viernes, 28 de marzo de 2008

Ragtime

Mientras decido si leer algo nuevo, releo la novela Ragtime de E. L. Doctorow a la que dediqué en su día una breve reseña. En los dos días que he estado en casa de mis padres (martes y hoy, viernes), he devorado esta novela. Y, pese a la mayor velocidad de lectura, encuentro ahora cosas que probablemente se me pasaran la primera vez que la leí.

Si hay algo que caracteriza la novela (dejando aparte la acción de los personajes, sincopada como una pieza de rag, y la reconstrucción histórica manejando como personajes a celebridades de la época), es la sensación de absoluta soledad que desprende la abigarrada sociedad de la Nueva York de comienzos del siglo XX. Padre, Madre, Hermano Mayor, Hijo, todos esos personajes anónimos (no he hecho comprobaciones históricas, pero parecen los únicos no basados en personas reales, a excepción de Tateh, cuyo nombre significa "Padre", y de su anónima hija) se encuentran absolutamente aislados unos de otros.
Por otro lado, encuentro ahora fuerzas para citar los pasajes de la novela que más me gustan, como éste:

Al muchacho le encantaba todo lo que procediera de la basura. Se tomaba su educación de forma peculiar y llevaba una vida intelectual absolutamente secreta. Tenía el ojo puesto en los diarios árticos del Padre, pero no intentaría leerlos a menos que a éste hubieran dejado de importarle. En su mente, el significado de algo residía en el hecho de que hubiese sido abandonado.

Dos páginas más allá, al hablar del interés del niño por los relatos mitológicos que de su abuelo, pone la guinda el autor: "El niño consideraba a su abuelo un tesoro desechado."

Os dejo con un poco de Rag, y los retratos de algunos personajes

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Fotos de algunos de los personajes citados en la novela:
Evelyn Nesbit"
Harry K. Thaw
Emma Goldman
Houdini
J. P. Morgan

martes, 25 de marzo de 2008

tostada de crema de cebolla

Lo vi en un programa de cocina de los que reponen en la emisión satelital de telemadrid a las horas que toca película en la emisión terrestre, y me pareció bastante sencillo. Lo que no avisaban es que el rendimiento de la crema es bastante exiguo (con 3/4 de cebolla sólo pude untar un bocadillo pequeño, de unos 10 cm).

Ingredientes: 3/4 de una cebolla mediana, 6 cucharaditas de azúcar, 1 cucharada margarina (sería mejor mantequilla, pero no tenía a mano).

1) Cortar la cebolla muy finita.
2) Derretir la margarina en una sartén.
3) Rehogar la cebolla.
4) Batir la cebolla con el azúcar.
5) Untar la tostada.

Por cierto: ¿tostada, tosta, o tostá? Lo clásico en Madrid era la media tostada, pero los cocineros parecen amigos del vocabulario exótico...

domingo, 23 de marzo de 2008

Ursula K. LeGuin: Historias de Terramar


LE GUIN, Ursula K.: Historias de Terramar. Edición completa, Minotauro, 2006

ISBN: 9788445076217 (no aparece en Agencia Española del ISBN)
Descripción física: 1 volumen; 1117 p.;24 cm
Género: Espada y Brujería; Fantasía épica
Precio: 28€ en la Casa del Libro.

Llama la atención que, frente al éxito de otros clásicos de espada y brujería a veces menos conocidos, como Crónicas de Narnia o La Brújula Dorada, haya pasado casi desapercibida la reedición en un solo volumen del clásico de Ursula K. Le Guin, Historias de Terramar, a pesar del estreno de la adaptación cinematográfica de Goro Miyazaki y de la emisión televisiva de una miniserie sobre la saga, todo alrededor de las navidades pasadas.

