Suena el despertador, y aunque por un momento creo que es sábado, recuerdo que es miércoles. Busco la ropa y me dirijo hacia la ducha, que me ayuda a soportar el frío de la mañana. Me seco, me desenredo el pelo, me visto y, ya con el espejo desempañado, me vuelvo a peinar. Meto en el microondas la taza de leche, a la que agrego después una cucharada de Nescafé y otra de azúcar. Me bebo la leche de un trago. Como dos sobaos pasiegos de fabricación industrial, cada uno en su envase original. Tiro las envueltas de plástico al cubo amarillo y los papeles al negro, y recojo la taza. Me lavo los dientes, me afeito. Busco mi abrigo por la casa, me pongo la bufanda y los guantes y salgo del piso, el maletín en la mano derecha. Bajo las escaleras. Salgo del portal hacia la izquierda, cruzo a la manzana de enfrente, subo la cuesta, vuelvo a cruzar. Veo, como siempre, que se ha escapado el autobús. Camino a buen ritmo y en diez minutos atravieso las dos manzanas (pero qué largas) que me separan de la estación. Bajo al subterráneo, me quito los guantes, cojo el abono con la mano izquierda mientras bajo las escaleras mecánicas, busco un torniquete. Espero con el cupón introducido en la ranura a que el torniquete lo admita. Cruzo. Bajo otras escaleras mecánicas que me llevan a mi andén. Espero al tren. Quizá algún compañero decida hablar conmigo. Si no, me limitaré a observar el amanecer a través de las ventanillas de la izquierda, o el atasco (luminoso como una guirnalda navideña) a la derecha.
Mientras tanto, en algún lugar del mundo, alguien se habrá levantado en el mismo momento. Para él será tarde; dirá: "me he dormido de nuevo" o quizá "hoy no he de ir al trabajo". Pero aun así se levantará. Desayunará uno de esos desayunos pantagruélicos propios de quienes no almuerzan y subsisten con una chocolatina hasta las cinco. Verá un rato, mientras tanto, la televisión. Al irla a apagar, escuchará las últimas noticias. Y quién sabe si una de ellas puede alterar para siempre mi rutina.
Dedicado a todos ellos, hoy que no es aniversario de nada.
Genial. Un escalofrío por la nuca.
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