En Mad Max se nos presenta un mundo apocalíptico, en que el combustible y los repuestos parecen escasear o ser muy valiosos (la voz de la emisora de radio insiste en que los patrulleros no deben negociar por sí mismos), pero todavía hay suficientes como para que veamos coches parecidos a los que circulaban en los 70, o, como mucho, vehículos "trucados" ("tuneados", diríamos hoy día) con mejor o peor gusto. Véanse dos ejemplos en las imágenes:
Sin embargo, en la segunda película el combustible parece escasear (quizá porque el patrullero se adentró en la zona prohibida) y los buggies predominan sobre el resto de vehículos (una frase parece tratar de explicarlo: cuando el coche de Max es remolcado al interior del fortín petrolero, alguien lo reconoce como "el último de los V8", sugiriendo que los habitantes del fortín no proceden de la zona prohibida, sino que han abandonado las ciudades decadentes de la primera película). Por otro lado, las palabras iniciales de la película atribuyen el apocalipsis a una guerra entre dos grandes potencias, sin aludir a la guerra nuclear (se utilizan imágenes en blanco y negro que parecen sacadas de la II Guerra Mundial).
En la tercera película hay una última vuelta de tuerca: agotado todo el combustible, Max pilota un vehículo arrastrado por camellos que, sin embargo, guarda suficiente gasolina en su interior como para despertar la codicia del Maestro Golpeador (por otro lado, sigue protegido con explosivos, a pesar de su aparente escasez en este mundo). Y no sólo escasean el combustible y los productos tecnológicos: también el agua, que a menudo está contaminada de radiactividad. Porque en esta película, por fin, se nos confirma que el apocalipsis se debe a una guerra nuclear, suficientemente potente como para haber afectado al desierto interior de Australia (resulta curioso que las ciudades de la costa estuvieran intactas en la primera película).
Lo gracioso de todo esto es que el espectador no se da cuenta de las incoherencias en la evolución de la saga, como tampoco se da cuenta de las incoherencias internas a cada una de las películas. Y, qué carajo, a los incondicionales del género nos da lo mismo... ¡si incluso somos capaces de tragarnos Waterworld!
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