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martes, 17 de diciembre de 2024

Regalos

El otro día, en el programa de los ancianos que ponen en Radio Nacional los domingos a las siete de la mañana, una mujer decía que a ella, de pequeña, los reyes le traían como mucho «unos caramelos». Algo es algo: recordemos que Miguel Hernández hablaba de «mis abarcas vacías / mis abarcas desiertas».

Yo tuve una niñez regalada, en una familia burguesa que, sin embargo, hacía sus economías. Mi padre siempre fue muy aficionado al Rastro y a los anticuarios y recuerdo juguetes muy simples que me hicieron muy feliz: unos alfanjes de plástico comprados en un puesto de chucherías del Rastro (creo que en Tirso de Molina) con los que mi hermano y yo jugamos mucho hasta romperlos completamente; un "avión cohete" salido de un sobre sorpresa o de un puesto de chuches (que supongo que tendría la misma calidad que el autobús amarillo de máquina de bolas que es uno de los juguetes preferidos del pequeño Q); mi primer lego (un jefe de bomberos que me trajeron mis tíos al volver de su estancia en el MIT, aunque he de reconocer que me hicieron más ilusión el libro de colorear por números y las ceras que lo acompañaban); las pistolitas de pistones (jugábamos con ellas a los 6 años, supongo que ahora estaría prohibidísimo); los sobres sorpresa de monta-man de monta-plex... Y, claro, estando entre los menores de veintitantos nietos, también caían juguetes heredados.

Uno de mis juguetes favoritos había sido el tren eléctrico y el meccano, ambos, claro, por influencia de mi padre, quien sin duda había deseado esos juguetes cuando él mismo fue pequeño, y que los iba comprando cuando los veía en el rastro. Pero en realidad, hasta que tuvimos 7 u 8 años era él quien jugaba con ellos, y nosotros solo le "ayudábamos". El meccano siguió siendo mi juguete preferido hasta que los ordenadores lo fueron desplazando, y recuerdo con dolor cómo nunca me devolvieron un coche hecho con una máquina de reloj Morez y un número enorme de piezas de Trix, una imitación de meccano que es hoy cosa de coleccionistas.

Además de los meccanos, otro juguete que me vino de tiendas de anticuarios fueron pistolitas varias. En la época no estaba mal visto regalar juguetes bélicos (los niños mirábamos con extrañeza a los adultos que en la mañana del 5 de enero se manifestaban contra ellos), y gracias a los anticuarios descubrí juguetes ingeniosísimos, como unas escopetas de madera cuyo gatillo era una carraca para que sonase un "disparo" sin necesidad de pistones. También tuvimos un escopetón enorme de pistones que "daba el pego" de ser una escopeta de verdad, con su cerrojo y todo. No sé dónde acabaría tras las sucesivas mudanzas de mis padres.

Pensándolo bien, tuve muchos juguetes, pero no me lo parecía porque otros padres burgueses a mi alrededor tenían niños con más juguetes aún. O quizá es que tenían menos variedad, porque, claro, recuerdo legos mucho más completos, o colecciones de clicks mucho más numerosas, pero nosotros distribuíamos, teníamos algunos legos, algunos clicks (que al final de mi infancia llenaban una caja de 50x50x50), recortables, muñecas de mi hermana...

Mis sobrinos mayores (diré S y H, por ejemplo) han tenido muchos juguetes, pero no los han apreciado, ya que pronto han sido capturados por las tablet. Intentamos mucho que H jugase con legos o con cualquier otra cosa que le obligase a usar las manos, pero al final siempre fue su padre quien le montaba todo. Y, con Q, aunque estamos intentando que no sea un "consentido", sin embargo estamos dándole muchos juguetes, aunque sean casi todos de mercadillo.

