Leo en República de las letras, 2008, número 107(web)(resumen), el prólogo que Julio Rodríguez Puértolas ha dedicado a la nueva edición de su Historia de la literatura fascista española (Akal, 2008). Hace ya tiempo que había oído comentarios sobre la primera edición de su libro, procedentes de gentes de derechas que no le criticaban el "tirar de la manta", sino el olvidarse de tal o cual autor fascista, o incluir como fascistas autores que, para mi interlocutor, no eran suficientemente fascistas. Hay que aclarar que quien hacía las críticas se podía situar en el ala derecha del PP (si no directamente en las JONS), y que, por tanto, se podía suponer que sabía de qué estaba hablando. Esto hizo que, en su día, me entraran ciertas ganas de leer el libro, aunque no en la ajada edición de la Biblioteca Regional que por entonces frecuentaba.
Finalmente, no leí el libro, y, quizá por ello me he acercado más a este prólogo, que figuraba como una especie de auto-reseña en un número especial dedicado a aquel Congreso de escritores antifascistas celebrado en nuestro país durante la guerra. Es un prólogo demoledor, que arremete fuertemente contra el espíritu de amnistía ("ley del olvido") que recorrió nuestra transición hasta el final del mandato de Felipe González. Generaciones enteras de literatos, profesores universitarios, críticos, se ponen en solfa. Una frase muy acertada, que lamentablemente no puedo ahora citar literalmente, nos recuerda que, mientras podemos comprender que un guardia inculto o un funcionario de ínfimo nivel ejerzan la labor de censura y purga de la cultura, la cosa se pone muy negra cuando son los más celebrados escritores, los más egregios catedráticos, los más agudos críticos, quienes manejan los hilos de la censura.
Evidentemente, no es una característica única de la censura fascista española. No hace ni veinticuatro horas leí una observación similar, a propósito de otro régimen totalitario, en Vida y Destino de Vasili Grossman. Pero no por ello deja de ser cierto que esa situación permite la creación de una nueva élite cultural que ve despejado su camino hacia los laureles del éxito.
No soy partidario del revanchismo histórico; tampoco del revisionismo. Pero sí de colocar a cada uno en su lugar. Es posible que esta obra sea de utilidad para ello. No puedo asegurároslo: os lo diré cuando la lea entera.
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