Páginas especiales

martes, 21 de julio de 2020

El cuento del martes: ¿Fosco?

Cuando yo era pequeño, había muy pocos géneros. Borges era fantástico, como lo era El señor de los anillos, aunque no hubiera relación entre ambos. Ahora, merced a la necesidad de compartimentar los gustos de los lectores, cada género popular se multiplica en decenas de subgéneros. 

Gracias a una convocatoria he descubierto que existe el género fosco. Ellos lo definen como "ambiente y elementos del género de terror sin terror". Parece que se refieren a una ambientación gótica (aunque esa ambientación tampoco requiere terror: véanse Batman o El Cuervo). Pero no me queda claro. Así que aquí va un intento.




La noche había caído hacía un par de horas. Los focos en la estatua del Santo creaban una extraña sombra en la ermita, bajo la cual nos refugiábamos de miradas indiscretas. Sentados en los huecos que a tientas habíamos detectado entre cardos, espinos, piedras afiladas y bostas de vaca removíamos el caldero en que habíamos vertido la vieja receta de vino barato, limonada y azúcar heredada de nuestros hermanos mayores. A falta de melocotón, el viento se había encargado de espolvorear mosquitos que aderezasen aquel mejunje que consumíamos con fruición insana.

En la penumbra de aquel yermo, algunas manos cobraban vida propia. Los ojos se dejaban llevar por las alucinaciones y los oídos, atentos a los extraños sonidos que las aves nocturnas y las ratas producen en su juego de vida y muerte, estaban prestos a escuchar una buena historia.

Ya nos habían contado las andanzas del Profeta al otro lado del océano; ya habíamos sabido de los viajes de los Druidas en su afán recolector de misteriosas hierbas que hacían soñar extraños sueños; no tenía a mano el Bardo su guitarra para recordarnos su viejo repertorio. El hastío, ese terrible fantasma del que nacen el horror del esplín y el demonio de la travesura, estaba comenzando a hacer mella en nosotros. Fue por eso por lo que, recordando tiempos mejores, propuse contar una historia de miedo.

—Recordáis mi colegio, ¿verdad? Allá, junto a los muros de adobe horadados por las balas de los fusilamientos, se alza un edificio neomudéjar con dos altas torres. Para entrar al edificio desde el patio hay que subir una escalinata en cuya cima se apostan los profesores a vigilar alumnos díscolos. Pues un profundo semisótano se extiende bajo la escuela. Allí el oscuro pasillo por el que se accede al comedor y al gimnasio, salpicado de anacrónicos objetos —un podio que nunca se ha empleado, sillas desvencijadas, objetos de laboratorio...— y recorrido por las tuberías de la calefacción. El olor a desinfectante se mezcla con el tufillo del repollo y las judías verdes, que el hambre hace apetecibles. Mientras esperamos, alguien habla sobre el fantasma de la enfermera que murió allí durante la guerra, cuando aquello era un hospital.

»Ortiz y Manada ríen, pero entonces Navarro propone hurtar un vaso del comedor y llevarlo a la capilla. Allí, donde nadie nos buscará, podremos preparar nuestra ouija. Saben que yo siempre llevo un bolígrafo encima, y cuentan con él para dibujar el alfabeto sobre la tarima.

