Páginas especiales

miércoles, 29 de noviembre de 2006

Canales temáticos

Hay gente que todavía piensa que los canales temáticos son cosa de la TV por satélite o cable, o de la tan cacareada TDT. ¡Ilusos! Los madrileños sabemos que la TV temática llegó cuando las autoridades comenzaron a dejar de perseguir a las emisoras locales (lo que en Madrid, al menos en mi barrio, ocurrió mucho más tarde que en localidades catalanas). Porque, ¿qué son la veterana Enlace o la más reciente TMT sino canales temáticos religiosos? ¿qué es el canal 53, sino un temático de tarot y chat? ¿Qué son localmedia o PTV? Y lo peor es la tematización constante que está afectando incluso a canales que en tiempos eran potables. Así, desde que la hija del dueño de Canal 7 dejó de presentar un programa de videos musicales, la emisora derivó hacia las teletiendas, los tarots y un programa del corazón que ha servido para escribir las mejores páginas de Sé lo que hicísteis la última semana. Lástima: en vez de tematizarse hacia la música, se ha ido encaminando hacia la telebasura...

martes, 28 de noviembre de 2006

Vuelven los halocomments

Haloscan fue la compañía que me proporcionó el primer motor de comentarios para este blog. Por eso, cuando llegaron los comentarios de Blogger, dejé los comentarios de halo. Principalmente por mantener los antiguos, pero algunas personas preferían seguir usándolos (especialmente si no tenían cuentas de blogger). Cuando cambié a beta, desaparecieron.

Copiar el código genérico de haloscan no sirve de mucho, pero en los foros de haloscan he encontrado una interesante discusión que explica cómo meter el código de haloscan en blogger beta, de manera que se recuperen los comentarios antiguos. Y, aprovechando mi visita a esa página, he introducido en mi blog la "vista-chat" de los comentarios haloscan.

P.D. Los comentarios sólo se muestran en las páginas con más de un post (página principal o páginas mensuales). En el resto, sólo podéis ver los comentarios blogger.

lunes, 27 de noviembre de 2006

Plurales...

Leo hoy un artículo en el suplemento dominical informativo "Crónica" de El Mundo en que el periodista transcribe en cursiva la palabra "sánduches". Tal transcripción me resulta curiosa, ya que para los autores del Esbozo, para nada innovadores, el americanismo "sanduche" era preferible tanto al impronunciable"sándwich" como al inhabitual "emparedado".

Compruebo, por tanto, el término en el Diccionario Panhispánico de Dudas. Efectivamente, "sanduche" y "sanguche" aparecen como incorrecciones. ¡Puta academia! Siempre centrada en el español no de la Madre Patria, sino incluso del foro.

La palabra sanduche aparecía, por cierto, en el artículo sobre el plural del antecitado Esbozo de una nueva gramática de la lengua española (Madrid, 1973). Resulta curioso ver hasta qué punto se alejan las consideraciones del DPD de aquellas que el Esbozo hiciera 30 años atrás.
El esbozo prefería sanduches, sandwich (sin tilde ni ese) o emparedados a sándwiches; currículum o currículos a currículums (forma propuesta por el DPD) o currícula.

El criterio del DPD es más simple pero más traicionero. Se rinde a la introducción del plural impronunciable en -s tras consonantes, tanto a palabras que lo llevan en su lengua (argots) como a aquellas que no (sándwichs, espaguetis, currículums: inglés sandwiches; italiano spaghetti, latín curricula). Mantiene, eso sí, la preferencia por los nombres castellanizados, pero sólo cuando estos han triunfado.

¡Mierda de Academia! ¿Sabéis lo que me ha sentado peor? Que precisamente hoy les he explicado las reglas de formación del plural a los alumnos de 3º, y en lugar de usar las del DPD, les expliqué las de la última gramática normativa de la Academia: ese esbozo de gramática escrito en 1973. Porque ni la de Bosque ni la de Alarcos tienen pretensiones de ser normativas.


(Me vengaré diciendo a mi amigo J. que encienda una vela negra en el salón de sesiones...)

domingo, 26 de noviembre de 2006

adición interesante a mi plantilla

Sabido es que cuando escribimos un texto en cursiva dentro de otro texto en cursiva (por ejemplo, citamos el título de una obra dentro de un texto introductorio, o dentro de una cita que hemos colocado en cursiva) la segunda cursiva debe aparecer como texto no resaltado. Sin embargo, los navegadores no conocen esta sencilla regla tipográfica.

