En el peristilo se intersectan las sombras de la columnata. El sol chorrea contra los ojos ciegos de las Cariátides, que fijan su mirada en el horizonte. El aire tibio va cargado de aroma a mirto. La marmórea pupila refleja los últimos rayos del atardecer: el cuello de piedra no volverá el rostro. En el interior del templo, rumores sordos y sibilantes. Los rostros lacónicos no parecen prestar atención. Ningún ladrón entrará en el recinto. A lo lejos, crascitan aves de mal agüero. Un gorgoteo rojo fluye desde el sanctasanctórum. Por la espalda de la Cariátide, gotea un sudor frío.
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