Es difícil.
Te mira con sus ojos
de cordero degollado,
trata de engatusarte
con sus súplicas,
dice entre llantos
que él no merece tal pena.
Entonces tú desatas
sus manos engrilladas
y, mirando a otro lado
le dices «marcha»;
pues sabes que no puedes
—tendrás que buscar otro—:
hay demasiados lobos
con piel de cordero,
y no son aptos para el sacrificio.
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