Por ello, he hecho esta pequeña adición a la sección de estilos de mi plantilla de blogger:

cite i{ font-style:normal;}
cite em{ font-style:normal;}
em em{ font-style:normal;}
i em { font-style:normal;}
em i{ font-style:normal;}
i i{ font-style:normal;}

Más sobre las etimologías

Ya os dije en cierta ocasión que la etimología es el primer recurso del que echan mano los pedantes (yo mismo, por ejemplo). Hace unos días he encontrado un soberbio ejemplo de ello en la introducción de la Antología de relatos fantásticos argentinos de Helios Jaime (Espasa-Calpe, 2006):

Para dar nuestra interpretación de lo fantástico, comenzaremos por un análisis etimológico-semántico. La palabra fantástico viene, como se sabe, a través del latín tardío, de fantasticus, término que califica un suceso de irreal o de imaginario. Este adjetivo deriva del griego φανταστικος (fantastikos), que designa todo fenómeno que concierne la facultad de imaginar [...] Recordemos que fantástico forma parte de la misma familia léxica que fantasía. En griego, este sustantivo designa tanto la imagen como la aparición y forma parte del mismo campo semántico que el verbo Φαινω (fainô), cuya significación, 'brillar' se extiende a la de 'hacer aparecer'.
Aún más interesante es comprobar que la raíz indoeuropea [...] común a las palabras fantasía, fantástico y fantasma es *BHĀTIS-, que está lejos de designar lo oculto o lo sombrío; su noción expresa todo lo contrario: 'luz resplandeciente' [...]


Me pregunto yo:
1) Si la palabra fantásticus tiene un significado distinto al de la etimología que buscamos (de hecho en códigos medievales fantástico significa "falso"), ¿por qué mencionarla?
2) Si la palabra griega ya tiene relación con la luz, ¿para qué es necesario recurrir al indoeuropeo?
3) Si siguiéramos leyendo el texto, veríamos que la intención última del autor es decir que la fantasía revela aspectos ocultos de la realidad. ¿No podría haberlo explicado, por ejemplo, mediante el clásico enfrentamiento fancy/imagination? ¿Para qué remitirse a la etimología, si dos mil años de historia desmienten el significado (en realidad moderno) al que se refiere el autor? Es como tratar de explicar la idea moderna de átomo remitiéndose a los presocráticos.

jueves, 23 de noviembre de 2006

Me he cambiado a Beta

Arreglado el problema del RSS (lo fundamental es cambiar la dirección configurada en el lector RSS por la nueva), me he creado un nuevo usuario google y he entrado con él a blogger. Me ha resultado muy curioso que gmail me dejara invitar a un usuario cuya dirección de correo era mi dirección de recuperación de contraseña de gmail, y también que blogger no se quejara al ver que mi cuenta de correo electrónico es una dirección gmail distinta de mi nuevo usuario blogger. En fin, que la pifia que tenía que hacer no debía de ser tal pifia.

He mudado la plantilla al sistema nuevo; he cambiado mi mínima-ocre personalizada por otra mínima-ocre. En el transcurso de la operación sólo he perdido las dos categorías más importantes de enlaces (las que se llaman ahora "Amigos" y "Navegantes"), pero el editor de plantillas me ha permitido ver mi plantilla clásica para recuperarlas.

He pasado un rato agradable colocando etiquetas en 300 de mis más de 800 entradas. Las categorías son de lo más variopinto, y muchos artículos caen en más de una de ellas. He pensado en hacer un post con un índice de categorías: la manera más sencilla, es hacer un post titulado "Este es el índice de categorías", escribir en él una pequeña explicación, y a continuación asignarlo a todas las categorías. (Edición: hay un límite sobre la cantidad de categorías que pueden asignarse a un blog. Depende de la longitud de los nombres, y yo no pienso acortar ninguno. Os quedáis sin índice.) Lo haré dentro de un rato, porque ahora mi padre quería ver la peli que emitieron ayer en La cuatro y que grabé ayer en el ordenador.


Por cierto: ¿A qué IMBÉCIL de M$ se le ha ocurrido poner un diálogo "Pulse ACEPTAR si acepta las condiciones de licencia de este programa" en un programa como psshutdown, pensado para colocarse en Tareas Programadas y ejecutarse sin intervención del usuario? Dios, si quiero apagar el ordenador pulsando un botón, ya sé dónde está el botón; si uso un programa especial es para no tener que pulsar botones. Nada, que ya es la segunda vez que el ordenador no se apaga por sí solo a las 2 de la mañana. He dejado un comentario al respecto en el blog del creador de psshutdown (el antiguo propietario de sysinternals) y espero que surta algún efecto.

lunes, 20 de noviembre de 2006

Puntualidad y TV, incompatibles.

El otro día le regalé a mi hermana un sintonizador de TDT para el ordenador. El aparatito incluye, entre otras opciones, la posibilidad de utilizarlo como "PVR", "grabador personal de TV". Esto quiere decir que permite grabar fácilmente esos programas que nos fastidia perdernos pero que normalmente no nos molestaríamos en grabar, o que quisiéramos grabar y luego borrar, pero que quizá no veamos la misma semana que los hemos grabado (es un estrés eso de tener que acordar con mi hermana una hora en que ver el episodio Urgencias de la semana pasada para poder grabar el próximo encima).

Con un espacio de disco duro en el que caben unas 100 películas, sería ideal poder grabarlas todas en el ordenador, apretando un solo botón. ¡Chas! y se graba. Sin fallos, sin tener que mirar el periódico, sin tener que asegurarse de que el video está en el canal adecuado. Y luego las puedo ver en el mismo ordenador o, si me decido a malgastar un DVD (quizá un regrabable), en lector DIVX. Oh, qué maravilla.