Existen en Madrid muchos lugares donde comprar juguetes baratos de segunda mano. En primer lugar, las aplicaciones Wallapop y Vinted. Respecto de mercadillos, solía haber gran variedad de juguetes en el Betel de calle Pilarica (Usera), aunque muy desordenados, y en el de la calle Delicias (también muy desordenados). La madre de Q suele acudir a Ningún Niño sin Sonrisa, una asociación que hace mercadillos mensuales en el barrio de Salamanca (y donde los juguetes suelen estar en un estado de conservación excepcional), y en navidades recorre, experta, los diversos mercadillos de segunda mano (como el del Hospital San Juan de Dios) y de caridad (como el de Aladina).

A veces, cuando compra un juguete realmente bonito y realmente barato le digo (pensando en las abarcas de Miguel Hernández) que debería haberlo dejado para alguien que realmente lo necesitara. Pero ella cree que en Madrid, los pobres no compran juguetes de segunda mano. Solo los burgueses venidos a menos, lo que descendemos de clase media y apenas llegamos a fin de mes, nos rebajamos a hacerlo.

¿Qué pensáis vosotros? 


miércoles, 13 de noviembre de 2024

Cuatro textos y un esbozo escritos durante el examen final (aproximadamente 8 de junio 2024).

1- [Se siente un siseo...]

Se siente un siseo. Te sacudes, estremecido. En la cocina el gas se escapa. Cierras la llave, abres la ventana.

Es un peligro ese quemador que se apaga antes de cerrarse del todo. Esta vez fuiste capaz de escucharlo desde la habitación (al otro extremo de un largo pasillo), pero ¿tendrás siempre tan buen oído?

2- [Cada vez son más los que mueren....]

Cada vez son más los que mueren. Tratas de olvidar tu propia fragilidad mirando al pequeño que corretea, pero eso solo despierta en ti recuerdos de otro pequeño que corretea, pero eso solo despierta en ti recuerdos de otro pequeño, años atrás, que eras tú mismo, y una sensación mezclada de nostalgia y miedo. Porque realmente no es tu propia muerte la que te asusta, sino la de quienes tienes alrededor y ¡se exponen a tantos peligros los niños! Y así, triplemente asustado (por ti mismo, por los que son mayores que tú y por la generación que viene), continúas la partida. Aún podemos aguantar otra mano.

3- Un palmo de narices

La factura no tenía ni pies ni cabeza. Y encima, costaba un ojo de la cara. Estaba hasta las narices de que le tomaran el pelo. Aquella gente, que tenía más cara que espalda, se le había subido a las barbas. Estaba en su mano plantarles cara, enseñar los dientes y dejarles con un palmo de narices.

[[Borrador 1 del anterior:] Estaba hasta las narices de que le tomaran el pelo. Es que les dabas la mano y te tomaban el brazo. Se le habían subido a la barba.]

[[Borrador 2 del anterior:] Estaba hasta las narices de que le tomaran el pelo. Aquella gente, que tenía más cara que espalda, se le había subido a las barbas. Estaba en su mano plantar cara y dejarles con un palmo de narices.]

4- [Marta ya no está]

De vez en cuando pienso en gente y de repente me doy cuenta de que ya no están, que no volverán nunca. Como el otro día, que pensé en quedar con Jorge y me dije, vamos a avisar también a Marta y luego recordé a que marta la habíamos visitado en el cementerio a principios de primavera. De vez en cuando pienso en gente y me preocupa que puedan irse tan silenciosamente como Marta, sin que apenas confiesen que están gravemente enfermos.

5- [Esbozo de un inicio]

Cuando era pequeño tenía una tía moderna que trabajaba y conducía y nos llevaba a preescolar en su coche.

sábado, 9 de noviembre de 2024

No volveré a ser joven (reflexiones de un boomer)

"Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante"

—Jaime Gil de Biedma, Palabras póstumas 1968.

Los miembros más jóvenes del "baby boom" ya rozamos (en mi caso, superamos) los cincuenta años, y eso supone la llegada a las puertas de la jubilación, antesala de la vejez y la muerte, de una generación que tuvo como una de sus principales señas de identidad el culto absoluto a la juventud. No es la primera vez que sucede, diréis. Evidentemente.

