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sábado, 8 de octubre de 2016

Stanislaw Lem: Solaris

Lem, Stanislaw: Solaris. Barcelona, Minotauro, 2003. 235 págs (+1 sin foliar)
ISBN:
ISBN 84-450-70440-7
Descriptores:
Ciencia ficción. Ficción psicológica. Dobles. Replicantes. Entidades alienígenas planetarias.
    Adaptaciones cinematográficas:
  • Solaris (1968) dirigida por Lidiya Ishimbaeva y Boris Nirenburg sobre guión de Nikolay Kemarskiy.
  • Solaris (1972), dirigida por Andrei Tarkovski sobre guión de Fridrikh Gorenshteyn y Andrei Tarkovski [disponible en el canal oficial de la productora Mosfilm en youtube].
  • Solaris (2002), dirigida por Steven Soderbergh sobre guión de Steven Soderbergh.

Aunque Solaris es una de las novelas más conocidas de Stanisław Lem, yo no la había leído aún, quizá porque había llegado a mis oídos la fama de densas de sus adaptaciones cinematográficas. Precisamente fue el haber encontrado a buen precio una de estas adaptaciones lo que me impulsó a sacar el libro del BiblioMetro, de modo que en cosa de quince días me he visto las tres adaptaciones de la película y me he leído la novela.

En las primeras páginas de Solaris encontramos a un cosmonauta, Kelvin, en la rampa de lanzamiento para llegar a una estación de investigación en el planeta que da nombre a la novela. El lanzamiento se describe con una minuciosidad apabullante aunque vertiginosa, sin darnos datos sobre el protagonista, y es en el segundo capítulo donde se nos cuenta cómo al llegar se encuentra con una recepción extraña: su contacto a bordo ha muerto y el único tripulante que ve se niega a hablar con él porque lo considera incapaz de comprender lo que ha pasado.

Después de ese inicio misterioso, se nos presenta Solaris como un planeta que durante más de cien años ha despertado el interés de los científicos, pues cierta actividad geológica del planeta (parece que las mareas de su océano estabilizan la órbita alrededor de dos soles) hace pensar a algunos investigadores que quizá el planeta entero sea un organismo viviente.

Ahí está uno de los principales puntos de interés del libro de Lem: ¿es el hombre capaz de reconocer a un organismo viviente que no esté hecho a imagen de los organismos de la tierra? Y en ese caso, ¿es capaz de comunicarse con él? Como estudiante de antropología me resulta muy excitante la idea, ya que algunos antropólogos creen que precisamente la unidad psíquica de la humanidad es lo que nos permite comunicarnos entre nosotros (y por tanto no podríamos hacerlo con alienígenas). Este problema es planteado en el libro a través de supuestos resúmenes y reseñas de las obras de solarística publicadas a lo largo de cien años: como Borges, Lem es un entusiasta de la cita de libros apócrifos, y de hecho tiene varias obras dedicadas exclusivamente a ello.

El segundo punto, sin embargo, es el que vertebra la trama de la novela: los habitantes de la estación de investigación reciben "visitantes", personas invocadas por su inconsciente que permanecen continuamente con ellos. ¿Son esos "visitantes humanos"? ¿No lo son? ¿Tenemos derecho a destruirlos? ¿A enamorarnos de ellos? La cosa se complica cuando el doble es, como le sucede a Kelvin, el de su ¿esposa? ¿amante? Harie, que se suicidó diez años atrás. ¿Volver con Harie a la Tierra sería una traición? Y, por otro lado, dado que los replicantes extraen su energía del planeta Solaris, ¿sobreviviría Harie al viaje?

Las adaptaciones cinematográficas, en general, se han centrado en el problema de Kelvin y Harie, sacrificando a menudo el otro problema del libro, el de la solarística. la posibilidad de comprensión entre seres completamente distintos. La adaptación de 1968 ignora completamente el problema, y no recuerdo que se trate en la de 2003. En la de Tarkovski, se reproduce el informe de Berton al principio de la película (lo que impide, claro está, que Kelvin de vueltas por la nave buscando datos sobre dicho informe) y se aparece constantemente la biblioteca, pero solo como lugar donde estar, no como recopilación de investigaciones infructuosas a lo largo de décadas.

También se ha sacrificado la garra del inicio impactante y misterioso de la obra. Lem evita dar datos sobre sus personajes: nada nos aclara, qué hace Kelvin en la estación espacial, ni cuál es su profesión. Solo cuando visita a Sartorius nos enteramos de que ha estudiado psicología. En cambio, en todas las adaptaciones, excepto la de 1968, el guionista considera necesario motivar la presencia de Kelvin en la estación espacial.

En ninguna de las adaptaciones se nos habla de los extraños fenómenos del mar de Solaris, aunque en la de Tarkovski hay numerosas imágenes de ese mar y se nos informa sobre el suceso de Berton. El lector de la novela comprende pronto que los "mimoides" no son sino una versión preliminar del objeto que vio Berton, como este no es sino una versión preliminar de los replicantes.

En las películas rusas queda claro que Harie no puede volver con Kelvin a la Tierra. En la de Soderbergh no está claro, o quizá sea porque me quedé dormido a mitad de la historia (lo que dice poco a su favor, puesto que aguanté despierto dos películas rusas subtituladas en inglés).

La película de 1968, hecha para televisión, es quizá demasiado simple, pero mientras la veía reconocía numerosas frases de la novela. Me gustó su elección del reparto, con actores que dan muy bien en pantalla. Puesto que no sé ruso ni conozco el lenguaje no verbal de dicha zona del mundo (si usted piensa que el lenguaje no verbal es un universal, pruebe a hacer la señal de "OK" delante de un griego), no puedo juzgar si actuaban bien o mal. Los decorados son muy simples y dan la impresión de haber rodado en una fábrica, o quizá en los sotanillos de una universidad.

La de 1972 es mucho más artística, aunque a veces eso causa una gran lentitud. Casi me desespero por el lento paso de los títulos de crédito. Inicia la trama en casa de Kelvin, que ha invitado a Berton para hablar sobre lo que vio en Solaris, así como sobre el experimento de Gibarian con los rayos X. Así conseguimos información sobre el extraño comportamiento de Solaris sin necesitar visitar la biblioteca espacial. No me gusta la elección de un protagonista bajito, aunque en cuanto entra en el primer pasillo de la estación espacial, estrecho y con el techos bajos comprendemos que un astronauta alto no sobreviviría. Curiosamente, el resto de la estación espacial tiene pasillos amplios, quizá para facilitar el movimiento de la cámara. Al final de la película "aparecen" islas en Solaris (a lo largo de toda la novela se nos ha hablado continuamente de la existencia de tales islas), pero eso sirve para motivar el final poético con Kelvin en la superficie del planeta.

En la elección de actores, la versión de Soderberg hace una concesión a lo políticamente correcto: Sartorius ya no es el prototipo de científico loco, alto y calvo, que era en las dos películas rusas, sino una mujer de color. Esto compensa cierto sesgo de género y racial que había en la novela: resulta curioso que la primera película rusa fue en parte escrita por una mujer, a la cual ni se le pasó por la cabeza incluir cosmonautas de sexo femenino. Los decorados son futuristas a la usanza actual, y no retrofuturistas; en este sentido han resistido mejor el paso del tiempo. La trama resulta más lenta que en Tarkovski (¿dije ya que me quedé dormido?) y menos comprensible que en Kemarskyi.

En cualquier caso, Solaris es una de esas obras en que la novela es muy superior a la adaptación cinematográfica, por bueno que sea el director de esta.