Sería estupendo si funcionara. Entonces me habría podido grabar el sábado Cautivos del Mal (que tengo en una cinta de video almacenada tras una mesa, en una ubicación que desmotiva cualquier búsqueda), y el domingo Los impostores y Fantasmas de Marte. Las tres en TVE, compañía que en tiempos era sinónimo de puntualidad ("Llevo el reloj con la tele", decíamos). Lamentablemente, las películas duraron más de lo que decía en el programa, y, por tanto, la grabación por EPG (que asume puntualidad) no funcionó. Afortunadamente, dos de ellas iban seguidas, así que al menos podré ver una peli cortada en dos trozos.

En tiempos, dejé de grabar de A3 por su excesiva impuntualidad (tiempos de retraso de hora y media llegué a contar). Pero ahora que A3 se modera en sus retrasos, parece que el vicio se va extendiendo a otras emisoras. Me parece lamentable. A diferencia de lo que pueda suceder en una compañía ferroviaria o en una fábrica, los videos con los anuncios están preparados de antemano, y la emisora sabe exactamente cuánto duran. ¿Por qué no pueden ser puntuales? ¿Será por defender las rancias tradiciones hispanas?

viernes, 17 de noviembre de 2006

Burocratización de la Medicina

Una de las peores cosas de la medicina de este país es que está completamente burocratizada. Eso sería un mal menor si la burocratización fuera responsabilidad única de los médicos, puesto que siempre es conveniente que los facultativos que nos atienden dispongan de información sobre nosotros. Pero es que a menudo son los departamentos de personal de nuestros empleadores los que colapsan la sanidad.

Ejemplo 1. Recuerdo que, en mi segundo año de interino, tuve que acudir al médico para poder quedarme en casa con fiebre. Evidentemente, el doctor hizo como dice House que hacen todos los doctores: se preguntó por qué iba a verle con un simple constipado y me recetó un paracetamol. Tengo un ambulatorio al lado de casa, pero el que me corresponde está al otro lado del Parque del Retiro, con lo cual todos podéis sospechar que la visita sólo sirvió para agravar mis síntomas. Me recuerdo a mi mismo suplicando afónico que alguien le dijera al conductor del autobús que abriera la puta puerta de salida, ya que no parecía haberse dado cuenta de que había pulsado el timbre hacía ya un buen rato. Obviamente, si el responsable de personal del instituto donde estaba yo trabajando hubiera sido menos estricto, habría pasado un día en cama y no dos o tres, y no habría contribuido a colapsar el sistema de la seguridad social.

Ejemplo 2. Durante la primera semana de trabajo de mi hermana, la mutua de previsión de su empleador (un ayuntamiento, concretamente el del pueblo donde vive esta chica) está realizando las revisiones médicas. Así que ella acude y le sugieren que se cuide una llaga purulenta que tiene en la cabeza. Visita a un dermatólogo privado, que le recomienda una intervención. La doctora, también privada, que realizará la intervención le dice que tiene que ser a primera hora de la mañana. Pero en el departamento de personal le dicen a mi hermana que las ausencias al trabajo por visita médica sólo son válidas justificante del médico de cabecera por medio. Imagínense ustedes: tiene que visitar al médico de cabecera para que le de un papel para una intervención en la sanidad privada. Impensable. De nuevo, un empleador (¡y de nuevo público!) que ayuda a colapsar el sistema sanitario público.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

¿debería pasarme a beta?

Llevo bastante tiempo dudando si pasarme a blogger beta. Lo que más inclina la balanza a su favor es la posibilidad de categorizar las entradas, como hace la gente que utiliza wordpress o como quienes están alojados en sitios más modestos que este, como bitacoras.com o bitacoras.net. En contra, pesa un serio inconveniente: he comprobado, a través de los blogs de amigos que se han migrado, que la migración vuelve inútiles por una temporada los lectores RSS, ya que todas las entradas de los blogs recién migrados aparecen como nuevas. Descubrí esto con mi página aprenderadesaprender.6te.net, que comenzó queriendo ser un blog categorizado pero que durante mucho tiempo he utilizado como lector rss (y ha quedado inútil tras la implantación masiva de beta).

Por otra parte, aunque el editor de vínculos de blogger beta (que he probado a través de la página que tenemos los amigos del pueblo) es muy sencillo de manejar, volver a editar la plantilla para conseguir, por ejemplo, que en el archivo se muestren las fechas de forma más compacta o que la letra de ciertas secciones sea más pequeña, se convierte en una tarea odiosa. Es cierto que me gustaría cambiar más a menudo de plantilla, pero también lo es que con la actual he conseguido cierto equilibrio entre el deseo de incluir numerosas referencias externas y la necesidad de mantener un diseño compacto.

¿Qué os gusta más a vosotros? ¿Beta o la versión clásica? ¿Me podríais dar vuestra opinión?

martes, 14 de noviembre de 2006

¿Otro capítulo?