La sesión se programa para comenzar inmediatamente después del postre. Cuando llegamos a la capilla, Ortiz saca de su jersey el vaso de la comida; yo hago entrega del bolígrafo a Navarro, pero ella me pide que dibuje yo el alfabeto. Me niego; tengo mala letra; los otros tres insisten. Acepto a regañadientes. Pero mi mano, de alguna manera, se niega a obedecer la intención y las letras acaban formando extraños y laberínticos caminos que se entrecruzan. Algunos caracteres se repiten. Otros son vecinos de símbolos nunca vistos ni pronunciados por boca humana. Estoy como en trance. Pero mis amigos parecen contentos con el resultado. Colocan el vaso. Posamos los dedos encima. El cristal comienza a vibrar y se dirige rápidamente hasta un símbolo con forma espiral. Al principio creo que es una broma de Ortiz, pero entonces el vaso empuja hacia arriba nuestros dedos. Hay que desembocar. Ninguno tiene muy claro cómo hacerlo. Manada, venciendo su habitual timidez, se ofrece a tapar el vaso, llevarlo al lavabo y vaciarlo allá de lo que sea que esté dentro. Pero entonces vemos la pila de agua bendita en la puerta de la capilla. Ninguno de nosotros se pregunta qué hace llena de agua, diez años después de que el último cura dejase el colegio. Manada cubre con su manaza el vaso hasta llegar a la pileta; entonces, hunde el vaso en el agua bendita, retira su mano y lo inclina para que entre el agua bendita dentro. El vaso comienza a vibrar. Manada sale corriendo, a tiempo de evitar el estallido del vaso. Afortunadamente, a esa hora los profesores están vigilando el patio y el conserje echando una mano con la limpieza, así que nadie ha oído el estruendo. Usamos las cortinas para recoger los cristales sin cortarnos y los escondemos en una bola de folios, para tirarlos en las papeleras del baño. Pero nos olvidamos de tapar el alfabeto de la tarima. Menos mal que nadie entraba en aquella capilla, que al año siguiente fue reformada para construir un salón de actos.

Alrededor del caldero, el aquelarre discutió las bondades de aquella historia. A la Guerrera le parecía una patraña; el Profeta consideraba que la tensión producida por el hecho sobrenatural se diluía ante las consideraciones de tipo disciplinario. La Viajera propuso contar otra historia diferente, pero el frío de la noche estaba calando ya nuestros huesos y el brebaje se estaba terminando. Así que recogimos los vasos, la botella vacía y los cartones de vino y descendimos tambaleantes el sendero, discutiendo si refugiarnos en la Última Taberna o huir prudentemente hacia nuestros catres. 

jueves, 9 de julio de 2020

Pixma TR4500 vs MX535

En ejecución de la garantía extendida de mi vieja Canon MX535 he recibido una Pixma TR4500. Creo que hoy es el primer día que he intentado imprimir con ella algo más largo que un par de páginas, así que aprovecharé la ocasión para hacer una pequeña comparativa.

Sistemas operativos soportados:
Uno de los grandes problemas que supuso la sustitución de mi vieja impresora es que yo todavía realizo algunas tareas en un viejo ordenador con windows XP aislado de la red. Esta impresora ya no acepta windows XP ni Vista. Sin embargo, acepta Linux, aunque no he comprobado que efectivamente funcione. Otras impresoras anteriores, que supuestamente soportaban linux, nunca las conseguí usar desde ese sistema operativo, ya fuera mediante IP o cable.
Entradas:
La impresora acepta conexión USB a un ordenador y también conexión WiFi. Aparentemente, no pueden coexistir ambas (algo que ya me ha sucedido en otras impresoras). La conexión WiFi es más fácil de configurar que en otras impresoras, ya que los datos de conexión se envían por una WiFi punto a punto entre el ordenador y la impresora. Esta WiFi punto a punto también sirve para imprimir desde un móvil sin revelar la contraseña de la red doméstica. En cambio, se echa en falta la conexión para lectura de memorias USB o tarjetas SD. Es cierto que últimamente la lectura de pinchos USB era cada vez más básica y a veces se limitaba a PDF o JPG, pero puede salvarnos la vida si a las siete de la mañana, cuando salimos corriendo al trabajo y recordamos que no hemos impreso un examen, el móvil está sin batería y al ordenador le ha dado por actualizarse.
Velocidad de impresión:
Imprimiendo a doble cara uno de esos PDF que se escanean como imagen, la impresora es terriblemente lenta. 12 páginas en 52 minutos, que viene a ser 0,23 páginas por minuto o 1 página cada 4 minutos y 20 segundos.
Textos posteriores, en modo texto y a dos páginas por hoja, me los ha impreso a una velocidad más aceptable. Como en medio he ido de compras, no sabría decir exactamente la velocidad media. Eso sí, en uno de los trabajos la impresora ha cancelado silenciosamente el trabajo en la página 6 y ha vuelto a comenzarlo desde el principio.
Escaneado:
No se ofrece el escaneado a doble cara manual, pero podemos acceder a una opción parecida si accedemos a la IJ Scan Utility y desde ahí al editor de PDF, donde podemos escanear la primera cara automáticamente y después recolocar las páginas del escaneado de la otra cara. Ese editor de PDF también incorpora la opción de reconocer texto (eso sí, como viene sucediendo con casi todos los OCR desde hace veinte años, se nos priva de la opción de corregir los errores de OCR).
Tinta:
Me ha dado la primera advertencia después de impresas unas 140 páginas (70 folios a doble cara de artículos de la UNED, más unas 20 de dos contratos que imprimí hace varias semanas, más las páginas de alineación, registro en google y configuración de red). Sigue imprimiendo bien 46 páginas (26 x­­ 2 caras) después.

