martes, 1 de febrero de 2005

Escapadita

Este fin de semana he aprovechado la fiesta del patrón de mi gremio para escaparme con unos amiguetes (también profesores) y mi hermano a Mérida (que al final vimos deprisa y corriendo) y a Évora. La ciudad portuguesa es preciosa (me dejé la cámara digital, pero escanearé las fotos que hice con una desechable), y merece un vistazo; sin embargo, a mis amigos les decepcionó porque no había nada de marcha (como nos confirmó luego un estudiante de erasmus). Al fin y al cabo, es una ciudad muy pequeña....
Dónde me alojé:
Mérida: Hotel Nueva España. Barato (38€ hab. doble con calefacción) y dispone de calefacción para los inviernos que, como este, son duros (los edificios del sur no suelen tener calefacción).
Évora: Pensión Giraldo. Barata (35€ hab. doble) y con un estilo retro muy simpático (todas las habitaciones, así como las zonas comunes, están adornadas en estilo años 40; las camas individuales tenían por lo menos 1,5 metros de ancho). Sin embargo, eché de menos la calefacción, y los baños estaban un poco destartalados (eché de menos un lugar donde colgar la ducha).

Qué ver:
Mérida: Íbamos con prisa, así que prácticamente sólo vi las ruinas iluminadas del centro de Mérida (templo de Diana, foro, algunas ruinas en casas particulares), además del conjunto formado por teatro y Anfiteatro y... ¡el puente! Quizá podríamos haber visto más cosas (yo eché en falta una visita al museo de Arte Antiguo) si no nos hubieran entrado ganas de cruzar por el puente antiguo, peatonal, y volver por el puente colgante moderno. Pero ese recorrido también mereció la pena. El río Guadiana es precioso.
Évora: Lo más interesante de Évora es el trazado de sus calles, las casas bajas que recuerdan algunos barrios de ciudades del sur de España, que a los que venimos del norte nos resultan simpáticas. Un bonito paseo consiste en seguir el acueducto desde el centro de la ciudad hasta su salida, viendo cosas curiosas, como el lugar donde un arco de menos de 1,70 metros da acceso a calles al otro lado del acueducto, o la central de bombeo que todavía en 1930 unía la infraestructura renacentista con las trazadas en el siglo XX. Sería interesante continuar el recorrido hasta llegar al fortín situado al noroeste de la ciudad, pero para llegar hasta él hay que pasar por el arcén de una carretera, lo cual no es una actividad recomendable al anochecer de un domingo, momento en el que decidimos efectuarla. A esa hora es mucho mejor subir a la parte alta de la ciudad y contemplar el Templo de Diana, situado en lo que sospecho sería la acrópolis del asentamiento romano.

Os contaría dónde comer, si lo hubiera anotado, pero no lo hice. En cualquier caso, si hubiera tenido tiempo habría tratado de averiguar qué eran esas barras portátiles y parrillas humeantes que había fuera de dos bares en la avenida Carolina Coronado de Badajoz, y si aparecen todos los fines de semana o sólo durante alguna festividad.

La nota divertida del viaje la puso el transporte: íbamos sin ningún plan, y teníamos sólo el billete Madrid-Mérida en tren, pero con la vuelta cerrada. Decidimos ir a Badajoz para coger algún bus a Évora, y vimos que la mejor manera de volver era coger a la vuelta el mismo talgo en el que teníamos la ida.
Al pedir el billete Badajoz-Évora ida y vuelta nos asustó tener sólo 50 minutos de margen, pero nos aseguraron que el bus casi nunca se retrasaba (y, aunque a la ida habíamos caminado el trayecto entre la estación de ferrocarriles, al norte de la ciudad, y la estación de buses, al sur de la ciudad, en 30 minutos, bien podíamos hacerla en 10 si decidíamos tomar un taxi).
Pero a la vuelta el autobús llegó tarde a Évora y además nos paró la migra en Badajoz. Mientras los guardias nos hacían esperar, íbamos contando el tiempo. Quedaban 35, 30, 25, 20 minutos... Por fin arrancó el bus, y entonces vimos que entraba a la ciudad desde el norte, lo que indicaba que tendría que atravesar media ciudad en hora punta. Mis amigos, que aunque profesores son a veces un poco críos, se desesperaban y pretendían que pidiéramos al conductor que nos bajara en mitad de un puente (debe ser que desconocen las normas de circulación, aunque ellos tengan carnet y yo no). Llegamos a la estación de buses con menos de 10 minutos de tiempo. Salimos del autocar corriendo, cogimos nuestras cosas, abordamos un taxi, le pedimos que, por favor, se diera prisa y nos organizamos para pagar y coger el equipaje. Aun así, tuvimos que correr para montar en el tren en el último segundo.

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