Benito Adolfo José Antonio Francisco Ramírez de Alenzano y Gutiérrez de Enciso debía su recargado nombre a un abuelo falangista y a un padre demasiado pusilánime como para contrariar a un suegro que había participado en la campaña de Alhucemas y todavía tenía el valor de jactarse de ello. La obsesión de su infancia fue cambiar aquel ridículo antropónimo, que los profesores pronunciaban con delectación enfermiza al pasar la lista diaria, por algo más discreto y corriente: Pepe, Miguel, Kevin, Usmaíl. Sin embargo, al llegar a su decimoctavo aniversario, no sólo estaba suficientemente integrado en la hinchada de un equipo blanco y capitalino como para enorgullecerse de las evocaciones fascistoides de su nombre, sino que se había acostumbrado a que lo llamaran mediante el acrónimo Bajaf. Y así vivió feliz muchos años.

Pues, señor: Estaba una vez Bajaf en la grada de tribuna del Bernabéu cuando, en medio de una jugada que Raúl estaba a punto de estropear, sonó su teléfono móvil. Héte aquí que quien lo llamaba no era otro que Agustín Fernández, el ínclito Agustín Fernández, que necesitaba un presentador para su nuevo reality show. Al señor Fernández le había causado buena impresión su currículum y su actuación en el cásting, y creía que satisfacía todos los requisitos necesarios para el puesto. A saber: buena presencia, don de gentes, la voz plana y carente de influencias geográficas (pronunciaba el español con una impersonal entonación yanqui que resaltaba todos los sustantivos) y lo más importante: estaba dispuesto a cobrar un salario de mierda, más extras. ¡Si vieran ustedes la cara del pobre Bajaf al responder al teléfono...! Cualquiera hubiera dicho que era un raulista asombrado de las pifias de su héroe, tal la mirada de estupefacción que se advertía en su rostro. Hasta tal punto, que la mujer gorda que ocupaba habitualmente el asiento vecino se olvidó, por una vez, de reclamar al árbitro un penalty inexistente.

Cuando Bajaf salió del estadio, tenía la expresión hierática y ausente; en ello no se diferenciaba del resto de los madrileños, excepto aquellos pocos que tenían alguna extraña razón para preferir al Levante. En su mente, la derrota de los merengues se convertía en un extraño augurio acerca de su nuevo puesto. Quizá ambos hechos estuvieran entrelazados: quién sabe si la goleada encajada por Casillas se debía, precisamente, a ese extraño equilibrio de la fortuna mediante el cual la herencia de un tío millonario va seguida, infaliblemente, por la muerte del perro del vecino.

Bajaf se metió en la primera taberna que encontró (si esto no fuera un cuento os diría el nombre y dirección, pues sin duda figura en las páginas amarillas) y se bebió una cerveza, mientras buscaba entre la multitud algún conocido a quien contarle sus cuitas. Como no aparecía nadie (los amigos, ya se sabe, siempre llegan tarde) decidió tomarse otro trago para hacer tiempo. Diez cervezas más tarde, había reunido ya los arrestos suficientes para mantener una conversación con una muchacha de mirada lánguida que, apoyada en la pared junto a la máquina de tabaco, parecía esperar a alguien.

—¿A quién buscas, hermosa princesa, en este oscuro tugurio?
—A alguien que me quite de encima a un pesado que lleva ya dos horas hablando conmigo.
—No te preocupes, yo te lo quitaré de encima. Pero primero me tendrás que dar sus señas personales.
—Es bajito, le apesta el aliento a cerveza, y está hablando conmigo en este momento.

Tras mirar a un lado y a otro, y ver que ni a izquierda ni a derecha había persona alguna, Bajaf comprendió que lo estaban rechazando. Así que, discretamente, comenzó a silbar la melodía de «El puente sobre el río Kwai» y recogió velas, no sin antes realizar un último intento para conseguir el teléfono de la gentil damisela.

Una vez en la calle, miró su reloj. Era una mala hora, esa hora a la que cierran los bares de copas pero todavía abren las discotecas. Así que dirigió sus pasos hacia la parte baja de Torre Europa, con la intención de penetrar (y nunca mejor dicho) en alguna de las discotecas de la zona.

Al momento le hizo frente un gigante. Sus grandes manos revelaban un carácter muscular y agresivo, mientras que frente despejada parecía mostrar una extraña inteligencia, indudablemente puesta al servicio del mal. Sobre sus pequeñas orejas —oscuras, como el resto de su piel— un pequeño auricular indicaba su condición de Portero.
—Completo. —dijo el Portero.

Bajaf, consciente de su debilidad, imaginó que sin duda necesitaría envolver al gigante en extraños circunloquios, de forma que se viera obligado a permitirle el paso. Así que comenzó rogando:
—Por favor, déjeme pasar. No suelo venir por aquí, pero acabo de ver que ha entrado un colega al que no veo desde hace cinco años, y me gustaría saludarle.

Siguió prometiendo:
—Venga, te doy veinte euros si me dejas pasar.

