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martes, 18 de febrero de 2020

El cuento del martes: T-errores

Debería escribir algo para la antología T-Errores, pero solo se me ocurren esbozos más aptos para el blog. Así que ahí van:

Coronavirus

Un día se propaga una grave epidemia en China y las autoridades reaccionan como siempre, vigilando a la gente que viene de ese país (si fueran vacas, cerdos, pollos, los hubieran exterminado) y negandose a averiguar las causas de la enfermedad. Da igual que esta se pueda extender a través de otros vectores.
Los mercados caen. Durante unos días, el caos se apodera de las fábricas y los comercios alimentados de mercaderías chinas que ya no llegan porque el gobierno del país más trabajador del mundo ha obligado a tomarse vacaciones. Los patrones de otros países asiáticos temen que sus trabajadores sigan el ejemplo y pidan libranza. El sur de Europa tiembla ante las repercusiones económicas y el desabastecimiento, pero pronto comprendemos que en un país que vive de colocar ladrillos y servir cervezas da lo mismo que fábricas y comercios se vayan al carajo. Además, los asiáticos ya están volviendo a sus ocupaciones.
Semanas después, contenida la epidemia en un país remoto, ordenadores, móviles, zapatos, vestidos, incluso libros están llegando de nuevo. Y hasta pasados catorce días nadie considerará la posibilidad de que alguien haya estornudado sobre esos guantes que cubren tus dedos, sobre ese teclado que manoseas continuamente, sobre el libro cuyas páginas pasas en este momento.

Pesadilla en blaugrana

Dedicado al maestro Fredric Brown, a quien pertenecen los primeros microcuentos que leí.

Cheik estaba cansado. Había sido un largo viaje hasta Barcelona. Mohammed lo acostó en el sofá cama de la habitación que había alquilado para aquel fin de semana. Seguro que cuando al día siguiente viera a la gent blaugrana sobre el césped del Nou Camp, se lo ganaría. Montse no tendría nada que hacer. Él sabía cómo ganarse a un niño. Desde pequeño le había inculcado la afición por el fútbol y la pasión por el Barça, a pesar de que vivían en un pueblo de Toledo donde casi toda la población —Montse incluida— era merengue.
El niño se quedó asombrado ante la enorme mole del estadio. Subió corriendo la grada hasta los asientos que tenían reservados. Coreó emocionado el gol que Ansu Fati incrustó en la portería rival. Minutos después, se estremeció cuando el equipo rival estuvo a punto de batir la portería.
En el descanso de aquel partido se sorteaba entre los asistentes la oportunidad de bajar al campo y hacerse una foto con sus ídolos. El telemarcador señaló un número. Cheik gritó emocionado cuando lo cotejó con su localidad. Mohammed fingió sorpresa. A pesar de que un viejo conocido suyo trabajaba en el telemarcador, habia costado un buen dinero conseguir el efecto. El niño bajó corriendo los escalones hasta llegar al control que se abrió cuando su desfallecido padre mostró la entrada con el número ganador.
Cheik saltó al césped. Ansu le saludó y se hicieron una foto juntos. Entonces el fotógrafo preguntó al niño el consabido: «¿Quién es tu jugador favorito?»
—Benzema.
Aunque mamá había dicho que papá no debía saberlo.

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