Ya hubo un culto absoluto a la juventud en la época de las vanguardias y los fascistas, en que vivieron su juventud mis abuelos (aquel aprendiz de maestro republicano que paseaba por el Madrid de preguerra, ¿sería futurista?). También lo hubo en los sesenta, en que vivieron la suya mis padres. Pero padres y abuelos supieron madurar, mientras que muchos miembros de mi generación parecemos no haberlo hecho: vestimos camiseta y vaqueros, tenemos un miedo absoluto a quedarnos atrás en la tecnología (el famoso FOMO) y, sobre todo, ayudados por la generación anterior, hemos ido inventando términos que atribuyen cualidades positivas a las generaciones siguientes (de ahí los "nativos digitales"), aunque luego, cuando alguna de esas generaciones creció, acabásemos diciendo que era "de cristal" porque no le gustaba el mundo que le habíamos legado.

La culpa, claro, siempre es de los padres. Fue su generación, quizá, la primera que quiso seguir siendo joven a través de sus hijos, aniquilando con el fin de la dictadura la autoridad del anciano (aunque no en todos los casos), imponiendo en España el que sustituyó al usted, soñando regalar a los hijos el futuro que ellos no habían tenido. La publicidad vio un nicho de negocio en dirigirse a los menores de 18 y, ahora que en algunos países los ancianos comienzan a ser más numerosos que los niños, no sabe cambiar el mensaje, quizá porque los estudios se realizan en Estados Unidos, una nación donde la gente sigue casándose joven y teniendo niños, aunque menos que antes, según acabo de ver en la pirámide de población.

¿Cómo enfrentarnos a la definitiva madurez? ¿Cómo enfrentarme a ella? Hace unos años que me di cuenta de que bailar house empezaba a ser inapropiado, dada mi decrépita edad, pero sigo teniendo muchos comportamientos juveniles, infantiles o, más bien, de viejo que quiere recuperar su juventud perdida, como añorar aquel ordenador hoy obsoleto que usaba a los catorce años, o aquel otro también obsoleto que manejaba a los veinte; hacer jueguecitos o distraerme con jueguecitos banales; comportarme como un auténtico "cuñao" yo, que creía haber atenuado la sabihondez de mi adolescencia con la dosis de realidad y empatía que aportan los años.

No volveré a ser joven, y aquí estoy, escribiendo en el mismo blog que comencé a escribir hará veintitantos años, cuando, apenas rebasados los treinta, todavía tenía la esperanza de seguir siéndolo. Disfruten de su juventud, si aún la retienen. Y, si no, no la añoren: mándenla al carajo, y vivan el presente con alegría.

sábado, 19 de octubre de 2024

Carne de cañón

Es un recuerdo
de mi anterior trabajo:
una conversación
en la cafetería.
No recuerdo el nombre
de la profe de historia
que nos hablaba
de sus años en Cuba.
No parecía mayor,
pero había tenido
hijos con edad
de luchar en Angola.
Madres cubanas
de vidas rotas
en aventuras internacionales.
Hoy vuelve el recuerdo
escuchando otra historia:
pioneros coreanos
alistándose prestos
para sostener
a Rusia en Ucrania
¡Madres norcoreanas,
supervivientes del hambre,
las gentes del mundo
lloramos con vosotras!

Publicado originalmente el 19 de octubre de 2024 a las 8:54 en Mastodon (paquita.masto.host). Publicado posteriormente el 9 de noviembre aquí, con la fecha corregida hacia atrás.

lunes, 29 de abril de 2024

¿Un hombre = un país?

En su artículo de hoy en El País ("Un hombre, un país" https://elpais.com/espana/2024-04-28/un-hombre-un-pais.html, de pago y con cookies), Martín Caparrós se pregunta, entre otras cosas, si no existen soluciones alternativas a que el destino de un país dependa de una sola persona. Una vez conocida la decisión de Pedro Sánchez, podríamos decir: "nada más viejo que un artículo de esta mañana", pero la pregunta tiene su enjundia.

