domingo, 12 de febrero de 2017

Robert A. Heinlein: La luna es una cruel amante.

Heinlein, Robert A.:La Luna es una cruel amante, Factoría de ideas, ISBN: 978-84-9800-848-7 ?? [Según www.mcu.es; versión Kindle distribuida por Amazon, basada en Heinlein, Robert A.:La Luna es una cruel amante. Arganda, Factoría de ideas, 2009, ISBN 9788498005035, 352 págs.]
Descriptores:
Ciencia ficción. Política Ficción. Rebeldes.
Precio de lista
9.99 Euros -- conseguida gratis con las ofertas de Kindle para Samsung.

La Luna es una cruel amante es una de las tres novelas de Heinlein que yo considero básicas. Su argumento desarrolla una insurrección independentista en la Luna desde el punto de vista de la estrategia política, lo que permite a Heinlein desarrollar su filosofía ética basada en el rechazo a todo gobierno, a toda norma, a toda ley que no se base en la asunción de la responsabilidad completa de cada individuo sobre sus propios actos. Aunque hay un par de guiños a la ciencia ficción dura (al fin y al cabo, Heinlein era ingeniero, y lo demuestra con el cálculo de la energía producida por la caída de una carga desde la Luna a la Tierra), el principal rasgo futurista de esta novela, aparte la elección de escenario, es su protagonista: un ordenador. Ese papel protagónico de la computadora le permite preguntarse sobre los riesgos de una sociedad cerrada en que un solo cerebro lo controla todo. Algo muy actual para una novela escrita en los 60 (aunque la idea ya está en otros autores de la época).

En Internet he visto algunos comentarios que hablan del pobre estilo del texto y escaso desarrollo de los personajes. Es cierto; Heinlein utiliza un lenguaje relativamente coloquial salpicado con la jerga procedente de otros idiomas (en concreto el ruso) que se espera que se hable en una colonia penitenciaria internacional. Y se sacrifica el desarrollo de los personajes a favor de la trama. Personalmente, estoy aburrido de esos libros pretenciosos que desarrollan mucho los personajes pero en que realmente no hay narración alguna; si quiero un libro de personajes, elijo a Flaubert o a Clarín, no un libro de ciencia ficción. Por otro lado, en muchas obras (literarias, de cómic o cinematográficas) los intentos por crear un perspectivismo de personaje polifónico acaban, tras páginas y páginas (o minutos y minutos) de cháchara vacía, en una serie de diálogos que repiten tópicos y personajes no planos sino planísimos. Por ello prefiero que los personajes no estén desarrollados y la trama sí a que ninguna de las dos cosas valga la pena.

Por último, un comentario sobre la edición electrónica de Amazon. Al ver esta novela en las ofertas de Kindle para Samsung (aparecen en la versión de Kindle de la tienda Samsung), decidí descargarla, aunque sospechaba que la traducción podía flojear, como en otras ediciones de Factoría de Ideas. De hecho, en la tienda Kindle hay comentarios en ese sentido. Pero, frente a lo que decían los comentarios, no he tenido dificultades para comprender la traducción, y solo he visto tres o cuatro fallos gramaticales, casi todos al final. Sí hay bastantes erratas, casi todas consistentes en la partición de un párrafo o en el cambio de tipo de letra, algo que creo que es perfectamente asumible, dado el papel del papel.

martes, 7 de febrero de 2017

El papel del papel

El papel se va a acabar. Acaban con él las administraciones públicas, las compañías que nos facturan a fin de mes, los patrones que expiden nuestras nóminas. Sustituyen esos documentos por otros "totalmente válidos como prueba", pero que solo podemos recuperar mientras somos clientes o empleados y que pierden, además, su valor probatorio en cuanto sus firmas digitales (en los casos en que existen) caducan. Plazos, por lo general, muy cortos.