Y terminó amenazando:
—¡Pero si he visto que entraban cinco tías buenorras mientras me hacías esperar aquí! Esto es discriminación. ¿Qué pasa, soy negro? ¡Te voy a denunciar, moro de mierda!

Pero el gigante no atendió ni a ruegos, ni a promesas, ni a amenazas. Ni se movió siquiera. Así que Bajaf decidió montar en un taxi y volverse a su casa.

Al igual que había hecho al acercarse a la puerta de la discoteca, Bajaf se arregló el pelo, la camisa y los pantalones antes de acercarse al borde de la calle. También comprobó si llevaba alguna mancha claramente visible (os recomiendo, niños, que hagáis lo mismo siempre que vomitéis, pero nunca con las manos sucias) y, tras ver que una roncha verde adornaba los bajos de sus pantalones, decidió plegarlos de manera que no se notara demasiado. Esta vez su estrategia funcionó, pues el taxista no se apercibió de su estado hasta que pronunció en voz alta (por tres veces) el nombre de su calle. «Ya es demasiado tarde para echarlo», se dijo el taxista, y lo mandó hacia su casa, procurando ir por el camino más largo. Y así es como el gran Bajaf llegó a su casa el día que el Levante derrotó al Madrid.

Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.

lunes, 13 de noviembre de 2006

Cual gritan esos malditos...

¡Cuál gritan esos malditos!
Pero mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no pagan caros sus gritos.
(Zorrilla, Don Juan Tenorio

domingo, 12 de noviembre de 2006

Es por cosas como esta que no llevo ni 2000 palabras en mi novela...

He pasado las dos últimas horas (y ahora son las 2:14 de la madrugada) leyendo las historias y características de diversos sistemas operativos en la versión anglosajona de la wikipedia. Tras enterarme de que OS/2 está en la base de windows NT (¡claro, por eso hacen referencia a él en la ayuda de línea de comandos de XP!) , esclarecer el arbol genealógico de los diversos unix y unix-like y deleitarme leyendo las características de VMS, he saltado a la página donde muestran la comparativa de diversos sistemas operativos y, al ver que había un sistema basado en el "plan 9", citado a su vez en el artículo de los unixes, y que era gratuito, he decidido investigar.

Se llama Inferno, y resulta que es un sistema que parece estar destinado, como el viejo y supongo que ya casi extinto VMS, a los cluster, y que, además, tiene la ventaja de poderse ejecutar en Linux, en Windows o incluso en un control ActiveX dentro de Internet Explorer. Sí, chicos, habéis oído bien. Un sistema en el que se pueden desarrollar aplicaciones para usarlas en el propio ordenador donde se han desarrollado o bien en otro ordenador. Suena a Java, pero con la ventaja de que lo que se ejecuta dentro del explorador es un sistema operativo completo, así que, si se quiere, se puede disponer de su interfaz de comandos y todo. Y el plugin es mucho más pequeño (1 mega frente a unos 15) que el java de Sun.

¿La única pega? El plugin no funciona en mozilla. Supongo que, como el sistema es de fuente abierta, alguien hará un "plugin" compatible; pero hasta el momento habrá que confiar en java...
EDICIÓN: Cuando escribí el artículo anterior, pensaba que plan 9 era un sistema que no se podía obtener gratuitamente. Me equivocaba. Se puede descargar de Bell Labs. Miren, por favor, los cómics enfermizos dibujados por el autor de su logo)

jueves, 9 de noviembre de 2006

Televisión sin Fronteras

Resulta que la directiva "Televisión sin Fronteras", de cuya vigencia estaba yo dudoso, dado que ninguna cadena cumplía sus especificaciones respecto de la publicidad, sí debía de estar vigente, ya que se está debatiendo su modificación.

Si en otros aspectos de la realidad (como violencia doméstica o seguridad vial) el gobierno ha propuesto con éxito normas que contradecían los hábitos de sus ciudadanos, en televisión no ocurre lo mismo. El dinero es el dinero, al fin y al cabo. Lo que se plantea es rendirse a los hechos: dado que ninguna cadena coloca la primera pausa publicitaria tras los primeros 45 minutos ni se limita a colocar, como mucho, otra 20 minutos después, los gobiernos europeos se bajan los pantalones y se pliegan a aceptar que se pueda colocar la publicidad cuando se quiera. Ítem más: se propone que se pueda interrumpir el desarrollo de una retransmisión deportiva, sin esperar a los tiempos muertos o descansos, para colocar anuncios.

Es cierto que las televisiones necesitan la publicidad para subsistir, pero también está claro que es incoherente quejarse del aumento de la oferta de mercado publicitario suscitada por la TDT y luego pretender que se amplíen los tiempos para publicidad. Bajen los tiempos y suban los precios.

Y respecto al gobierno, es cierto que aplicar ese apartado de las leyes de TV y radio que permite clausurar una concesión ante los inclumientos reiterados de las normas sería tan peligroso como aplicarle la ley de partidos a alguno de los dos mayoritarios, pero esa falta de huevos ya huele un rato. De mí dicen que soy un pusilánime, pero ante la reiteración tomo medidas.

