Como acabo de deciros, este es un momento propicio para dejar hablar a Horterolo, que se ha quedado impresionado al ver cómo se celebran las bodas en Italia, al menos en el sur.
Los españoles estamos castrados por esa maldita costumbre según la cual nadie se levanta de la mesa hasta que acaben todos. Por ello, ingerimos plato tras plato en un banquete pantagruélico, y sólo comenzamos a bambolear nuestra barriga hinchada al ritmo de música tropical o (en el peor de los casos) pasodobles cuando estamos a punto de naufragar en el vinoso ponto de los digestivos, a menudo tras un vals que abren los contrayentes. Los italianos, en cambio, consideran normal levantarse y bailar entre plato y plato, hacer el brindis por los novios en la mesa de los homenajeados, o incluso obligarles a bailar. Eso viene muy bien porque, como en Italia no se puede fumar en los restaurantes, ofrece la posibilidad de echar un cigarrito en el jardín del "Bodas-Bautizos-Comuniones" que corresponda.
A Horterolo le gusta esta manera de celebrar los matrimonios, pero, aun así, le ha encontrado un defecto: una vez han bailado y comido hasta caer rendidos, los italianos pasan al café-copa-y-puro y comienzan a apalancarse. Justo cuando a Horterolo le estaban empezando a entrar ganas de echarse un bailable.