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miércoles, 16 de enero de 2019

Vamos a volver al cuento del miércoles... Paredes.

Busco en las profundidades de mi blog algo que grabar en mi voz para enviar a un reto de Twitter. Y veo, con una mezcla de añoranza y tristeza, que hacia 2004 este blog tenía mucha vida debido, sobre todo, a una serie de secciones semanales que me me obligaban a actualizar con cierta frecuencia.
Pues bien, he decidido que tiene que volver a haber cuentos semanales. Es absurdo que publique cuentecillos de 200 palabras en twitter y que no escriba ya aquí.



Salió de allá donde acaba el pasillo, de esa pared mohosa que tantas veces nos hemos propuesto limpiar. Allá estaba la mancha. Tenía, claramente, las facciones distintivas de una persona; es más, se parecía bastante a la difunta tía Enrica. Y la verdad es que la pobre Enrica tendría motivos para aparecerse, tan mal la trató la abuela. Hay que ver, toda la vida sacrificada cuidándola —renunció a estudiar, a casarse, a formar una familia propia— y morir solo meses después de la más que centenaria madre.
Al principio, nos asustamos. Pero luego, reflexionando, llegamos a la conclusión de que Enrica no tenía nada contra nosotros. Siempre le prodigamos palabras de afecto a las que ella respondía con reciprocidad. Mamá le pasaba, secretamente, las últimas novedades literarias que ella devoraba en el secreto de su alcoba. Luego, cuando mamá ya no estuvo, seguimos llevándole libros hasta que perdió la vista.
Por eso, ni mis hermanos ni yo nos molestamos en repintar sobre aquella mancha de la casa del pueblo.
En cambio, a los hijos del primer matrimonio de Elsa, la mujer de Esteban, les horrorizaba. Y un fin de semana que, con veinte años ya cumplidos, fueron solos con los amigos a la casa, pintaron todo el pasillo sin decirnos nada.
De nada valió. Aquel rostro volvió a aparecer en el pasillo, quizá con cierto gesto de reproche en sus ojos. Elías y Eduardo, racionales como todos los universitarios, llegaron a la conclusión de que se trataba de un moho que hundía sus raíces en el interior del tabique. Su padre, por el contrario, pensaba que a las cosas del otro mundo hay que tenerles un respeto. Sin embargo, acabó por ceder y llamó a un especialista en impermeabilización de humedades.
El hombre dio a la pared varias capas de productos específicos; también del lado del muro que pegaba a la casa vecina, porque si no, nos dijo, el problema se reproduciría. Así que había que pintarle una habitación a Eleuterio, que, en lugar de agradecérnoslo, se dedicó a ponernos pegas hasta que le garantizamos no solo que le saldría gratis, sino que, además, le bajaríamos la renta en la finca buena. En fin, que la cosa nos salió por un pico.
Y a los tres años, ya ve usted, la cara que vuelve a salir. A mí, la verdad, me da lo mismo, pero mi hermano Esteba, el calzonazo de él, ha insistido, y me ha tocado a mi recibirle. Así que, si le parece bien, le voy enseñando la mancha mientras el monaguillo va subiendo sus cosas...

lunes, 14 de enero de 2019

Siguiendo las sugerencias de Pennac...

Entró en aquella cuadra, y, sin inmutarse por el desorden reinante, abrió el grueso volumen y comenzó a leer en alta voz. No tenía mucha confianza en ello, pero el consejo de Pennac surtió efecto. Al principio, los pocos que oían su voz modulada tenían que pedir silencio. Después, presa del asombro, fueron callando uno tras otro. Aquello era tan sorprendente... ¿Cómo no les habían hablado nunca de ello? Sus infantiles almas, atrapadas por la ilusión, se estremecían oyendo las palabras que el sonriente profesor seguía dirigiendo a aquel ser amorfo y hambriento que había invocado de entre las sombras.
(Rescatado de mi google Drive. Escrito 11 Mayo 2012).