Hace unos días os confesé que no había leído la obra Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl, aunque tenía mis dudas sobre si había leído su continuación, Charlie y el ascensor de cristal. Para remediar esa situación (y también porque vinieron a mi clase alumnos procedentes de otra donde se había mandado leer ese libro), puse el libro como lectura obligatoria.
Como en mi departamento hay casi el mismo desorden que en mi casa (lograr el mismo desorden sería un récord), decidí comprar el libro, pero no conseguí un rato libre en horario comercial hasta el jueves de la semana pasada. Momento en el cual perdí unos pantalones (lo del desorden no iba en broma) con mi cartera y todo mi dinero dentro. Nadie supo de ellos hasta que fue demasiado tarde (es decir, hasta que volvía de una inmobiliaria hacia mi trabajo a todo correr).
Hoy he vuelto a intentarlo, aprovechando la mañana casi libre. Me he llegado a la Casa del Libro, donde casi no lo encuentro, porque, en lugar de estar en el estante con el resto de Alfaguara, estaba como cabecera de dicha estantería, en el suelo (aviso a los mercadotécnicos: los miopes de 1'82 metros sólo miramos al suelo cuando vamos por la calle, pero no cuando vamos de tienda). Una vez con el ejemplar en mis manos, he ido a pagar y sólo cuando la dependienta ha registrado el libro he visto que no llevaba la cartera, y que ayer en correos guardé los cinco euros de vueltas allí (en lugar de hacerlo en el monedero o en el bolsillo, como tengo por costumbre). Con lo cual mi capital ascendía a sólo 4 ó 5 eurillos, insuficiente para la compra. De vuelta a casa, y además mosqueado (pues, hasta que mi madre no me ha dicho que había encontrado mi cartera, he dudado si me la habían robado).
Quizá debería comprar el libro por Internet, pero... ¡tardan tanto en entregarlo!
Pero los pantalones... no los llevabas puestos en el momento del extravío, ¿no?
ResponderEliminarJoe, te lo paso al mail.
ResponderEliminarEdyras, sea como fuere, es posible.