El volumen ahora editado por Minotauro (la fecha de crédito es de 2006; no lo he visto en librerías hasta finales de 2007 y su ISBN no figura en la base de datos de la Agencia Española, aunque sí en el depósito legal) comprende las novelas mayores de la saga: Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan, La costa más lejana, Tehanu y En el otro viento, dejando de lado los libros de relatos breves. Esto permite apreciar fácilmente la evolución de este mundo a lo largo de los treinta años de redacción, así como una cierta simetría en la construcción de los relatos (a pesar del hecho de que el plan inicial de la obra constaba sólo de los tres volúmenes dedicados a la Gesta de Ged).
Nunca he creído en la existencia de una literatura femenina (como tampoco en una literatura de cojos o de mancos, aunque cojos y mancos escritores haya habido famosísimos). Sin embargo, leyendo los libros de Terramar se aprecian similitudes conotros libros de EyB escritos por mujeres (de hecho, varias partes me han traído recuerdos de Olvidado Rey Gudú, de A. M. Matute). No sólo es que los libros impares tengan por protagonista a una mujer —una mujer que ejerce de tal, sin intentar arrogarse un rol masculino—, sino que el relato abandona en muchas ocasiones lo épico para centrarse en la psicología de los personajes y en una especie de perspectiva intrahistórica.

La primera novela del volumen, Un mago de Terramar, nos presenta a Gavilán (Ged), personaje recurrente en novelas posteriores, y define el funcionamiento del mundo en que sucede la acción: Terramar (Earthsea), un archipiélago rodeado de mar abierto, más allá de cuyos confines las leyes del mundo cambian. En las islas de Terramar, y especialmente en Roke, existe la magia, pero sólo pueden utilizarla aquellos que han nacido con un don y, además, conocen los nombres verdaderos de las cosas. Pues hay un antiguo lenguaje, ya sólo dominado por los dragones, en el que hablar es hacer. Sin embargo, el poder de los magos se ve limitado por la necesidad de conservar el equilibrio, pues en caso contrario pueden suceder grandes desastres (como veremos en las novelas tercera y quinta). Un último e importante elemento que se nos presenta en esta primera novela son los poderes terrestres, piedras (o quizá lugares) capaces de dominar a las personas y absorber su don mágico.

Las Tumbas de Atuan nos presenta una aventura de Gavilan previamente mencionada en Un mago de Terramar: el robo del Anillo de Errek-Akbé, que forma parte del tesoro de Atuan. Por eso, sorprende al lector que la mayor parte del libro se dedique a describir la preparación de Arha, la Devorada, como Suprema Sacerdotisa de Atuan, un lugar cuya aridez contrasta bruscamente con el carácter marítimo de Terramar. Solo cuando nos hayamos contagiado de la atmósfera opresiva de normas y tabúes que rodea a la protagonista aparecerá la acción, e incluso entonces el libro seguirá siendo muy distinto del primero de la saga.

El tercer libro de la trilogía inicial, La costa más lejana, es de nuevo una aventura marcada por el movimiento y la acción, en oposición al estatismo del libro de Arha. Un desequilibrio en la Magia ha anulado los poderes de casi todos los magos; Gavilán, ahora convertido en Archimago, deberá buscar sus causas indagando en los confines del archipiélago, hasta llegar a la costa más lejana, Selinor, hogar de dragones, y más allá, al tenebroso mundo de los muertos que se nos presentó por primera vez en Un mago de Terramar. De ahí regresará Ged privado de sus poderes, al contrario que su joven acompañante. Ello permite cerrar la Gesta de Ged, el imaginario ciclo que narraría la recuperación del esplendor pasado de Terramar gracias a Gavilán.

Tehanu es, como en parte Las Tumbas de Atuan, una novela doméstica, sin apenas acción, que nos presenta a una Tenar abuela, acompañada de una jovencita, su hija adoptiva, cuya vida ha sido marcada por el maltrato. Junto a Tenar acude un Gavilán anciano y privado de poderes que nos abre un tema que reaparecerá en la siguiente novela (aunque ya estaba presente en la anterior): la sensación de inutilidad del hombre que ha perdido su profesión.

