Se entiende por ficción la suspensión temporal de la realidad, esto es, de la consideración de un mensaje como real. Intuitivamente, resulta fácil de entender, incluso para un niño. Sin embargo, la cosa es más complicada: así, cuando en mis cánticos infantiles decía "Pepe, Pepe, Pepe, maricón, maricón, maricóoon" (o cualquier cosa parecida), mis intentos de escudarme en que se trataba de "sólo una canción" no servían para evitar los golpes del Pepe de turno.
Cada género es ficcional en distinto modo y grado. Así, cuando veo "Bones" me parece una fantasmada que sean capaces de medir un hueso en una foto sin saber siquiera desde qué distancia se ha tomado, o que realicen pruebas biológicas en un tiempo mucho menor al habitual (créanme: a las bacterias no se les puede pedir que hagan horas extra). En cambio, no me extraño de que unas zarigüeyas del zoológico hablen y construyan absurdas máquinas en los dibujos de "los pingüinos de Madagascar".
La diferencia entre uno y otro género es la verosimilitud. Verosímil es aquello que tiene apariencia de verdadero, como sucede, por ejemplo, en las comedias amorosas: desde la antigüedad, la verosimilitud ha sido, precisamente, uno de los requisitos de la comedia. Ahora bien, desconozco si algún autor ha apuntado que la verosimilitud tiene también modos y grados, pues una obra puede tratar de ser verosímil en ciertos aspectos y, sin embargo, ser una auténtica fantasmada en todos los demás, como sucede con las casi todas las series sobre policía científica.
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