Pero en esta sociedad del sin-papel, curiosamente, digitalizamos. Y digo curiosamente porque digitalizamos documentos digitales, previa impresión. Hay casos curiosos. No hace demasiados años, la Real Academia escaneó los fondos de una editorial y los reeditó a partir del OCR. La gracia está en que aquella editorial había nacido en los años 90, época en que el proceso de impresión era ya digital, y que su labor era la edición crítica, es decir, la fijación de los textos originales carácter por carácter. Así, cualquier en una sola letra contaba. A un filólogo como yo, el proyecto de la RAE le sonaba extraterrestre. Como si yo mismo hubiera metido en mi escáner el ejemplar de la 2ª edición de "El sí de las niñas" que anda por casa de mis padres, y a partir del ReadIris (es lo que se llevaba por aquel entonces), sin comprobar ninguna fuente secundaria, hubiera presentado una edición como tesis doctoral. ¡Toma ya!

Pero la cosa no es de chiste. Si era tan ridículo el uso del escáner por parte de instituciones como la Academia o revistas fundadas después de los 90 que siempre han exigido originales en formato electrónico a sus autores, ¿por qué lo seguimos haciendo?

Principalmente, porque, al igual que pasaba con los originales en papel de las obras de siglos pasados, nadie se molesta en conservar el original electrónico. O al menos no se molestaba hasta hace poco tiempo. Y de forma secundaria, porque, a pesar de que insistamos en conservar copias digitales, los formatos no duran para siempre.

El otro día me topé con el problema mirando un archivo antiguo escrito en mi ordenador. Hacia 2004, en un intento de mejora de mi productividad, comencé a escribir mis documentos en un Macintosh IIci de principios de los años 90, para después imprimirlos en mi PC. En aquella época, Microsoft-Word para Windows no sabía traducir los documentos de Mac, pero el Novell Wordperfect 8.1 para Linux (la única versión gratuita de WordPerfect que he conocido) traducía con la misma facilidad el WordPerfect para Mac y el Microsoft-Word para Mac. Así que yo escribía en un Mac e imprimía en un PC, sin mayores problemas.

Sin embargo, en mi ordenador actual no hay ningún programa que ni siquiera identifique adecuadamente el formato de aquellos archivos (que, puesto que se escribieron en un Mac, no poseen extensiones, pues las extensiones son una absurda idea de MS-DOS que no se convirtió en estándar de facto hasta la llegada de Windows 3.1). Gracias a la manía de los programadores de Word (y enemigos de WordPerfect en general) de separar la capa de texto y la capa de formato, que el archivo se hizo con Word y puedo leer su texto. Pero no puedo convertirlo. Para hacerlo, tendría que desempolvar el 486 que tengo en mi trastero...

...Algo que probablemente ninguna editorial haría. Nadie en su sano juicio va a guardar esos antiguos disquetes o los ordenadores capaces de leerlos. Así que sólo nos queda el papel, el papel conservado en las bibliotecas universitarias, que podemos digitalizar en cualquier momento (es la ventaja de la copia dura o copia física).

Pongámonos ahora en la piel de los investigadores del futuro. Cuando quieran consultar las leyes que han estado en vigor en el período actual, ¿podrán hacerlo en Internet? ¿se habrán borrado los archivos por ser obsoletos? ¿Seguirá habiendo, dentro de 100 años, equipos capaces de leer archivos PDF? ¿Y de verificar las firmas? Si los servidores de verificación de las administraciones públicas emiten firmas que duran 6 meses o un año, ¿cómo puede demostrar alguien, llegada la hora de su jubilación, que la historia de vida laboral que imprimió diez años atrás es verídica? ¿O que recibió un nombramiento como funcionario interino diez años atrás?

Es muy fácil conseguir el orwelliano propósito de reescribir cotidianamente el pasado si todos los medios se convierten en electrónicos o si, como he leído recientemente, se comienzan a imprimir los periódicos en papel que se borre automáticamente a los cinco días (hace unos años, la tienda Thinkgeek vendía una pluma cuya tinta se borraba al cabo de unas horas: tuvieron la precaución de advertir sobre las consecuencias legales de emplearla para firmar cheques). ¿Somos conscientes de los riesgos? ¿O es que hay quienes ven en estebug una feature?

Cada vez estoy más seguro de que el futuro será digital y virtual, numérico y falso.