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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Últimamente estoy asistiendo a una paulatina degradación de mi personalidad. A pesar de mi edad, todavía joven, tengo lagunas mentales, mayores que en cualquier resaca, y la sensación constante de que ya no rijo.
Un ejemplo de esta situación es lo que yo podría denominar el caso del vaso: mientras contesto al teléfono, llego a la cocina, pongo la cena a calentar, cojo un vaso y me sirvo agua. Después de bebérmelo, me doy cuenta de que había un vaso vacío sobre la mesa, y sospecho que probablemente no hace demasiadas horas que bebí de él. Ya colgada la llamada y depositados ambos vasos en la mesa, me encamino al fregaplatos para coger los cubiertos. Lo abro, me dirijo de nuevo a la mesa, y entonces me doy cuenta de que lo que llevo en la mano no es un cubierto, sino un vaso que acabo de sacar del fregaplatos y llenar de agua. Peor aún, porque no me he dado cuenta de que llevaba un vaso hasta que lo he acercado a mis labios, lo que supone que tendré que volverlo a fregar. Después de fregarlo, abro de nuevo el fregaplatos, pero tengo que procurar concentrarme en coger los cubiertos... no vaya a ser que saque un cuarto vaso y lo llene de agua.

1 comentario:

  1. Eeeeh pues nada... ¡bienvenido al club! ¿Y no vas a la nevera a buscar algo y cuando la abres te quedas en blanco? hasta que la cierras de nuevo. Y no sales a comprar algo en concreto y vuelves con "de todo" menos con "eso"??
    ¡Pues no te queda Jose!
    ¿y qué más...? Ah sí!, un abrazo.

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