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miércoles, 12 de mayo de 2004

Personajes: un cuento.

No consigo conectar con El Taller, así que mi cuento del miércoles tratará sobre la caracterización de personajes.

Desde el fondo del bar, apoyado en la barra, Carlos mira la puerta. Acaba de pasar una rubia impresionante, que se ha colocado junto a la entrada, y ha pedido un café.
El camarero también se ha dado cuenta, y lo comenta con él al servirle la cerveza:
—¿Buena delantera, eh?
—Está para comérsela.
—Es la novia del tipo de la chaqueta a cuadros. La he visto otras veces por aquí.

Carlos se encoge de hombros mientras dirige una mirada de resignación al camarero. Cosas así hacen que te lo cuestiones todo. «Mírate, Carlos, tú aquí con tu traje italiano, la raya perfecta en los pantalones, los castellanos relucientes, mirando cómo ese de ahí, con la cabeza despeinada, un traje hortera y unos zapatones llenos de barro, se liga a la rubia.»

La rubia, bien mirada, tampoco merece tanto la pena. Últimamente, por este local pasan mujeres estupendas.

—¡Otra caña, Paco!
Paco sirve la caña y unas aceitunas como tapa; mientras deposita el platillo, no deja de fijarse, a través de la pared de cristales, en otra figura que se acerca a la puerta.
—Esa que acaba de entrar es la mujer de Fernando, el de la Caja. Suele venir por aquí a esperarle.
—Desconfiadilla...
—Como para no serlo. Ya sabes que descubrió que se lo hacía con Alicia.
—Es que Alicia también... ¿Por eso no se la ha vuelto a ver por aquí?
—¡Figúrate!

Carlos mira un momento su reloj. Entra otro habitual, un hombre de unos treinta años, sacudiendo el agua que ha empapado su chupa de cuero. Lo acompañan dos jóvenes de entre dieciocho y veinte años, con sudaderas y camisetas, y se sientan en una mesa próxima a la zona de la barra que ocupa Carlos. El mozo les sirve unas cervezas.

La rubia sigue en el otro extremo de la barra, hablando con el tipo del traje a cuadros. Comparándola con la mujer de Fernando, sale ganando esta última, pero quizá tenga algo que ver el hecho de que él prefiere a las morenas. Hay que reconocer que el traje sastre le sienta bien a la rubia, pero la minifalda de la otra es espectacular.

—Oye, Paco —le dice al camarero mientras éste le sirve la tercera caña— La mujer de Fernando, ¿se pone siempre esas minifaldas?
—Sabe que le molesta al marido. Pero a la que tenías que ver es a la chica nueva del bufete de abogados. Se te van los ojos.

Carlos mira de nuevo el reloj. La rubia está besando al tipo de la chaqueta a cuadros. Es más de lo que puede soportar. La puerta suena.

Por la puerta entra una mujer que se defiende de la lluvia arrebujándose en un abrigo negro.
—¡Carlos!
Carlos hace un gesto de reconocimiento. La mujer se quita el abrigo que cubre su suéter beige y sus vaqueros.
—Siempre aquí, en el bar. Es que no tienes prisa por llegar a casa con tu mujercita?
—Cariño, ya sabes que, para mí, sólo hay una. ¿Quieres que vayamos a casa? Pues vamos a casa. Pero yo creo que hoy podíamos quedarnos un rato aquí, tomando el aperitivo... ¿Y sabes qué? Que podíamos ir a comer al restaurante nuevo, a ver qué tal está.
—Pero cariño, ¡tú siempre con tus cosas! Si ya tengo la mesa puesta y todo...
—Esta noche, entonces. Podíamos ir esta noche.

Carlos sale del bar, con su mujer, y por eso no escucha cómo el mozo, mientras sirve una nueva ronda en una mesa cercana a la barra, comenta a dos veinteañeros:

—Ese de ahí... ese es un fiera. Todo el día aquí, echándole el ojo a cada gachí que entra, y la parienta ni lo huele. ¿Queréis unas aceitunas?

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