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sábado, 26 de diciembre de 2015

Alfau: Cuentos españoles de antaño.

ALFAU, Felipe: Cuentos españoles de Antaño/ Prólogo y traducción de Carmen Martín Gaite. Ilustraciones de Rhea Wells. Madrid, Siruela, 1991. 140 págs. Índ., intr.,  ilustr. 23 cm.
ISBN:
84-7844-401-7.
Descriptores:
Cuento infantil. Cuento maravilloso.

Encontré estos cuentos en un mercadillo navideño y los compré pensando que iban a ser una colección de cuento tradicional a la manera de las de Aurelio Espinosa. Nada más lejos de la realidad. Se trata de cuentos poéticos a la manera de los de Wilde que toman la ambientación y personajes de la tradición  española como excusa para hablar sobre el origen de diversas plantas, animales, fenómenos de la naturaleza... como una especie de mitos sin dioses.

Está primorosamente ilustrada -los dibujos son reproducción de los de la edición original en inglés- y, al haberse traducido en tiempos recientes, la lengua es, aunque literaria, perfectamente accesible para las nuevas generaciones.

Ya les hablé en otra entrada del blog sobre el autor, un emigrante llegado a Nueva York con 14 años. Este es su segundo libro, y el primero que verá publicado (a sus 27 años), y aunque su composición parezca simplemente correcta -a la manera de cualquier autor mercenario que trabajase para calleja- hay ciertos indicios, acá y allá, que nos indican que el autor buscaba crearse una reputación literaria.

Por ejemplo, algunos comentarios irónicos del narrador. Inicialmente, guiado por la introducción, traté de atribuir a la renovación de la narrativa a principios del XX, con algo del Unamuno de Niebla y más del Pérez de Ayala de Troteras y Danzaderas, pero son indudablemente un remedo del Wilde de El príncipe Feliz. En el cuento "La rivalidad": "Realmente su conducta, incluso teniendo en cuenta que era un conde, sobrepasaba las normas de la más elemental educación". Y en el cuento "El gusano de oro", último del libro: "Porque el cuento que te he contado no es verdad".

También es literario el hecho de que el cuento inicial aluda a los demás de la colección y el final, como se acaba de indicar, nos devuelva a la realidad recordándonos la falsedad inherente a la ficción.

Carmen Martín Gaite destaca el aire cervantino de los personajes, especialmente el pintor del primer cuento, y el recurso constante a los narradores colaterales, algo que, si bien es cervantino, también es propio del cuento. Para ella el cuento más complejo es "El arco iris", que yo no encuentro bien resuelto; y el mejor compuesto "El sauce y el ciprés". Por mi parte, mi preferido es "La bruja de Amboto", el único en que veo algún reflejo de la tradición popular.

En cualquier caso, es una buena colección de cuentos que nos devuelve a ese mundo infantil donde todo era mágico.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Isaac Asimov: Bóvedas de Acero.

ASIMOV, Isaac: Bóvedas de Acero. Orbis, 1986. 173 pág.
ISBN:
84-7634-087-7
Descriptores:
Ciencia Ficción. Robots. Detectives.

La Tierra, miles de años en el futuro. La ingente población vive apiñada en ciudades abovedadas —cavernas en el título original—, aisladas completamente del exterior, y con miedo a los espacianos, habitantes de los cincuenta mundos originalmente originalmente colonizados por la Tierra que después de independizarse han adquirido un poder espantoso gracias a su fantástica tecnología. En Espaciópolis, la única base espaciana en la Tierra, un eminente sociólogo es asesinado. El detective Baley de la policía de Nueva York se verá obligado a trabajar codo con codo con R. Daneel — la R significa Robot— para resolver el caso.

Se trata, claro está, de una de esas novelas sobre robots en que Asimov intentó dar rienda suelta a su talento para la novela detectivesca de solución ingeniosa (recuérdense sus Cuentos de los viudos negros), analizando por enésima vez las consecuencias de las famosas tres leyes de la robótica por él inventadas. Al lector actual le chocará el contraste entre futurismo e incapacidad para ver más allá de sus narices de estas novelas de la era de la guerra fría: se predicen las maravillas y las consecuencias de la robótica, varios miles de años en el porvenir, pero la situación de la mujer sigue siendo la misma; se anuncian los riesgos del crecimiento desaforado de la población, pero el límite de población está situado en unas cifras similares a las actuales; se ve como "medievalismo" el uso de gafas, pero los ciudadanos no se operan la vista. Aun así, la sociedad futura que se nos describe es sorprendente, y el caso es resuelto de manera magistral.

Libros en el cajón

Cuando los manuales de literatura abordaban la novela de la transición, era tópico habitual mencionar que en los ambientes literarios de los años 70 se esperaba la aparición, a la muerte de Franco, de grandes novelas guardadas en el cajón por los autores enemigos del régimen, y que ninguna de tales novelas apareció —quizá, pienso yo, porque precisamente la dificultad había estimulado el ingenio de los autores por el camino del posibilismo—. Sin embargo, acabo de descubrir que, hacia 1990, apareció uno de tales manuscritos, la obra Chromos de Felipe Alfau, que fue finalista nada menos que del National Book Award de Estados Unidos.

