Cabizbajo, con gesto compungido, el presidente de una aerolínea pide perdón a los accionistas ante la inminente bancarrota. No es Díaz Ferrán, claro está. Tampoco sucede la escena en España, sino en Japón, donde llorar parece que sí es cosa de hombres. Por estos lares, donde incluso los columnistas de la oposición reconocen que hay que ser tonto (es decir, honrado) para dimitir, es otra pose la que se lleva.
No sólo entre la derecha. Vean a nuestro presidente, galleando en Europa, cuando arrecian las críticas a su gestión. Unamuno erró su afirmación: el pecado nacional no es la envidia, sino el orgullo. Que se disculpen ellos.
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