culto absoluto a la juventud. No es la primera vez que sucede, diréis. Evidentemente.
Ya hubo un culto absoluto a la juventud en la época de las vanguardias y los fascistas, en que vivieron su juventud mis abuelos (aquel aprendiz de maestro republicano que paseaba por el Madrid de preguerra, ¿sería futurista?). También lo hubo en los sesenta, en que vivieron la suya mis padres. Pero padres y abuelos supieron madurar, mientras que muchos miembros de mi generación parecemos no haberlo hecho: vestimos camiseta y vaqueros, tenemos un miedo absoluto a quedarnos atrás en la tecnología (el famoso FOMO) y, sobre todo, ayudados por la generación anterior, hemos ido inventando términos que atribuyen cualidades positivas a las generaciones siguientes (de ahí los "nativos digitales"), aunque luego, cuando alguna de esas generaciones creció, acabásemos diciendo que era "de cristal" porque no le gustaba el mundo que le habíamos legado.
La culpa, claro, siempre es de los padres. Fue su generación, quizá, la primera que quiso seguir siendo joven a través de sus hijos, aniquilando con el fin de la dictadura la autoridad del anciano (aunque no en todos los casos), imponiendo en España el tú que sustituyó al usted, soñando regalar a los hijos el futuro que ellos no habían tenido. La publicidad vio un nicho de negocio en dirigirse a los menores de 18 y, ahora que en algunos países los ancianos comienzan a ser más numerosos que los niños, no sabe cambiar el mensaje, quizá porque los estudios se realizan en Estados Unidos, una nación donde la gente sigue casándose joven y teniendo niños, aunque menos que antes, según acabo de ver en la pirámide de población.
¿Cómo enfrentarnos a la definitiva madurez? ¿Cómo enfrentarme a ella? Hace unos años que me di cuenta de que bailar house empezaba a ser inapropiado, dada mi decrépita edad, pero sigo teniendo muchos comportamientos juveniles, infantiles o, más bien, de viejo que quiere recuperar su juventud perdida, como añorar aquel ordenador hoy obsoleto que usaba a los catorce años, o aquel otro también obsoleto que manejaba a los veinte; hacer jueguecitos o distraerme con jueguecitos banales; comportarme como un auténtico "cuñao" yo, que creía haber atenuado la sabihondez de mi adolescencia con la dosis de realidad y empatía que aportan los años.
No volveré a ser joven, y aquí estoy, escribiendo en el mismo blog que comencé a escribir hará veintitantos años, cuando, apenas rebasados los treinta, todavía tenía la esperanza de seguir siéndolo. Disfruten de su juventud, si aún la retienen. Y, si no, no la añoren: mándenla al carajo, y vivan el presente con alegría.
1 comentario:
Hola, no te conozco y he llegado de casualidad por tu perfil de Github buscando códigos de ejemplo.
Aunque todavía no llegué a los 50, ya pasé la barrera de los 40, y llevo tiempo anhelando esa juventud que nunca se fue y a la vez la que ya no está. Todavía me quedan cosas por hacer pero cada vez hay menos tiempo y sentido hacerlas según a qué edad. La vida no es un asco pero molesta hacerse mayor. Es de hecho un asco no haber tomado aquella decisión pero soy feliz de haber tomado la otra.
Simplemente, un abrazo desde el rincón del FOMO, en mi corazón siempre tendré 33 años.
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