De momento, esto es lo que he podido ver sobre las características de mi impresora. Espero que no se me atasque como se atascaba la otra, porque creo que el sistema de desatasco sigue siendo levantar físicamente la impresora (algo que las personas de más edad o con problemas físicos no pueden hacer, y tampoco aquellos que hayan colocado la impresora dentro de un mueble). Hay que destacar que, como medida de seguridad para evitar atascos, esta impresora utiliza un "casete" de papel, es decir, aunque la bandeja de papel no está cerrada como en una impresora láser, sin embargo hay que operar como en una de ellas, extrayendo la bandeja antes de rellenarla de papel.

sábado, 4 de julio de 2020

Alicia PÉREZ GIL: Ojos verdes

PÉREZ GIL, Alicia: Ojos verdes. Cádiz, Cazador, 2019. 180 págs., 15cm
Precio:
5 euros
ISBN:
978-84-17646-23-3
Descriptores:
Fantasía oscura - Terror en lo cotidiano - Relaciones laborales - Pasiones turbulentas - Personajes LGTBIQA+
Rebeca llevaba una vida feliz hasta que esos desalmados del sindicato la demandaron. Se siente traicionada por sus jefes, que no han querido dar la cara y admitir que ella solo cumplía sus instrucciones. Se descubre insatisfecha con su relación, construida sobre la seguridad y el confort. Y entonces irrumpen en su vida tres brujas que alterarán su vida. Ella no cree en esas cosas. Pero hay algo que la atrae magnéticamente a ese consultorio espiritual.
El prólogo de Itzíar Mínguez Arnáiz presenta esta novelette como una «copla de terror futurista». Yo diría que es una actualización de la Canción de Navidad de Dickens que quita lo que le sobra y añade el principal elemento realista que falta: la pasión sexual, la atracción fatídica que rompe matrimonios. Es cierto que este libro es copla, como Canción de Navidad es villancico. Y si en los cuentos de navidad británicos del XIX eran abundantes los espíritus, la copla pide embrujos que arrastren el corazón y despierten los deseos más oscuros. 
Ojos verdes se construye sobre una tríada, como la novela corta de Dickens y tantas obras de la tradición popular. Pero no es exactamente el presente, el pasado y el futuro lo que se le presenta a la protagonista, sino el yo y el ellos (entiéndase: no un ego/id freudiano, sino más bien una dupla autoestima/«otroestima»). A traves de ello descubrimos que nosotros no construimos el egoísmo adulto a partir de la nada, como hizo Scrooge, sino que poco a poco le vamos dando forma, hasta que se adapta a nuestro cuerpo como un traje a medida.
En ese sentido, la profundización en la protagonista está muy lograda, aunque sea a costa de lanzar por ahí cuatro o cinco personajes terciarios (los del pasado) que son meros tipos, figuras creadas desde el propio prejuicio de Rebeca.
El otro gran acierto es la renuncia al final feliz. Porque la autora sabe que, blancos, negros o grises, preferimos ser nosotros mismos.