Edición: resulta instructivo leer los precios y condiciones de contratación de las diferentes cadenas de televisión. En ellas aparecen a veces condiciones que, aparentemente, no se cumplen. Por ejemplo, creo haber visto en Telemadrid sobreimpresiones con gráficos animados, cuando según las condiciones de contratación están prohibidas "por ley".

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Arancie! Arancie!

Lo bueno de tener unos vecinos terratenientes es que de vez en cuando te obsequian con los productos que, generosa, ofrece la tierra en las distintas temporadas. Llega el otoño a Madrid, y a casa de mis padres llegan, directamente de una plantación valenciana y por cortesía de los habitantes del séptimo, unas mandarinas que se van del mundo, porque aunque nadie les puso la etiqueta de ecológicas, están cultivadas sin ningún tipo de pesticida.

Supongo que ya sabéis que de Valencia salen al resto de Europa las mejores naranjas de España. Eso quiere decir que las peores no van al extranjero, sino que se quedan aquí, en forma de zumo (la publicidad nos dirá luego que ha habido un riguroso control de selección: cualquiera que trabaje en calidad os dirá que la cuestión es seleccionar, sea género de primera o de tercera). ¿Y qué pasa, finalmente, con la fruta que no es buena ni mala, sino solo mediocre? Que llega a nuestras fruterías, previamente maquillada. Bueno, a todas no. Sospecho que a los Valencianos será difícil darles gato por liebre.

Cuando uno viaja al extranjero se asombra del precio de la fruta. Recuerdo los puestos callejeros italianos —Arancie! Arancie!: parecía que estuvieran matando a la pobre Arancha— de fruta buenísima y carísima. ¿Por qué es más barata en España? No sólo por su abundancia, sino porque nos hemos ido acostumbrando —y soy el primero— a valorar más el aspecto externo que el sabor. Por eso pocos compran agricultura ecológica. Pero creedme: cuando uno abre una naranja de piel mate y rugosa, y le hinca el diente, comprende que las naranjitas brillantes de la bandeja de espuma son muy inferiores, por bonitas que parezcan. Y además se pudren antes.

lunes, 6 de noviembre de 2006

Capítulo II

Sentado en su cuarto, Javier Gómez leía atentamente la carta que acababa de entregarle el portero de la residencia. No recordaba ya de qué podía tratarse: quizá eran esas pruebas a las que se había presentado por acompañar a Marta. Marta... Una malagueña escultural que podía fulminarte con sus dos ojos negros sin dejar de sonreír al mismo tiempo. Lo habían dejado un par de meses atrás (a Marta no le gustó que tonterara con Andrea, y a Javier tampoco le gustó que Marta llamara, a cada momento, a su amigo Óscar, aunque le jurase que entre ellos no había nada) y, a pesar del tiempo pasado, seguía acordándose de cómo ella le convencía para que participase en actividades que contradecían su profundo sentido del ridículo.
Sus ojos pasaron de la carta a la pila de libros (Derecho mercantil I, Código de Comercio, Principios del Derecho Fiscal, Historia del Derecho...) y de allí al póster de Metallica situado entre la mesa de estudio y la ventana. Al otro lado de la ventana, ala cabecera de la cama, había un corcho con unas cuantas fotos de sus colegas y de sus conquistas. Allí estaba la foto que Marta le había hecho justo antes de entrar al cásting.
Bueno, parecía que algo había sacado de aquella relación tormentosa. Una invitación para participar en un programa de televisión, acompañada de una copia del contrato que tendría que firmar. Las fechas de producción eran imposibles (le impedirían presentarse a los exámenes) y las condiciones del contrato le parecieron draconianas. Aun así, seguro que podría sacar tajada. No era el típico chaval que tiene como máxima aspiración la fama rápida y efímera del personaje televisivo, pero a nadie le amarga un dulce. Así que se puso unos vaqueros y, sin cambiarse la camiseta de AC-DC con la que había dormido, se acercó a la puerta de Ernesto.

