De todas las formas de contaminación, son los olores la que más molesta al ciudadano. Eso explica, por ejemplo, que en España en todas las ciudades de tamaño mediano o grande se recoja la basura todos o casi todos los días, cuando en otras latitudes, donde tarda más en descomponerse, se recoje con una frecuencia menor. No es la basura lo que nos molesta, sino su olor.
Sin embargo, la contaminación por olores es quizá la más difícil de prevenir. No existe, por ejemplo, un "medidor de olores". No hay pruebas objetivas para cuantificar la aparición de aromas, acaso porque, aunque se conoce qué substancias los producen y estas se pueden cuantificar, son demasiadas. Tampoco se conoce de ningún especialista en catar malos olores. "Unas buenas ratas, señora. Cosecha del noventa y ocho". ¿Será esa la razón de que, aun conociendo cuáles son los vientos dominantes de una zona, y sabiendo que cierta industria producirá sustancias volátiles pestilentes, se permita ubicar la industria en un foco desde el que arrojará sus efluvios hacia masas de población?
Nos queda una esperanza. Los olores, como hemos dicho, son difíciles de objetivar. Lo que a uno le gusta, a otro le disgusta. Hay gente, por ejemplo, que aromatiza sus establecimientos con el vomitivo olor a plástico y tapicería de los automóviles nuevos, con la esperanza de estimular a los compradores. Igual que en la comida y bebida hay un "gusto adquirido", existe también un "olfato adquirido", gracias al cual sustancias como el vinagre, el roquefort o la gasolina nos pueden oler bien. Incluso el hedor del estiércol puede despertar en nosotros recuerdos de bucolismo campestre. No olviden a aquel personaje de Apocalypse Now, que amaba "el olor del napalm por la mañana", porque el napalm "olía a victoria."
Es posible que, gracias a la costumbre, sea "gusto adquirido" o "cansancio olfativo", deje yo de percibir (o incluso aprecie) ese aroma, entre vómito y gas, entre fecal y plástico, que despide la incineradora de residuos de Madrid. Pero al menos, me cosuela que sólo huela así en el barrio donde trabajo, un barrio plagado de viviendas ultramodernas y premiadísimas donde, gracias a Dios, no vivo.
Efectivamente pocas cosas más subjetivas que los olores... que nos lo pregunten a mi santa y a mí cuando hay ambientadores cerca...
ResponderEliminarPero discrepo de tu última apreciación, sobre el barrio en el que trabajas pero no vives... ¿Has echado cuentas del tiempo que pasas y la actividad que desarrollas en el que "sólo trabajas" y en el que "vives"?
Igual sí que vives en el barrio de la peste...
Un abrazo.