domingo, 27 de marzo de 2011

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L... ln rfgá!!

Irefvóa nagrevbe

Horario de verano

Anoche, a las dos de la madrugada, comenzó a aplicarse el horario de verano. Eso supone que lo primero que he hecho al levantarme haya sido ir por toda la casa comprobando la hora de relojes, móviles, agendas, televisores, videos que gracias a la TDT ya no actualizan su hora. Como yo, cuarenta millones de personas en el país habrán hecho lo mismo.

Es cierto que me gusta disfrutar del aumento subjetivo de luz diurna que proporciona este horario, pero cuando dicen que cada hogar español ahorrará miles de euros gracias a este cambio se equivocan. Se equivocan porque no es un cambio ideado para los hogares: es un cambio ideado para las empresas. Si, existe el ahorro y existen los hogares, pero no se puede dividir el uno entre los otros: Es como si dijéramos que gracias al cambio horario, cada cocotero de España (supongo que serán uno o dos) ahorrará una ingente cantidad de chopecientos millones de leuros.

Mucho antes de que se inventase este horario de verano ya existía otro. El que regulaba que los obreros entrasen en la fábrica una hora antes en los meses de primavera y verano. Pues eran las fábricas las principalmente beneficiadas con el aumento de luz matutina que trae el verano. Fábricas que estaban construidas según una filosofía completamente distinta a la actual: dado que la luz primero de gas y luego eléctrica alumbraba poco y era cara, los grandes edificios (fábricas, estaciones de tren, hospitales, escuelas) estaban cubiertos de ventanales, de vanos por los que se filtraba la luz, pero también el calor y el frío. Vanos que obligaban a los grandes edificios a tener altos techos para aprovechar hasta la última mota de luz, encareciendo la construcción.

En el diseño arquitectónico moderno se han suprimido los vanos. Las ventanas son pequeñas y no se pueden abrir. Edificios como el del colegio en que estudié se consideran ineficientes, pues el ahorro de luz no se puede comparar, en estos tiempos, al gasto en climatización. Los techos también se hacen pequeños, para ahorrar tanto calefacción como suelo. La ventilación favorecida por esos techos se considera innecesaria: el circuito del aire acondicionado se encargará de ventilar, y si resulta que esparce una plaga entre los empleados, ya se mandará a alguien a cambiar los filtros.

Realmente no creo en el ahorro del horario de verano. El sistema de construcción, que prima la luz artificial, hace que ésta se emplee todo el día, así que sólo quedan algunas actividades en que la luz natural sirva para algo: las actividades al aire libre (como la limpieza de calles y el mantenimiento de carreteras), la construcción de edificios y el cultivo en invernadero (que son asimilables a las anteriores) y poco más. Además, muchas de esta actividades se realizan por turnos, ocupando las veinticuatro horas del día, tanto en invierno como en verano.

No nos engañemos: el cambio de hora hace mucho que se convirtió en un ritual. En nuestro país solo les queda una de sus funciones económicas: permitir que en verano anochezca a las diez, permitiendo aprovechar en las terrazas de verano algunas horas de la noche, antes de que se hagan las doce y los municipales manden cerrar el chiringuito.



Otros artículos sobre el tema en este blog:

jueves, 17 de marzo de 2011

Tres cuentos hiperbreves 3: Tarros de farmacia

El último cuento que envié al concurso del Camino de la Lengua Castellana 2010 trata sobre una experiencia infantil: mi visita al monasterio de Santo Domingo de Silos siendo un niño, a los 6 o 7 años.

Tarros de farmacia


Visité el monasterio de Silos hará cosa de treinta años, siendo un crío. Me llamó por entonces la atención la botica, llena de extraños tarros con rótulos indescifrables. El guía nos mostró un cuerno de unicornio que protegía contra los venenos y otros ingredientes propios de los recetarios de las brujas. Ahora ya no creo en brujas, ni en unicornios, ni tengo fe en que pueda sanarme una hierba que, al fin y al cabo, ha estado expuesta, si silvestre, a los humos de los vehículos, y, si cultivada, a los pesticidas. Por eso, cuando vuelva allá este verano, después de tanto tiempo, evitaré aquella estancia y dejaré que se cubran de polvo, en los anaqueles, los viejos frascos donde deposité mis ilusiones infantiles.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Tres cuentos hiperbreves 2: Glosas.

