Filomena camina encorvada por el corredor. Su hermana le ha vuelto a decir que se retire al cuarto, donde debe permanecer todo el día. ¡Pero es tan oscura esa alcoba a la que sólo llega la luz a través de la puerta de vidrios! Filomena pasa despacio ante la puerta y no se atreve a entrar, pues ha sentido a alguien dentro. Así que prosigue por el pasillo, disimulando.
Poco después encuentra el cadáver horriblemente mutilado de un hombre. ¿Qué le habrá pasado? Aunque claramente muerto, el cuerpo está todavía caliente. Filomena busca alrededor hasta encontrar a Agustín, que se ha quedado cerca, dudando si alejarse por los corredores (¿hacia dónde?) o permanecer junto a su propio cadáver.
—¿Vas a quedarte ahí mirando?
Agustín mira a Filomena, extrañado de que ésta le vea.
—Sí, te digo a ti. ¿Cómo te llamas?
—Agustín.
—¿Y sabes lo que te ha pasado, Agustín?
—¿Estoy muerto?
—¡Claro que estás muerto! ¿Es que no ves tu cuerpo ahí en el suelo?
—Y entonces, ¿qué hago?
—Puedes quedarte conmigo...
Filomena hace una seña a Agustín, que después de un momento de duda la sigue hacia su alcoba. Comienza a sentirse, cada vez más cercano, el ruido de una bestia que mastica. Pero ahora Agustín no muestra miedo.
De alguna parte, Filomena saca una piedra y la lanza hacia adelante. Un aullido indica que la bestia ha soltado su presa.
Páginas especiales
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sábado, 31 de marzo de 2012
viernes, 30 de marzo de 2012
Terror de la A a la Z: Eduardo
Eduardo se separó de Agustín diez metros atrás y ahora, al escuchar los gritos procedentes de aquella dirección, ha comenzado a correr con todas sus fuerzas. El pasillo es insospechadamente largo y se tuerce en una y otra dirección: izquierda, derecha, dos giros más a la izquierda, otro a la derecha, otros dos a la izquierda, otro a la derecha y nuevamente a la izquierda. Eduardo ha debido de recorrer unos cien metros dando quiebros a uno y otro lado y, de repente, se tropieza de frente con el cadáver de Agustín, el cuello desgarrado y las entrañas al aire. Eduardo contiene una arcada mientras observa las huellas de sangre que se alejan por el pasillo.
Después, da la vuelta y, lentamente, comienza a retroceder. Con el índice sobre su mano, recuerda los giros que ha dado y, comprendiendo quizá que ha vuelto al principio, abre una puerta —el marco de madera rodeando cuatro vidrios esmerilados— y con gran sigilo se introduce en el interior, cerrando tras él.
No enciende la luz, pues así puede ver cómo pasa ante él una siniestra y encorvada figura. Espera un rato y vuelve a abrir, saliendo silenciosamente en dirección contraria.
Es entonces cuando se da de manos a boca con el horror.
Después, da la vuelta y, lentamente, comienza a retroceder. Con el índice sobre su mano, recuerda los giros que ha dado y, comprendiendo quizá que ha vuelto al principio, abre una puerta —el marco de madera rodeando cuatro vidrios esmerilados— y con gran sigilo se introduce en el interior, cerrando tras él.
No enciende la luz, pues así puede ver cómo pasa ante él una siniestra y encorvada figura. Espera un rato y vuelve a abrir, saliendo silenciosamente en dirección contraria.
Es entonces cuando se da de manos a boca con el horror.
jueves, 29 de marzo de 2012
Terror de la A a la Z: Dolores
Dolores está sentada en la mecedora del mirador observando los niños que juegan en el jardín, mientras sus manos mueven mecánicamente las agujas de la calceta. Los niños corren y gritan, se esconden y se buscan, pisan los macizos de flores sin darse cuenta. Son niños. Pero lo que es intolerable es que lancen piedrecillas contra los cristales, aunque sean tan pequeñas que no puedan romperlos. Son cristales antiguos, con sus burbujas de aire y sus pequeñas ondas, y no sería lo mismo repararlos con vidrios comunes.
El caso es que los niños siguen tirándole piedrecillas, así que por fin se decide a levantar la pesada ventana de guillotina para preguntar qué quieren, pues es demasiado pronto para que reclamen la merienda, de la que, en cualquier caso, se debería ocupar su madre.
Y es en ese momento cuando nota, a su espalda, el aliento de alguien.
—¿Eres tú, Filomena?
Filomena, o quien sea, no responde; lo que no es óbice para que Dolores siga con su cháchara.
—Te he dicho que no salgas de la habitación. Se van a asustar los niños. Anda, vuélvete a la alcoba.
