Si de repente la metieran en un bar repleto de gente, en un hospicio con mantas y estufas, volvería la sangre a fluir por su cuerpo y un escalofrío recorrería su espalda. Notaría cristales en las puntas de los dedos y se volvería a coagular el sucio moco en sus heladas narices. Por eso piensa que quizá sea mejor quedarse así, quieta, ahora que ya está a punto de no sentir el frío.
(1/12/2012, directamente en blogger)
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