Aún así, no puedo resistirme a dejar aquí una cita de las Memorias de Carlos Barral (Cuando las Horas Veloces, Tusquets, 1988, página 113) en la que refiere lo que le aconteció cuando, en la época de Franco, consiguió acudir a un congreso de escritores al otro lado del Telón de Acero merced a sus buenas relaciones con Jiménez Arnau, a la sazón embajador en Rumanía:
Jiménez Arnau nos invitó a almorzar un día en que coincidimos con unos vinateros catalanes, miembros de una de las grandes castas del cava nacional, que habían acudido empapelados con toda clase de permisos y licencias a un congreso de enología. El embajador estuvo muy divertido, dedicado principalmente a hacer chistes y juegos de ingenio con mi identidad política y sin tener muy presente la personalidad de sus otros huéspedes, que de hecho parecía haber olvidado por completo. Durante el almuerzo se produjeron los disparates en cadena, pues el prócer vitícola confundía a los familiares del embajador, que era evidentemente soltero, con los del cónsul general o los de otros funcionarios. Aquello, sin embargo, tuvo un colofón terrible. El embajador quiso explicar que, en aquella casa molestamente poblada de espías y de militares disfrazados de valet, agradecía mucho la infrecuente presencia de compatriotas, sobre todo porque eso le permitía consumir de su bodega de buenos vinos franceses y le excusaba de tener que hacer brindis con ese horrible y pegajoso jarabe que era el champán catalán. El prócer vinícola que representaba la más famosa de las marcas de esos vinos estuvo a punto del síncope y tardó mucho en poder balbucir, con la ayuda de sus compañeros de viaje, que haría llegar al embajador una caja de brut especial que resultaba divino. Es verdad que en aquella época el cava nacional era todavía muy dudoso.
Nunca he oído hablar de metedura de pata (ajena) tan gloriosa como aquella. Y lo más gracioso para mí es que la bebida que los fachas de ahora consideran antiespañola se bebía por aquel entonces con auténtico fervor patriótico... o al menos eso era lo que pensaba el pobre embajador.
ABSTRACT: Carlos Barral, a Spanish editor, tells in his memories about a lunch in the Spanish embassy at Romania. Barral came there after making a great effort to avoid the anti-comunist restrictions imposed by the dictatorship that ruled Spain on the 1960s. Then he joined a group of wine makers specialized in the manufacture of Cava, a Spanish clone of Champagne. The Spanish embassador invited the whole group to a lunch, and, when it was ending, the host forgot the job of their guests and said "Now I'm among Spanish people, I can drink french wine instead of that horrible Cava". This story comes in handy since there is a spanih boicot against Cava now. The funny part of it is the fascist regime of Franco thought drinking Cava was patriotic and Spanish, while fascist people of modern Spain sees it as Catalan-nationalist and anti-Spanish.
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