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jueves, 24 de mayo de 2018

Trajes

Una muchacha en traje sastre —la llamo muchacha por costumbre, pero será solo diez años más joven que yo— espera, sentada sobre un bolardo, a que abra el comercio donde trabaja. No frecuento ni la tienda de moda femenina ni la óptica —voy todavía a la del barrio de mis padres—, pero sospecho que atenderá en la segunda.

Verla me hace pensar en la paradoja de vestirse de chaqueta para trabajar en un barrio deprimido como el mío, donde cierran las tiendas, los bares y hasta las inmobiliarias —¿qué inmobiliaria alquila los locales vacíos de las inmobiliarias?—. Una indumentaria que es a la vez cortesía con el cliente y ostentación de rango social que a menudo no se tiene. Distancia y superioridad, aunque las formas del traje sean a menudo traicionadas por la propia conducta: a mi memoria acuden esos muchachos trajeados de veintitantos años que por pegan carteles por las calles, el rollo de cinta de precinto en la mano. Son delgados y tratan de ser elegantes a pesar de lo poco digno de su actividad y de la chaqueta demasiado ancha, pero son poco menos cutres que aquellos jovencitos de Kiron que trataron de venderme un piso en Lavapiés.

Tenía yo treinta y cinco años y una cuenta vivienda; decidí darle una oportunidad al barrio pobre, cercano al de mis padres; sin embargo, me quedé en el tópico que conocía: solamente me mostraron un piso destartalado —el espejo en el techo del dormitorio hablaba de la profesión de su anterior ocupante— y otro nuevo, oscuro, las inútiles ventanas a centímetros de un paredón vertical. A pesar de tanta mugre y de mis prisas por llegar al instituto —mi clase vespertina comenzaba a las seis— me acorralaron en una mesa para que firmase en el acto una hipoteca por alguno de aquellos zulos. Aproveché mi excusa y salí corriendo. Aprendí que podía llegar de la parroquia de San Millán al cerrillo de San Blas, a pie, en diez minutos.

En aquellos comerciales pensaba, adolescentes crecidos en saco azul y corbata a juego, tiburones acostumbrados a comer carroña, cuando escuché que caía el mercado inmobiliario. Me alegré por ellos, contra ellos; pero lamento que mucha gente honrada fuera arrastrada en su caída.


Primer borrador (23-5-18) y primeras correcciones:

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