Comenzó un día lluvioso. Hasta entonces, no había prestado gran atención a la pantalla parpadeante que había en su cuarto. Era simplemente el vehículo que utilizaba para pedir que le suministrasen comida. Había sido así desde que nació, y hasta aquel momento le pareció que así sería para siempre.
Pero aquel día no podía salir a jugar en el parque. Sentía una gran frustración por ello. No había nada que más le gustara que subir a los árboles y corretear por el campo. Y la lluvia disminuiría el placer que tales acciones le causaban. Así que decidió quedarse en su habitación hasta que dejara de llover. Quizá podía aprovechar y comer algo fuera de horas.
Aquella vez había desaparecido el pastel de fresas. No había ningún pastel en la pantalla. Vaya contrariedad: era su plato favorito. Pero estaba acostumbrado a tales caprichos, y decidió probar algún plato nuevo.
Había uno muy extraño que tenía una forma que no podía identificar. Era más o menos triangular, y llevaba una semana apareciendo en la esquina superior izquierda de la pantalla. Hasta el momento no le había hecho caso: una buena ensalada y un pastel de fresa eran una comida suficientemente sabrosa. Sin embargo, dado que no había pastel, decidió arriesgarse con aquello.
Cuando pulsó el dibujo, observó desaparecía sin que se escucharan las campanillas y los cascabeles, sonidos habituales que anunciaban la inminente llegada de comida. Sólo sonó un sonido parecido al comienzo de un aullido, pero monótono. Lo imitó con un grito, y vio que podía hacerlo de forma bastante correcta. Así que decidió esperar a que el dibujo volviera a aparecer, y pulsarlo de nuevo. Era un nuevo juego bastante interesante, y todavía le pareció mejor cuando comenzaron a aparecer variantes del dibujo, cada una con un nuevo sonido que lo identificaba. A veces los dibujos se encadenaban, y él trataba de repetir la secuencia. Finalmente, los dibujos se volvieron mudos; pero él seguía repitiendo los sonidos como si hubieran estado allí.
Desde entonces, nuestro mono sabe leer.
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