Si esto fuera una novela de Frederick Forsyth, la historia de Ernesto sería muy complicada. Un hombre de tez clara y cabellos rubios habría llamado, años atrás, a la puerta de una casa de Guadalajara, España. La mujer de tez morena que habría salido a abrirle se habría dado cuenta de que era un desertot, uno de esos muchachos llegados de Francia, Inglaterra y países incluso más lejanos para combatir el fascismo, que a su llegada conocían el horror de la guerra y ponían pies en polvorosa. Entre el desertor —un norteamericano neoyorquino de apellido indudablemente judío— y la bella Dolores Martínez habría surgido una pasión incandescente pronto interrumpida por los gritos de unos milicianos y unos golpes en la puerta. Los milicianos (o quizá unos falangistas, vaya usted a saber) se habrían llevado a rastras a Sam Goldstein, y el sonido inconfundible de unos disparos en el patio de atrás habría anunciado su fusilamiento. Pero Sam habría dejado arreglados sus asuntos de modo que Dolores pudiera contactar con su familia en caso de encontrar una manera de salir del país. Forsyth, a pesar de su prolijidad, habría ahorrado los detalles sobre el carguero atiborrado de refugiados y los controles en la isla de Ellis, pero no habría olvidado mencionar la susceptibilidad de la familia Goldstein ante una shiksa (Forsyth nunca diría gentil), católica, por más señas que llama a su puerta y les entrega unas cartas según las cuales la criatura que porta es su nieto.
Apesadumbrados por el terrible secreto de familia, acogen a la mujer entre sus criados y mandan al nieto a un colegio donde no se mencione la palabra socialismo. Al cabo de los años, el descendiente vuelve a España e imparte clases en el Colegio Americano, en el que estudiaría Erenesto, que aprovecharía sus naturales habilidades para aprender idiomas, amén de la intimidad ideológica con su profesor, como medio para acceder a la cama de la señora Goldstein, licenciada en filología eslava.
Sin embargo, como acabo de decir, esto no es un best-seller americano, y por ello desconocemos todos los detalles —sin duda, apasionantes— que hicieron que Ernesto, a pesar de estar cursando un doctorado en Derecho y ser un especialista en propiedad industrial e intelectual, siguiera viviendo en el colegio mayor y no pusiera reparos en salir —noche sí, noche también— con compañeros menores que él e incluso novatos.
A este Ernesto vino Javier con su carta y los contratos que la acompañaban. Sabía que los abogados no son como los médicos (a los que cualquiera puede ir con sus problemas de salud, incluso mientras están tratando de ligarse a una rubia en la Joy), ni como los informáticos (a los que cualquiera puede convencer de que le arreglen el PC que acaba de saturar de spyware), pero aun así tenía sus esperanzas, ya que en la puerta no encontró las zapatillas que indicaban «tengo una resaca enorme, déjame dormir y no molestes».
Llamó a la puerta, digo —decía cuatro párrafos atrás— y le abrió un individuo ojeroso, cuya cara redonda revelaba una propensión natural hacia la ingesta de grasas saturadas. Llevaba unas gafas de concha y las arrugas de su despejada frente revelaban que superaba ya los treinta años. No por nada he sugerido, unas líneas más arriba, que era uno de los más ancianos habitantes del colegio mayor. Se llamaba Ernesto —pero, ¿cuántas veces he de repetirlo?— y era el individuo al que Javier estaba buscando —Si no, ¿para qué habría llamado a su puerta?

—Quiero que examines estos papeles y me des tu sincera opinión.
—¿Qué prisas tienes? Vayamos al comedor y desayunemos algo mientras lo leo.

jueves, 2 de noviembre de 2006

Capítulo I

Si esto fuera una novela de Agatha Christie, la historia comenzaría en un tren. Un personaje tendría una conversación casual con otro mientras se dirigían a la Isla Misteriosa donde todos morirían (el final trágico es exigencia del género) y durante el largo viaje iríamos conociendo de nuestro protagonista todos los detalles, incluidos sus más ocultos pensamientos, exceptuando el hecho (sin duda, trivial) de que ocupa su mente en cometer un crimen.

Pero yo, pobre novelista a destajo, no puedo evitar la tentación de sustituir los elegantes y anticuados ferrocarriles por un casposo y mugriento autobús que va de una ciudad sin nombre (pongamos, Almería) a un pueblo anónimo y costero donde se toma el transbordador que conduce a una isla abandonada, más grande que Perejil, pero menos que las Cíes.

Me llamo Pepe Sánchez, y comienzo esta novela en el asiento del autobús, leyendo una carta en que se cifran mis esperanzas de futuro.

Estimado Señor Sánchez:
Agradecemos que nos haya enviado su currículum. Actualmente, no disponemos de ningún puesto que se ajuste a su perfil, así que lo almacenaremos en nuestra base de datos a fin de considerarlo para futuras vacantes.

No, no era esa carta.
Tomé el papel arrugado que llevaba en el otro bolsillo, ese con el que había considerado envolver el bocadillo antes de subir al autobús. Allí estaba. La misiva, enviada por una tal Mediterráneo Productions (nombre no por hortera menos susceptible de existir en la realidad) era una invitación para participar en un "experimento social", como decían ellos. Y lo era, porque iban a tratar de demostrar que se podía desbancar del primer lugar de la parrilla a Gran Hermano, nada menos.
Mientras pensaba estas cosas, miré a la chica que viajaba a mi lado. Pensé que, si por lo menos fuera un personaje de doña Agatha, podría iniciar una conversación con mi compañera de viaje, con todo el glamour que aportan guantes, sombrero hongo, un buen equipo de viaje (con sus ungüentos en bote de porcelana, sus peines de concha de tortuga, sus cubiertos de plata y su petaca) y otros complementos imprescindibles sesenta años atrás. Pero, resignado a vivir en el hoy, me dije que sólo había presenciado en mi vida dos conversaciones tales: una vez, un sudamericano (no recuerdo si porteño, caribeño o andino) que debía de pensar que queda algo de carácter mediterráneo acá en la Madre Patria se dirigió a mí y estuvimos conversando formalmente sobre temas sin importancia (no sé ya si Chomsky o el psicoanálisis). Otra vez, estupefacto, contemplé cómo un muchacho de unos dieciséis le echaba los tejos a una chica que hacía las prácticas de magisterio, o incluso ejercía ya la profesión, a juzgar por el cúmulo de exámenes que estaba corrigiendo. Pero en el mundo real, nadie iniciaría una conversación.