La democracia representativa en tres suposiciones:

En primer lugar, que el poder judicial debe ser función de especialistas; por eso, incluso en los países en que los juicios con jurado se extienden a todo tipo de casos, un juez (o varios) debe guiar las decisiones de ese jurado, limitando su abanico de opciones y orientándole sobre lo que debe o no debe tener en cuenta.

En segundo lugar, que el poder ejecutivo conferido al gobierno de un país es más expeditivo si está concentrado en pocas personas, lo que además favorece que el gobierno pueda tomar decisiones secretas sobre asuntos que puedan ser sensibles para la seguridad nacional, sea en las relaciones exteriores, el control interior, el comercio o las finanzas.

Y en tercer lugar, que las leyes, aunque partan de proyectos públicos, también deben ser debatidas por unos pocos que representen la variedad de tendencias políticas del país; es decir, el censo de las distintas provincias eligen delegados ("diputados") que lo representan en las cortes de la lejana capital.

Como alternativa para esto último, se ha probado sin éxito el modelo asambleario, en que asambleas de asambleas deciden cada asunto. Los sóviets ganaron con justicia su mala fama, pues son terrenos donde el miedo a ser señalado y la demagogia sirven de amplificador para toda clase de mixtificaciones. Y, al fin y al cabo, en un estado asambleario, aunque todos los ciudadanos decidan, cada asamblea sigue nombrando delegados ante otra superior. Y puestos a tener delegados de delegados de delegados (sóviets supremos que representan a sóviets de provincia que representan a sóviets locales), mejor es que cada ciudadano elija por si mismo (y no a través de una asamblea) a su diputado.

Pero en el estado actual, en que los miembros de las cortes pueden televotar, resulta chocante que siga existiendo esa delegación del voto. Puestos a televotar, podría televotar la propia ciudadanía. ¿Qué objeciones impiden que se dé ese paso? Vamos a irlos desgranando.

El televoto ciudadano requiere que todo el censo tengan acceso a un equipo propio (de manera que se preserve la confidencialidad de voto y certificado digital), sencillo de usar, con conectividad (no asegurada en ciertos núcleos de población). Por otro lado, supone que la ciudadanía comprenda aquello sobre lo que va a votar. Y finalmente exige tiempo libre a quien vota, para poder dedicarlo al proceso de toma de decisiones.

En cuanto a los requisitos técnicos, creo que no hay mucho que decir, fuera de la dificultad de garantizar que el voto sea efectivamente secreto (y que todo el mundo posea un equipo conectado).

En cuanto a la alfabetización ciudadana, legal y digital, al fin y al cabo es el viejo argumento de las élites contra el sufragio universal (a finales del XIX y comienzos del XX), contra el voto femenino (a principios del siglo XX) o contra el voto de las minorías raciales (a mediados del siglo XX).

¿No supondría un avance dar a las personas la responsabilidad de su voto? Es decir, la gente ya no votaría "con el corazón" (o con las tripas) a unas siglas, sino que votaría con conocimiento de causa. Sin embargo, lo sucedido en el proceso constituyente chileno, donde la gente influida por mensajes mediáticos votó "no", y el hecho de que a los españoles se nos ha acostumbrado a no ser consultados en ningun referéndum (tres en casi cincuenta años de democracia) me hacen ser pesimista. Pero realmente tampoco debemos tomarnos muy en serio el voto informado de nuestros representantes, ya que en el pasado algunos diputados no se enteraron del sentido de voto propuesto po su propio partido. Entre eso y que alguna vez (2020, si no recuerdo mal) se han aprobado unos Presupuestos Generales del Estado en que una misma tasa tenía dos montos diferentes, sin corregirse el error hasta meses después, la idea de que los diputados son agentes expertos cae por su propio peso.