La novela En el otro viento cierra el ciclo explicando la causa del funcionamiento de la magia en Terramar: el equilibrio no es tal equilibrio, es una especie de pacto que permite a los hombres del archipiélago tener unos poderes que, en otras tierras, son de dominio exclusivo de las deidades. Toda esta liquidación del sistema mágico produce cierto malestar en el lector, al que se priva de la magia y de la esperanza. También hay una ruptura con una convención de los libros anteriores: una trama está protagonizada por un mago, pero es un mago de aldea, más cercano a Tenar o al viejo e inutil Archimago que a los magos de Roke, y además está atormentado por una maldición; en otra trama paralela, el Rey, Tenar y Tehanu tratan de contener la amenaza de los dragones, que parecen haber abandonado los confines de Terramar. Y por tanto, ya no hay la alternancia de protagonista masculino / protagonista femenino de los libros 1 y 2 (ni siquiera la alternancia nuevo personaje masculino-nuevo personaje femenino que se da en los libros 3 y 4, pues junto con el mago de aldea se nos presenta a un personaje femenino importante, Omr Iriam). A pesar de todo esto, es un buen cierre a una saga en la que he visto grandes logros: entre otros, la mejor explicación etológica del comportamiento de los dragones.

¿A qué edad recomendar este libro? Por un lado, el lenguaje es sencillo pero no simple: como es habitual en el género, aparece un vocabulario rural, botánico y zoológico que pueden desconocer los lectores, pero que no les debería ser difícil de asimilar. Por otro, el tono moral de la obra infunde toda una serie de valores (el esfuerzo, la responsabilidad, la alegría por el trabajo bien hecho) a la vez que hace reflexionar sobre realidades del mundo, como en una parábola sin moraleja evidente. A diferencia de El Señor de los Anillos o Taron y el Caldero Mágico, el sexo no se escaquea de la narración (al menos en la cuarta novela); pero, frente al sensualismo banal de las sagas de Conan o Eric de Melniboné, es tratado con naturalidad, y con el mismo cuidado se maneja la violencia. Finalmente, el elemento de volumen: 1100 páginas distribuidas entre 5 novelas son algo asequible para un joven, al menos si se lee cada novela por separado. Por ello, puede ser un interesante libro para jóvenes lectores hartos de Harry Potter, si bien el libro 2º no creo que guste a los más pequeños de la casa. Aunque, quién sabe, siempre se puede probar...

miércoles, 12 de marzo de 2008

Fiebre antes de vacaciones

No sé por qué, pero siempre me pasa lo mismo. Me pongo enfermo en días en que no es conveniente faltar al trabajo. Por ejemplo, en época de exámenes. O, por ejemplo, el día antes de vacaciones, en el que todo el mundo examina con cien ojos los papeles del médico.

Esta mañana me desperté con la cabeza como un bombo. Inicialmente, lo achaqué a que sólo había dormido siete horas (seis, si tenemos en cuenta que llevaba una hora en duermevela cuando me levanté). Sí, había síntomas, como un aliento un poco más cálido de lo habitual, pero esos síntomas también siguen a las parrandas nocturnas y a la falta de sueño. Los pulmones me molestaban, pero llevan molestándome una semana. Además, hoy no podía faltar: tenía que hacer el examen a un grupo y a los alumnos que habían faltado el día del examen en otros. Así que me tomé una aspirina y un poco de vitamina C y salí a trabajar, fiando mi destino a la hora de atención a padres, en la que podría sacar un hueco para trasfundirme un café solo.

Mejor que no hubiera ido, porque para lo que hicieron en el examen, más valía haberlo arrojado a la trituradora de papeles (dos semanas diciendo "esto cae en el examen" y nadie copiándolo es lo que tienen). Había quedado para comer con un amiguete, y esperaba sacar fuerzas después para irme a casa de mis padres, visitar a mi médico de toda la vida (en mi casa no tengo el catálogo de la sociedad médica, y no se me ha ocurrido que podía consultarlo por internet) y dormir una buena siesta. Pero no he podido ir más allá de mi propia casa.

