Que este día se dedique a la mujer trabajadora tiene algo de engaño. Lo que ha conquistado la mujer (donde ha conquistado algo, y sabiendo que todavía hay que dudar si entre ese territorio se encuentra España) es otra cosa. Trabajar, lo que se dice trabajar (es decir: sufrir —la palabra española es fiel a la biblia en equiparar labor y tripalium) siempre ha trabajado. Como muestran los datos de países del tercer mundo en que sigue el esquema social del siglo XIX, la mujer es y ha sido mano de obra barata en el campo, en la fábrica, en el mercado y en casa: otra cosa es que alguna vez se le haya pagado por ello.
No celebramos el trabajo femenino, sino la liberación de la mujer. El trabajo es una pequeña esclavitud; pero el salario (ese salario que tradicionalmente ingresó el padre o el marido) permite una cierta independencia: la sensación de que en caso de ruptura se poseerán medios para iniciar una nueva vida.
Supongo que las feministas me apalearán por lo que voy a decir, pero la idea occidental del trabajo femenino es una idea burguesa (y, como bien dijo Marx, son las ideas del grupo dominante las que quedan para el recuerdo). Pongamos, por ejemplo, un personaje galdosiano: Tristana. Muchos hacen una lectura feminista de la novela homónima y consideran que en ella se defiende la independencia de la mujer. Pero ¿qué independencia?
Las profesiones que se propone desempeñar la protagonista son empleos burgueses, como el de maestra. En ningún momento se le ocurre servir, o vender en la plaza (profesiones ambas que aparecen en esta y otras novelas del mismo autor). ¿Trabajar en la tabacalera, como los personajes de la Pardo Bazán? Ni pensarlo. El problema es que se busca un oficio decente.
Valiente problema el de la decencia, pues hay trabajos que parecen decentes pero no lo son tanto: ¿Es decente atender llamadas? ¿Es decente conducir un taxi? ¿Es decente ser periodista? ¿Es decente trabajar en la banca? Tripalium, todo tripalium. Lo decente, lo verdaderamente decente, es —sigue siendo— tener un capital y ponerlo a trabajar, mientras se nos llena la boca con grandes palabras sobre el mal estado de la economía y la pereza de los asalariados. Pero eso, lamentablemente, queda demasiado lejos de nuestro alcance. Del de los hombres, y del de las mujeres.
El sólo hecho de que nos dediques un escrito y reflexiones sobre ello, te deja a salvo de cualquier crítica, aunque no se comparta lo que dices. Demuestras que al menos, te importa lo que nos pasa, que te atañe y eso, amigo, siempre es de agradecer. Ya aunaremos opioniones en su caso.
ResponderEliminarLa incorpotación masiva de la mujer al trabajo, algo que en principio fue denostado e impedido, cambió su tendencia en cuanto el "capital" se dio cuenta de que nacía un nuevo mercado con poder adquisitivo independiente... esa y no otra, es la razón de que las cosas sigan en este estado. Gracias por esta entrada José.