Tarros de farmacia
Visité el monasterio de Silos hará cosa de treinta años, siendo un crío. Me llamó por entonces la atención la botica, llena de extraños tarros con rótulos indescifrables. El guía nos mostró un cuerno de unicornio que protegía contra los venenos y otros ingredientes propios de los recetarios de las brujas. Ahora ya no creo en brujas, ni en unicornios, ni tengo fe en que pueda sanarme una hierba que, al fin y al cabo, ha estado expuesta, si silvestre, a los humos de los vehículos, y, si cultivada, a los pesticidas. Por eso, cuando vuelva allá este verano, después de tanto tiempo, evitaré aquella estancia y dejaré que se cubran de polvo, en los anaqueles, los viejos frascos donde deposité mis ilusiones infantiles.
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