Y, curiosamente, lo que hace que este caso no pueda considerarse una excepción al tópico es que esta novela, de ambiente totalmente español, está escrita completamente en inglés y su autor, un emigrante, no se expatrió en el 36 por razones políticas, sino en el 16 por razones económicas; de hecho, fue rabiosamente franquista hasta su muerte. Y si sus obras pasaron sin pena ni gloria hasta tiempos recientes fue, quizás, porque se adelantó a su tiempo, como tantos otros: la censura del público es mucho más dura que la de cualquier organismo oficial.

¿Qué pasaría si Vincent Van Gogh o Franz Kafka hubiesen conseguido sobrevivir lo suficiente como para llegar a conocer la fama de sus obras? En el caso de este autor, que llega al éxito ya nonagenario, después de haber renunciado a la literatura durante más de cincuenta años, la reacción fue de auténtica misantropía. Alfau pasó sus últimos nueve años de vida aislado, evitando los periodistas y las llamadas, recluido en un asilo pagado por un susbsidio municipal.

He conocido el caso a través del prólogo que Carmen Martín Gaite hizo a sus Cuentos Españoles de Antaño, una obra para niños magistralmente editada por Siruela que he encontrado en uno de esos mercadillos que abundan en estas fechas. Ya les diré si merece la pena.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Louis-Ferdinand Céline: Viaje al final de la noche

CÉLINE, Louis-Ferdinand: Viaje al final de la noche. Edhasa, 2003. 573 pág.
ISBN
84-350-0893-2.
Descriptores:
Novela francesa. Biografías imaginarias. Primera Guerra Mundial. Colonialismo.

Había oído hablar mucho de este libro, pero nunca lo había leído; por ello, al verlo en el bibliometro lo saqué sin pensármelo.

En la euforia alcohólica de una noche de verano, una pareja de amigos se presentan, sin pensarlo, en el banderín de enganche del ejército. Entre quince y veinte años después, la aventura termina en una borrachera a la orilla del Sena. Entre ambos momentos, una continua sensación de miseria y derrota que no deja al protagonista ni siquiera en los momentos más alegres.

Ferdinand Bardamu, apaleado por la vida en Verdún, en las colonias africanas, en Estados Unidos y -por supuesto- en los suburbios de su París natal, nos muestra su visión de la humanidad, una visión cínica, amoral, anómica y descarnada; y sin embargo profundamente humana. Lo mejor del libro es quizá esa prosa ágil, impactante, de Céline, llena de oraciones breves y a menudo sentenciosas en que se recurre a la jerga más sórdida para crear una extraña sensación de lirismo:

"Había muchos lloros en toda la feria, por los niños pisoteados, aquí y allá, entre las sillas, sin querer, y también por aquellos a los que enseñaban a dominar los deseos, los inocentes e inmensos goces de montar una y mil veces en el tiovivo. Hay que aprovechar la verbena para formar el carácter. Nunca es demasiado pronto para empezar. No saben aún, esos monines, que todo se paga. Creen que es por simpatía por lo que las personas mayores detrás de las taquillas iluminadas incitan a los clientes a gozar de las Maravillas que atesoran, dominan y defienden con sonrisas vociferantes. No conocen la ley, los niños. A tortazos se la enseñan los padres, la ley, y los defienden contra los placeres."

El aspecto más negativo de la obra es quizá el absoluto pesimismo que destila; de hecho, no sé cómo me puede haber gustado tanto esta obra, si su atmósfera recuerda tanto, en tantas ocasiones, sl decadente mundo de El astillero, de Onetti, obra que recomiendo no leáis a menos que seáis inmunes a la depresión.

El enigmático título de la obra, por su parte, es explicado en el centro de la obra de esta manera:

"Ánimo, Ferdinand —me repetía a mí mismo, para alentarme—, a fuerza de verte echado a la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da miedo a todos, a todos esos cabrones, que debe de encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos hasta el fin de la noche!"

El final de la noche representa todo el dolor de la vida, esa copa que los burgueses acomodados no osan apurar, pero que en la clase obrera y la media-baja (Bardamu es hijo de una pequeña comerciante) forma parte del menú de todos los días.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Validando la entrada.

Registro automáticamente mis entradas de "Ficción y creación" con safecreative.org. Pero, puesto que el servicio se ha detenido, probablemente a causa de cambios en blogger, debo volver a validar estas entradas. Para ello he preparado este absurdo cuento.

La etiqueta decía "7e846009-d793-3f76-ba5b-c4d3e0958835". Un número difícil de recordar. Siete enanitos vigilados por un gran hermano, que después de 600 años eran 9. De siete, nueve. Tres por tres. Fueron a la mina siete. Seis Bajaron. Volvieron arriba 5 de los 6 que bajaron. Comieron cuatro; devolvieron tres, pero enfermar, ninguno. De nueve enanitos cinco volvieron; Si ocho hubiesen ido, ocho menos tres hubieran sido cinco.

La historia contenida en la etiqueta era tan absurda que fue incapaz de memorizarla. Sin embargo, la cantidad de enanitos muertos en el proceso le reconcomía la conciencia.