Filomena, si es que está ahí, permanece inmutable, sin dar signos de asentimiento u oposición. Y Dolores sigue haciendo calceta.
Tres vueltas después, los niños lanzan piedrecitas de nuevo.
—Anda, Filomena, ¿no ves que se asustan mis nietos? Míralos ahí, qué mocitos están hechos. A ti también te gusta verlos, ¿verdad que es eso? A mí también me hubiera gustado, claro que sí...
Pero algo ha debido de sentir Dolores, pues se da la vuelta y, con un grito, clava las agujas de coser en el aire.
—¡Tú no eres Filomena!
Y aunque ahora los niños que juegan en el jardín no han sentido ninguna presencia tras su abuela, la labor se tiñe con la sangre que gotea de las agujas...
El caso es que los niños siguen tirándole piedrecillas, así que por fin se decide a levantar la pesada ventana de guillotina para preguntar qué quieren, pues es demasiado pronto para que reclamen la merienda, de la que, en cualquier caso, se debería ocupar su madre.
Y es en ese momento cuando nota, a su espalda, el aliento de alguien.
—¿Eres tú, Filomena?
Filomena, o quien sea, no responde; lo que no es óbice para que Dolores siga con su cháchara.
—Te he dicho que no salgas de la habitación. Se van a asustar los niños. Anda, vuélvete a la alcoba.
Filomena, si es que está ahí, permanece inmutable, sin dar signos de asentimiento u oposición. Y Dolores sigue haciendo calceta.
Tres vueltas después, los niños lanzan piedrecitas de nuevo.
—Anda, Filomena, ¿no ves que se asustan mis nietos? Míralos ahí, qué mocitos están hechos. A ti también te gusta verlos, ¿verdad que es eso? A mí también me hubiera gustado, claro que sí...
Pero algo ha debido de sentir Dolores, pues se da la vuelta y, con un grito, clava las agujas de coser en el aire.
—¡Tú no eres Filomena!
Y aunque ahora los niños que juegan en el jardín no han sentido ninguna presencia tras su abuela, la labor se tiñe con la sangre que gotea de las agujas...
Álvaro de la Riva Hengstenberg: Parásitos
Encontré por casualidad en ebay anuncios la oferta de Álvaro de la Riva diciendo que regalaba su novela Parásitos; ni corto ni perezoso, le escribí, y, poco después, ya estaba enganchado a su lectura.
No diré que sea el libro del año ni un clásico; pero es un soplo de aire fresco entre tanto best-seller histórico, tanta novela de vampiros y, sobre todo, entre tanta "lectura recomendada" de adolescentes lectores drogadictos lanzando hechizos mientras se enfrentan al racismo, la marginación social y su primer amor en la España del siglo XII como suelo tener que leer por motivos laborales.
Pero dejemos de hablar de otros libros y hablemos de este. Parásitos trata sobre un hombre fracasado al que se le ofrece la posibilidad de recuperar su vida investigando un caso OVNI. La obra está más cerca de la space opera que del hard sf, y más cerca de Eduardo Mendoza que de Rice Burroughs o Lovecraft, aunque su universo esté lleno de referencias a los mitos de Cthulhu. Y ese es precisamente el gran acierto de esta novela: el componente humorístico que impregna la peripecia, de cualquier otra manera trágica, de unos héroes que el lector sospecha abocados al fracaso desde las primeras páginas. El lenguaje empleado quizá peque de excesiva llaneza, pero rebosa frescura. Los personajes no son muchos, ni la introspección psicológica muy profunda, pero todos actúan motivados por su pasado. Y se agradece que, frente a lo habitual en la narrativa literaria o televisiva actual (estoy pensando en The Walking Dead), no haya diálogos que sobren destinados a dar una impresión de desarrollo de personalidad en personajes planos.
Léanla. Merece la pena.
No diré que sea el libro del año ni un clásico; pero es un soplo de aire fresco entre tanto best-seller histórico, tanta novela de vampiros y, sobre todo, entre tanta "lectura recomendada" de adolescentes lectores drogadictos lanzando hechizos mientras se enfrentan al racismo, la marginación social y su primer amor en la España del siglo XII como suelo tener que leer por motivos laborales.
Pero dejemos de hablar de otros libros y hablemos de este. Parásitos trata sobre un hombre fracasado al que se le ofrece la posibilidad de recuperar su vida investigando un caso OVNI. La obra está más cerca de la space opera que del hard sf, y más cerca de Eduardo Mendoza que de Rice Burroughs o Lovecraft, aunque su universo esté lleno de referencias a los mitos de Cthulhu. Y ese es precisamente el gran acierto de esta novela: el componente humorístico que impregna la peripecia, de cualquier otra manera trágica, de unos héroes que el lector sospecha abocados al fracaso desde las primeras páginas. El lenguaje empleado quizá peque de excesiva llaneza, pero rebosa frescura. Los personajes no son muchos, ni la introspección psicológica muy profunda, pero todos actúan motivados por su pasado. Y se agradece que, frente a lo habitual en la narrativa literaria o televisiva actual (estoy pensando en The Walking Dead), no haya diálogos que sobren destinados a dar una impresión de desarrollo de personalidad en personajes planos.
