Mientras nuestro presidente negociaba con las comunidades autónomas un recorte en el gasto sanitario, allende los mares se tomaba el camino contrario: ofrecer a los ciudadanos estadounidenses el disfrute efectivo del derecho 25 de la Declaración Universal suscrita por un organismo que, curiosamente, tiene su sede en Nueva York. Y es que sorprende una mentalidad tan cerrada que, del mismo modo que premia al empresario exitoso por su esfuerzo (del que, evidentemente, "tiene la culpa"), culpabiliza sin embargo al enfermo de su propia enfermedad, incluso en los casos en que ésta se debe a causas evidentemente ambientales y ajenas a los propios enfermos (el caso de los héroes del 11-S, con el cuerpo intoxicado por las dioxinas, es estremecedor). Tanto que ha sido necesario reducir el plan del presidente Obama a un seguro privado obligatorio parecido al de los automovilistas, algo que en Europa nos parecería una concesión impensable al liberalismo, y que, sin embargo, allá huele a marxismo.
Esperemos que con el incremento de los clientes de seguros, el astronómico precio de éstos se vea reducido. Esperemos también que éstos paguen cada vez una mayor cuota del precio de hospitalización (que el seguro privado pague el hospital y un extra para gastos, como aquí, supongo que les sonará a chino). Y esperemos que el americano medio comprenda, por fin, que a veces ser solidario no es una concesión sino un buen negocio: incluso una inversión.
"No somos una nación que haga lo fácil: somos una nación que se enfrenta a lo difícil"
Bravo, Obama. Muchos ciudadanos no lo saben todavía, pero te lo agradecerán en el futuro.
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