En cuanto a la disponibilidad de ocio, es un asunto serio. Los atenienses no tenían diputados: los señoritos ociosos que componían el demos iban al ágora y votaban, mientras metecos, esclavos y algún campesino levantaban el país. Los españoles pagamos ingentes cantidades de dinero a nuestros diputados para que dispongan de ocio y decidan. Que esas horas de otium se dediquen realmente a reflexionar y tomar decisiones (eso era el ocio para los romanos, que no tenían Netflix ni TikTok), ya es otra cosa. En una democracia directa, ¿sería el voto patrimonio de una amalgama de clases ociosas, pensionistas y desempleados? La verdad es que habría que verlo, y que, por otro lado, ¿por qué no?

Otra democracia es posible. Y espero que sea directa.

lunes, 4 de marzo de 2024

Pastas de almendra (experimento)

  • 250g harina almendra
  • 100g harina
  • 100 g mantequilla
  • 100 ml leche
  • 3 cucharaditas "stevia" (erirtitol con steviol)
  • aceite para pintar el molde
  • Precalentar horno 180 °C.

    En un bol echar harinas y mantequilla. Meter al micro 1 minuto para ablandar mantequilla. Revolver bien con un tenedor. Añadir los huevos. Revolver. Añadir leche. Revolver. Añadir Stevia. Revolver (es probable que fuera mejor mezclar primero stevia col leche, pero yo lo hice así).

    Rellenar una manga y con la manga rellenar moldes de silicona para pastas/bombones.

    Hornear 20 minutos

    martes, 16 de enero de 2024

    La araña Itsi-bitsi subió la canaleta...

     La araña itsi-bitsi subió la canaleta,
    Pero vino la lluvia y la araña se cayó.
    Luego salió el sol y secó la lluvia.
    La araña itsi-bitsi de nuevo lo intentó.

    Últimamente escucho muchas rimas infantiles y, por aquello de la globalización, es más frecuente que se trate de traducciones y no de canciones tradicionales españolas. Y la melodía simple de la araña itsi-bitsi (que suelo escuchar en las traducciones de Cocomellon o Little Baby Bum) es pegadiza.

    Si no hubiera consultado la Wikipedia, parecería, por la letra, que la canción es moderna. En efecto, tras la resaca de esa interpretación folk del psicoanálisis que hizo a todo el mundo condenar la frustración, la corriente de la "inteligencia emocional" ha hecho proliferar como setas las canciones que animan a los niños a soportar y superar la frustración. Y esta es una de esas canciones, excepto en esa versión de 1909 en que los esfuerzos de la araña no son detenidos por un tiro. 

    Y eso me ha llevado a preguntarme por la frustración. ¿Es necesario o conveniente ser tolerante a ella o enfrentarse a ella con un ánimo de superación? Es cierto que el progreso humano proviene de la progresiva superación de dificultades, pero ¿no hay ciertas formas de frustración que son educativas, pues enseñan que hay caminos por los que es mejor no adentrarse sin estar preparado?

    Es más, ¿existe la tolerancia a la frustración como algo abstracto, o existe, más bien, la tolerancia a frustraciones concretas? Me viene a la cabeza Pistorius, un ejemplo deportivo de superación, que, sin embargo quizá no quiso superar otras frustraciones vitales que lo convirtieron en asesino. O esos cantantes de ópera que, a pesar de estar acostumbrados a la exigencia de críticos y público, son incapaces de escuchar el "no" de una mujer que quieren llevarse a la cama.

    ¿Se puede desarrollar una tolerancia genérica a toda clase de frustración, o solo toleramos la frustración en aquellos aspectos en que creemos que es posible mejorar? Yo puedo seguir cambiando un script durante horas hasta que hace exactamente lo que quiero, aunque a cada ejecución me haya frustrado un irritante error. Sin embargo, no aguantaría tres minutos intentando aprender a golpear una pelota de tenis con la raqueta.

    La araña itsi-bitsi, ¿habría gastado las mismas energías en aprender a bailar que en aprender a subir la canaleta? Y si lo hubiera hecho, ¿que la habría motivado a seguir intentándolo? Creo que ahí, más que en la "tolerancia a la frustración", es donde está la respuesta.