—¿También vas a la Isla?
—¿Quién, yo? —respondí, sorprendido.
—Te he visto abrir la carta de Mediterráneo Productions. Así que supongo que vas a la Isla, ¿no?
—Bueno, sí. ¿Tú también?
—Soy una de las concursantes. Ágata. Y tú, ¿concursas o eres del equipo?

Tuve la tentación de decir que era del equipo, pero tarde o temprano acabaría por descubir que era concursante. Así que hice lo que cualquier chico haría en una situación similar: mentir.

—Bueno, soy periodista. Me envían para que escriba cuatro cosas sobre el programa. Pero —y esto es un secreto— quiero convencer a los de la productora para que me metan como si fuera un concursante, para hacer una especie de crónica que se publicará en una revista del corazón.

Elegí presentarme como periodista por dos razones. La primera de ellas, porque realmente lo soy, aunque las fluctuaciones del mercado laboral han impedido mi acceso a un puesto de trabajo acorde a mis expectativas. La segunda, porque los periodistas tenemos en nuestras manos un inmenso poder que utilizamos para denunciar el mal y proteger el bien, y ese poder suele impresionar a quienes nos escuchan. Así que no estaba preparado para la respuesta que me dio Ágata.

* * *

Si esto fuera una novela de Agatha Christie, la historia comenzaría en casa de Miss Marple, entre porcelana fina y cubiertos de plata sobre manteles de hilo. Pero algo me dice que esta novela no la escribe la anciana británica, ya que nunca he visto en sus novelas manteles de papel estampados con fotografías de hamburguesas. Alguna vez ha de ser la primera, claro, pero me da a mí que a mi ídolo no le gustaban antros como este. Por Dios: ¡ese niño está metiéndose las patatas fritas por la nariz! ¿Es que su madre no va a decirle nada?

En fin, ya me veis aquí, en el restaurante de comida rápida de un lugar perdido en medio de la nada (en medio de la nada, no: creo que todavía seguimos en Andalucía), tomando una hamburguesa mientras espero a que baje la temperatura del motor de mi R-12 de segunda (es un decir) mano. Sería soportable, incluso para mí, si no fuera porque ahí enfrente está un chaval que, indudablemente, es el cabrón del mini que ha estado gritándome obscenidades por la ventanilla.
Creo que está mirándome.
Horror: ¡viene hacia aquí!

—¡Hooola, guaaapa!
—¿Nos han presentado? —mi arqueo de cejas suele ser infalible.
—Bueno, creo que no —será imbécil: ¡no ha cogido la indirecta!—, pero hemos compartido ya unos cuantos kilómetros. Tú ibas en un R-12, ¿verdad?
—Pues la verdad es que sí. Tengo el Jaguar en el taller, así que Bautista tuvo la gentileza de prestarme su coche particular.
—¡Qué graciosa eres! ¿Te tomas una copa con nosotros? —no, si encima querrá presentarme a su amigo. ¿Será en plan trofeo, o estará haciendo de Celestina?
—No bebo cuando conduzco, gracias. —esto le corta al más pintado—. Además, tengo prisa.
—Ya veo, ya. ¿Cuánto llevas aquí, leyendo el libro de la Agatha esa? ¿Media hora? El libro no merece la pena: el asesino es ese hombre que muere en el capítulo 1. Estaba vivo, el cabrón de él.
—Gracias por informarme. Pero, visto que no te lo crees, te diré que estoy esperando a que se me enfríe el coche. Tiene la aguja muy alta. Pero en cuanto baje, acelero a fondo. Tengo que coger un barco en... y creo que llego tarde.
—Huy, ¿tú también vas a la Isla? Así que leías el libro de la Agatha... ¿Y vas de concursante o eres de la productora?
—¿Y eso qué importa?
—Bueno, si eres de la productora, llamo al Jordi, que sabe un huevo de mecánica, y te hace un apaño para que no llegues a última hora. Pero si eres concursante... Bueno, comprenderás si te digo que no me gusta la competencia.
—Claro, es lógico. Gema Pérez, asesora legal de Mediterráneo Films. ¿Firmaste ya los contratos? No sabes lo que nos costó redactarlos.

Elegí presentarme como abogada por dos razones: la primera, porque los abogados somos respetados por nuestra función social de defensa de los débiles contra la injusticia, y la segunda, porque es la carrera que estudio, y con buenas notas. Aunque lo que me gustaría ser es detective. Pero eso ya lo habíais deducido, ¿verdad? Elemental, querido Watson.