Este relato corresponde a la propuesta «52 retos de escritura para 2020» del blog de Literup.com. Concretamente, este relato desarrolla la propuesta «1. Haz una historia sobre un baile multitudinario».
No le acaba de gustar ir al Black and White, pero es uno de esos sitios donde puede bailar desenfrenadamente, así que deja que sus amigas lo arrastren hasta allá después de la cena en el mercado de san Antón. Como tantos locales de Madrid, es un semisótano alargado y estrecho. Al bajar las escaleras, no se puede quitar de la cabeza los sucesos de Alcalá 20 en los 80 ni la catástrofe del Madrid Arena hace pocos años. Pero, por otro lado, le excita venir a este lugar acompañado de varias chicas —la mayoría, heterosexuales— que le atraen. Todavía no hay mucha gente en el garito y no tienen que luchar demasiado para pedir el primer cubata. Beatriz toma ron, como él; Marga y Tere, que le llevan diez años, se decantan por el gin tonic; Cristina es más exquisita y pide un spritz; Luisa bebe whisky y Nerea vodka.
Mientras les sirven la copa va llenándose el local. Poco a poco, va siendo ocupado por más personas el rincón donde se mueven al ritmo de una vieja canción de Madonna. También los contoneos iniciales se sustituyen por movimientos más exagerados, teatrales, cuando suena aquel éxito de Gloria Gaynor. ¿Son esas sonrisas producto del alcohol, de la música, de la danza o de la combinación de las tres? Luisa lo anima a bailar con ella. Le encanta esa sensación de mirar a la cara a otra persona, anticipar sus movimientos, acercarse y alejarse insinuantemente aunque no pueda haber nada más allá, porque ella está casada. No se le da del todo bien, pero tampoco se le da mal. Todo es perfecto hasta que algún idiota pide al pincha una de esas canciones que tienen un bailecito prediseñado, algo que él odia porque si está rescatando de su memoria el orden de los movimientos, estos pierden su naturalidad.
Así que va a la barra. Allí, un chico bajo de pelo moreno le pregunta si puede invitarle a una copa. Mira su tipo atlético, sus zapatillas impolutas, su barbita recortada.
—No me importaría bailar contigo —le dice—. Pero no puede haber nada más, lo siento. Así que no te aceptaré la copa.
—¿Hetero?
—Algo peor. Grisexual. Me da igual bailar contigo o con mis amigas, pero realmente, lo que me gusta es bailar.
—Qué extraño. No lo había escuchado nunca.
El morenito le cuenta que a él, por el contrario, realmente no le gusta bailar. Que lo ve como una herramienta de seducción que hay que dominar, pero que realmente le cansa.
—En cambio, ahí tienes a mi amiga Lourdes. Creo que sois tal para cual. Ninguna pareja le dura; pero le encanta revolotear acá y allá y, sobre todo, venir a bailar.
—¿Ah, sí? ¿Quién es, aquella de allí?
No sabe cómo no la ha visto antes. En la parte más alta de las escaleras, una chica con el pelo teñido de morado gira su cadera en imposibles sinuosidades y sus brazos fluyen en movimientos acuáticos.
—Si quieres, te la presento.
Avanzan aplastados entre el resto de la gente que llena el local, hasta llegar a la escalera que sirve a la vez de entrada, de salida y de podio para bailarines.
—¿Quién es este?
—La verdad es que acabamos de conocernos... Ni nos hemos presentado. Soy Carlos.
—Pablo.
—Oye, que he visto a este tío bailar y me ha parecido que haríais buena pareja.
—¿Sólo eso?
—Bueno, primero le he echado los tejos..., pero sin éxito.
Antes de que acabe la conversación comienzan a sonar los golpes iniciales de sintetizador de esa canción de Gala.
—Oye, luego hablamos más. Tengo que bailar esto.
—A mí también me encanta.
De nuevo esa sensación. Dejarse arrastrar por la música. Olvidarlo todo. Llegar al éxtasis a través del ritmo, como los viejos chamanes siberianos. Y tener enfrente de él, en todo momento, unos ojos clavados en los suyos que escrutan sus intenciones y se anticipan a ellas, de forma que ambos cuerpos se muevan al unísono. Solo un par de ocasiones la elección de canciones propician una huida a la barra en busca de dos copas y una charla a gritos, en esa intimidad que proporciona el ruido discotequero.
Antes de que se den cuenta, están anunciando el cierre. Cuando finalmente recuperan sus abrigos pasan bajo la persiana a medio echar, es ella quien le pregunta.
—¿Oye, quieres que te de mi teléfono?
Quizá penséis que él es idiota cuanto escuchéis su respuesta:
—Sólo para bailar.
Hola, me ha parecido interesanate tu relato. Sobre todo, porque aunque pueda parecerte una marciana, no conocía el término grisexualidad. Llevo un rato rebuscando por internet.
ResponderEliminarMe gusta tu blog. Me pasearé otro día a seguir leyendo. Yo también tengo un blog donde estoy poco a poco llevando mis pequeñas creaciones literarias que guardo desde hace tiempo. Este año me he animado también a intentar el #52retosliterup. Estaré encantada de recibir tus comentarios. Un saludo