miércoles, 10 de junio de 2009

El cuento del miércoles: Derecho a matar (II)

(Lo prometido es deuda: el cuento Derecho a matar tiene una continuación...)



—Hemos de reconocer que el principal recurso de Frestugal es el turismo, especialmente el de playa. Muchos de los extranjeros que nos visitan conocen solamente la costa mediterránea: Marsella, Ibiza, Marbella. Y quienes optan por el Atlántico suelen hacerlo en el soleado Algarve. Pero a mí me gusta recorrer el soleado norte y gozar de un día de lluvia mientras degusto ostras en un restaurante costero, por ejemplo en Arcachon. Mucho mejor, está claro, que una paella.

Dirán ustedes que soy muy raro. Es cierto que no todo el mundo puede trabajar de probador de hoteles para la guía Bridgestolín, pero tampoco hace falta ser el hombre escrupuloso y relamido que todos imaginan. Admito que me siento feliz degustando una Espuma de Chapapote al Vil Metal en Can Polònia, o una Salade d'Huître à la Vapeur de Vin Blanc en Chez Larry; sin embargo, en mi tiempo libre puedo comer perfectamente un pa amb tomàquet en cualquier bar de carretera, o encargar una pizza al telechino.

Cuando visito un hotel, lo primero que hago es examinar la servicialidad del portero, el recepcionista y el botones. ¿Quizá piensan que un botones es algo trasnochado? Créanme: una plataforma levitante quita todo el glamour al mejor de los hoteles. Lo mismo ocurre con el servicio de habitaciones: es absurdo hacer que las persianas se levanten automáticamente a las seis de la mañana, cuando puede aparecer Marta con su uniforme perfectamente planchado y despertarme con el aroma de la bollería recién horneada. Lamentablemente, la gente no sabe gastar su dinero en lo que realmente merece la pena.

Una vez en mi habitación, paso minuciosamente un paño limpio por todos los muebles, y hago lo mismo con un algodón en el baño, donde, además, me aseguro de que haya artículos de aseo y la grifería funcione correctamente. Seguidamente, compruebo la pulcritud de la cama y después la deshago para asegurarme de que las sábanas tengan una blancura inmaculada. Por último, pruebo el colchón.

Fue precisamente durante la evaluación de la Pousada de Calahorra cuando encontré, en el desagüe de la bañera, una pequeña mancha. Además, aunque el WC parecía funcionar perfectamente, había un desagradable olor a corrupción en el ambiente. Aquella dejadez en las funciones del personal me alarmó, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando, al levantar el colchón para el examen rutinario, encontré el cadáver en descomposición de lo que parecía una camarera. Anoté mis observaciones en mi libreta y después les llamé a ustedes, por si resultara que se trataba de un homicido sin declarar. Les he traído una copia de mi libreta, por si la necesitan.

—¿Eso es todo?

—No, por supuesto que no. El director de la Pousada insiste en que pague la habitación. ¿No cree que es indignante?



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1 comentario:

cristal00k dijo...

Pinta psicópata. Me gusta el giro hacia la ironía, que le estás dando.
Pero sigue dando miedo.
Te sigo.