jueves, 28 de enero de 2010

De trabajos, jubilaciones y otros

Pertenezco a un gremio en que existe una reducción de jornada a partir de los 55 años que se extingue a los 60. Y es que aunque nuestro "contrato" nos permite jubilarnos a los 70, casi todo el personal se prejubila anticipadamente (y en condiciones ventajosas) a los 60. Podríamos pensar que se debe a que trabajo para la administración pública, pero condiciones semejantes no son extrañas en el sector privado, donde un trabajador de 60 (¿qué digo 60?: ¡55!) años es indeseable. Indeseable porque no conoce las nuevas tecnologías ni quiere adaptarse a ellas (ah, Toffler, qué mal hiciste con tu Shock del Futuro!), o eso es lo que se supone, aunque trabaje en Xerox y nada más ser despedido monte una empresa de venta de ordenadores. Indeseable porque lleva muchos años en la misma empresa, y eso le ha hecho merecedor de unos derechos consolidados que son demasiado caros. Indeseable porque, como el gobierno tiene barra libre en estos casos, resulta mucho más barata una prejubilación que un contrato de relevo.

En los últimos 630 días nos hemos acostumbrado a escuchar la palabra ERE, y asociada a ésta la palabra "prejubilación". Hemos oído también algún aviso (vaya usted a saber si del Banco de España o de alguna institución poco informada) que nos prevenía contra el abuso de las prejubilaciones, pero, a fin de cuentas, las mismas fuentes nos decían que estallaría la burbuja inmobiliaria, y ¿qué quiere usted? al final estalló, pero no me salpicó a mi, sino a mis vecinos. Así que, con la conciencia tranquila, hemos mandado a jugar al dominó a cientos de sexagenarios, que recibirán una exigua paga de nuestra empresa complementada por papá estado.

Es una política evidentemente lógica en un momento en que la Administración, que quizá no supo ahorrar en tiempos del superávit, ve menguados sus ingresos y ampliados sus gastos. Una política evidentmente lógica cuando se ha ido ampliando la percepción de quienes no cotizaron, pagando esta percepción con un alargamiento del período mínimo de cotización, aun a sabiendas de que las nuevas generaciones se han incorporado de forma tardía a trabajos con "salarios mínimos por debajo del umbral de pobreza" (Petras dixit), o como becarios sin cotización social.

Una política evidentemente lógica para, después de jubilar a miles de personas a los sesenta, anunciar una subida de la edad de jubilación.

En un libro suyo que reseñé en cierta ocasión, Gilbraith se mofaba de los empresarios que aseguraban que podía trabajarse perfectamente tras los sesenta y cinco años. Se puede, sí, si te has levantado todos los días a las nueve de la mañana (o a las siete para satisfacer tu vicio de ir a la misa matinal) y te traslada un chófer al trabajo. Se puede, si no tienes que realizar ninguna tarea física, y si todas las tareas mentales puedes realizarlas sin sentir la presión fiscalizadora de un superior. Se puede, sí, si sabes que la remuneración que vas a recibir a cambio merece la pena. Pero como dice Gilbraith, muchos de los que alaban el trabajo no han pasado nunca una cinta de montaje, ni, podríamos añadir nosotros, han montado en el metro a hora punta. Se puede seguir trabajando cuando el trabajo tiene un incentivo que no es solamente el económico, del mismo modo que se puede hablar en favor de los fondos de pensiones cuando uno les transfiere 500 euros al mes, en lugar de los cincuenta que puede tratar de ahorrar un trabajador.

Pero mientras hablaban de alargar la edad de jubilación y de fomentar las pensiones privadas, los empresarios, incluso los informados banqueros, seguían prejubilando y ofreciendo planes de jubilación ruinosos. En fin, que tendré que agradecer a Zapatero que me jubile a los 67, en lugar de los 70 que me sospechaba.




(... En realidad, lo ideal, incluso para el empresario, es un mundo de no-trabajo. La vida nos lo muestra día a día: se perdieron los ascensoristas y los telefonistas, se olvidaron el lechero y el portero, se están eliminando incluso nuevos oficios como el de teleoperador. Cualquier día (la justicia poética nos hace desear que pronto), el consejo de administración será sustituido ventajosamente por una computadora. El problema es: ¿cómo dividir la riqueza en un mundo de ociosos? ...)



Para más información:
  • Petras, J.: Padres-Hijos: Dos generaciones de trabajadores españoles (comúnmente conocido como «Informe Petras»)
  • Gilbraith, J. K.: La economía del fraude inocente.

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