Subo al metro en la estación de Aluche. Frente a mí una madre y su niña pequeña. Esta juega con un cartón en que su fotografía aparece rodeada de barras oblicuas a modo de un aspa que apunta hacia el centro. Reconozco el cartón. Lo usaron en la comisaría cuando me renové el pasaporte hace un mes. En su juego, la niña simula leer el cartón, aunque seguramente su edad no se lo permita. "No pueden pasar los pobres". La madre la mira con un gesto de bochorno y parece decirle "ya cállate", pero mi daltonismo me impide ver si su broncínea piel se enrojece. Dicen locos y niños la verdad: No pueden pasar los pobres.
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