(A la manera de Marcel Schwob)
Tenía treinta y tres años cuando fue proclamado rey, pero su título no le fue impuesto por el populacho airado, como podría suponerse, sino por el senado de la Ciudad. No lo vio nacer Belén la humilde, sino Ascalón portuaria y populosa. Pronto comienza su labor en pro de su pequeño reino: ya en su primer año de reinado, hubo de acabar con Aristóbulo, hijo de Antígono, tentado por un trono al cual creía tener derecho. Un año después previno las revueltas contrayendo nupcias Mariamne. Pequeños sacrificios que ha de realizar un monarca.
Al recordar su figura, debería acudir a nuestra memoria la ocasión en que, viendo a su pueblo consumido por el hambre, vendió sus tesoros para comprar grano egipcio. Pocos recogen la piedad con que, tres años después de la hambruna, ordenó la reconstrucción del templo. La historia cuenta la entereza con que, obligado por la necesidad, fue degollando al suegro, a la esposa, a tres hijos. Pero ¡ay!, muchos sólo conocen la leyenda, quizá invención de Mateo, aegún la cual dos o tres docenas, aun de niños, son inocentes.
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