Leo una noticia sobre un libro que habla de la historia de los Alba. Me llama la atención la reivindicación de esta familia, que uno de mis profesores de literatura, Diego Catalán, encuadraba en la renovación nobiliaria de los últimos siglos de la reconquista.
Por eso me llama todavía más la atención que se hable de «un libro en el que narra 1000 años de historia de una de las sagas familiares más celebres de nuestro país: “La Casa de Alba”». Qué raro, yo pensaba que los Alba, quizá hidalgos, no habían levantado cabeza hasta el siglo XIV o XV.
Veo el vídeo para ver qué nos dicen. Y, a continuación, el presentador, sembradito:
"Pocas familias españolas tienen tan documentada su historia a lo largo de... 10 siglos; en 1429 fue cuando se concedió el señorío de Alba a un arzobispo..."
En lugar de contraponer en su frase los diez siglos de historia documentada (de una familia de hidalgos anterior al título, o de lo que sea), el locutor elige una construcción y una entonación que no pueden sino indicar la equivalencia. 2007 menos 1429 son, evidentemente, diez siglos.
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