Léanla. Merece la pena.
miércoles, 28 de marzo de 2012
Terror de la A a la Z: Camilo
Camilo está escondido en la despensa, encerrado entre latas de tomate y conservas de pescado, y ha erigido entre su cuerpo y la puerta una muralla de bricks de leche y botes de coca-cola.
A su espalda está la pared, desnuda y fría, y a izquierda y derecha las baldas cargadas de paquetes de arroz, cajas de galletas, tarros de mermelada, salsas, sardinas, mejillones y berberechos. Un jamón cuelga del techo ante su cabeza, y en sus manos sujeta una ristra de chorizos que devora con nerviosismo.
Camilo respira agitadamente, y su mirada se dirige acá y allá, diríase que buscando algo. De repente, se escucha un golpe lejano, como de una puerta que se cierra. Otro portazo más cercano provoca en Camilo cierta agitación delatada por el movimiento de su pierna. Los estantes comienzan a oscilar y Camilo sujeta su pierna, que deja de moverse. Pero la balda sigue moviéndose cada vez más rápido y el resonar del cristal contra el cristal y el metal contra el metal va in crescendo, hasta que algunas latas comienzan a caer sobre Camilo, que se aparta en el último minuto antes de que un gran frasco de vidrio se estrelle sobre el suelo. A pesar de ello, algunos cristales se clavan en su piel y producen heridas de las que brota la sangre, que comienza a formar un charco que fluye bajo las deshecha montaña de víveres hacia la puerta.
Se oye un arañar y un golpear, y gañidos al otro lado de la puerta.
A su espalda está la pared, desnuda y fría, y a izquierda y derecha las baldas cargadas de paquetes de arroz, cajas de galletas, tarros de mermelada, salsas, sardinas, mejillones y berberechos. Un jamón cuelga del techo ante su cabeza, y en sus manos sujeta una ristra de chorizos que devora con nerviosismo.
Camilo respira agitadamente, y su mirada se dirige acá y allá, diríase que buscando algo. De repente, se escucha un golpe lejano, como de una puerta que se cierra. Otro portazo más cercano provoca en Camilo cierta agitación delatada por el movimiento de su pierna. Los estantes comienzan a oscilar y Camilo sujeta su pierna, que deja de moverse. Pero la balda sigue moviéndose cada vez más rápido y el resonar del cristal contra el cristal y el metal contra el metal va in crescendo, hasta que algunas latas comienzan a caer sobre Camilo, que se aparta en el último minuto antes de que un gran frasco de vidrio se estrelle sobre el suelo. A pesar de ello, algunos cristales se clavan en su piel y producen heridas de las que brota la sangre, que comienza a formar un charco que fluye bajo las deshecha montaña de víveres hacia la puerta.
Se oye un arañar y un golpear, y gañidos al otro lado de la puerta.
martes, 27 de marzo de 2012
Terror de la A a la Z: Benito
Benito apoya su oído sobre la puerta cerrada. No se escucha nada. Apoya la mano sobre el pomo y, con cuidado para evitar hacer ruido, la abre ligeramente. Mira por la rendija. De repente, aparta la cabeza, cierra la puerta y apoya su peso sobre ella.
Suenan golpes contra la puerta. El pomo gira a pesar de la mano de Benito. Más golpes. Repentinamente, todo cesa. Benito mira su mano, con la palma despellejada; pero sigue sujetando la puerta. Un golpe la abre de par en par, catapultándolo contra la pared de enfrente. Aunque no se ve nada en el pasillo, Benito, tirado en el suelo, abre los ojos de par en par y grita.
Suenan golpes contra la puerta. El pomo gira a pesar de la mano de Benito. Más golpes. Repentinamente, todo cesa. Benito mira su mano, con la palma despellejada; pero sigue sujetando la puerta. Un golpe la abre de par en par, catapultándolo contra la pared de enfrente. Aunque no se ve nada en el pasillo, Benito, tirado en el suelo, abre los ojos de par en par y grita.
lunes, 26 de marzo de 2012
Terror de la A a la Z: Agustín
Agustín mira a izquierda y derecha. No ve ningún zombi. Entonces avanza unos 10 metros hasta la siguiente intersección. Por el corredor de la izquierda aparece una zarpa. La zarpa agarra la cabeza de Agustín. Rugidos y estertores. Agustín yace en el suelo.
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