Seguimos con los microcuentos dedicados al Camino de la Lengua Castellana. El de hoy está inspirado por las glosas emilianenses y silenses, esas anotaciones en que los monjes traducían al naciente castellano palabras sueltas de su misal latino, del mismo modo que mis alumnos orientales traducen al mandarín palabras sueltas de su libro de historia...

Glosas


El profesor dijo que algún día nos llevaría a San Millán para hablarnos del monje que hizo una chuleta para entender lo que decía su misal, quizá sin percatarse de que el latín que hablaba ya no era latín (del mismo modo que aquel otro que viajó a unas Indias que no eran las Indias), y explicarnos cómo un erudito, que sí hablaba latín, descubrió el libro y dijo algo así como: "¡mirad, mirad, he aquí el primer texto castellano". Y que realidad no está tan claro que fuera castellano, castellano, pues está influido por otros dialectos del latín que se hablaban en ese cruce de caminos de la Rioja. Pero eso nos lo contaré otro día, dice, con la ayuda de nuestro señor, señor Cristo, señor Salvador...

martes, 15 de marzo de 2011

Tres cuentos hiperbreves 1: Estar en Alcalá.

Cada cierto tiempo, compruebo si los concursos a los que he enviado cuentos se han cerrado, para poder publicar en mi blog los microcuentos correspondientes. Hoy he visto que ya se han publicado los ganadores del concurso de relatos "Camino de la Lengua Castellana 2010". La mala noticia es que no me he llevado nada (a pesar de lo horrible que es el cuento ganador, mucho peor que el que se lleva el áccesit). La buena noticia es que ya puedo colocar tres esos cuentos en mi blog.



Estar en Alcalá



No sé si puedo decir que haya estado en Alcalá. He pasado por Alcalá, es cierto; he hecho algún cursillo en Alcalá; incluso he trabajado allí breves temporadas. Pero nunca he estado en Alcalá. He pasado más horas en Alcalá que en Huelva, y, sin embargo, creo que allí sí que he estado, pues visité todo lo que había que visitar. De la ciudad complutense, en cambio, apenas conozco sino las murallas, y esas porque se construyeron paralelas a la carretera por la que circulaba mi autobús. Mil veces he tenido alguna excusa para hacer turismo por allá, pero una u otra razón (las lluvias de otoño, los horarios imposibles, los planes con los amigos, la falta de automóvil) me disuadían. Y no es por saber dónde nació Cervantes, ni por conocer la cuna de la Políglota, sino —qué demonios— porque, ya que he trabajado allí, me siento en la obligación de haber estado, aunque sea unas horas, en Alcalá.

martes, 8 de marzo de 2011

De nuevo sobre mujer y trabajo

Decir que a finales del siglo XIX (otros dicen que a mediados del siglo XX) comienza el trabajo femenino, es simplemente decir que comienza el trabajo femenino del grupo dominante, pues hasta entonces la mujer había trabajado —y muy duro— en la agricultura, el comercio y la industria. Y es más, decir que el trabajo de las mujeres de clase dominante comienza hacia el final del siglo XIX significa, simplemente, que en la clase dominante la mujer comienza a trabajar sólo cien años después de que el hombre hubiera comenzado a hacerlo. El ideal del trabajo, no lo olvidemos, es un ideal fundamentalmente moderno; «los que viven de sus manos», que dijo Manrique, siempre han estado debajo de los «ricos», nobles primero y burgueses después.

Edición 30/1/11:La única liberación que ha traído el trabajo a las mujeres es su capacidad para medirse de igual a igual con los hombres en una época en que el trabajo ha sido profundamente exaltado (especialmente, como dice Gilbraith,
entre aquellos que menos trabajan). Más importante es la remuneración de ese trabajo, que es lo realmente nuevo.



Este artículo programado fue compuesto originalmente el 28 de enero de 2011.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Valdemingomez, IV

Para eso les pagan —dices, mientras lanzas
al suelo el contenido del iglú.
¿Para eso pagan? Y tú sabes las ratas
a las que pagas tú?

(Original 18/2/2011).

martes, 1 de marzo de 2011

Valdemingómez III

Dejas la bolsa sobre el contenedor,
para el perro,
y luego te asombra que se esparza
por tu calle.

No caminas dos calles
para echarla:
dejas la bolsa sobre el contenedor,
para el perro.


(Original: 18/2/2011)