Al principio pensé que había sido el chupito de moscatel, o los tres tanques de cerveza que bebimos haciendo tiempo en el atiborrado local, o la indiscutible sensación de saciedad producida por un entrecot como dios manda. Intenté quedarme en la cama escribiendo en el portátil, pero no conseguí siquiera subir a flickr unas fotos que llevaba, desde hace días, en mi móvil. Dejé el ordenador sobre las cajoneras del ropero y eché una cabezadita. Eran las seis. Me desperté a las siete: miré la hora e, incapaz de moverme (estaba suspirando por el termómetro, guardado en el armarito del baño) me volví a dormir. Finalmente, conseguí levantarme casi a las ocho. Me puse el termómetro: 37.8°C. Busqué un libro y llené la bañera con agua muy caliente. Finalmente, decidí que era incapaz de leer mientras me bañaba. Me di unas friegas con alcohol para que el calor limpiara la mucosidad de mis pulmones y después me duché, terminando con agua fría para bajar la fiebre.
Después, me vestí y bajé a comprar paracetamol, previa consulta sobre la conveniencia de tomarlo 12 horas después de haber consumido ácido acetil salicílico.

Lo peor de la fiebre no son los delirios, la inapetencia, la sensación de vaciedad e incapacidad para hacer nada. Lo peor, para mí, es que te vuelve imbécil (incluso más de lo que ya eres). Así, esta mañana me descubrí decidiendo si era conveniente echar el cargador del móvil en mi abrigo (por si iba esta tarde a casa de mis padres, de donde partiré de vacaciones pasado mañana, si sigo vivo), pero estuve a punto de salir de casa sin llaves. Y esta tarde me he dado cuenta, mientras bajaba las escaleras hacia la farmacia, de que llevaba la camisa desabrochada debajo del jersey. Por no mencionar otras gilipolleces más habituales, como mi decisión de no poner un parte al imbécil de M, que ha estado tocándome las pelotas un buen rato, o la de hacer finalmente una repesca a 1ºA, grupo al que amenacé con no hacer repesca si se portaban mal lunes o martes (cosa que hicieron, ambos días).

Aun así, me enfrento al terrible dilema: trabajar mañana (día en que, además, entro tres cuartos de hora antes que el resto de la gente) o quedarme en casa y tener que someterme al espectáculo desagradable y torturante de la visita al médico.

Probablemente, iré mañana a trabajar. Ya os dije que la fiebre me vuelve gilipollas.

martes, 11 de marzo de 2008

Cuatro años

Cuatro años después, ya van casi 1000 artículos en esta bitácora. Las actualizaciones se han hecho menos frecuentes, es cierto, y también lo es que mis hábitos de navegación han hecho que menos gente me visite. Pero me alegro de haber conseguido sacar adelante, durante tanto tiempo, al menos uno de mis proyectos.

lunes, 10 de marzo de 2008

Más cotilleos sobre mis referrer

Los podéis ver si pincháis sobre el contador (ese contador que ha poco que llegó a 70.000 visitas). Son los referrer, las páginas de las que proceden mis visitantes. A menudo contienen interesantes palabras de búsqueda (si montáis un blog y le ponéis un contador, os aconsejo que examinéis dichas palabras). Y, casi siempre, la conducta del visitante.

¿Por qué alguien entró desde la Xunta de Galicia buscando información sobre un libro, buscó la página de comentarios y luego salió sin escribir nada? ¿Por qué hace años que aparecen visitas que buscan "ventajas de la escritura" (y yo creo que son anteriores a la fecha del artículo así titulado)? ¿Por qué hay visitantes interesados en simutrans, pero se quedan en los artículos más antiguos, sin pulsar la etiqueta que los llevaría a otros más modernos? ¿Por qué sigue viniendo gente buscando valoraciones críticas de Tristana, y luego hacen click y se van al Rincón del Vago, página que debería tener un mayor pagerank? ¿Por qué vienen personas buscando la imagen de Dare, la honda ametralladora, sin ir directamente al artículo de Defense Review al que la imagen enlaza? (y lo que es mayor misterio, dado que el contador mutila los URL demasiado largos: ¿qué palabras de búsqueda emplean en Google Imágenes para encontrar dicha imagen?).

A veces, he tratado de usar estas palabras de búsqueda para hacer artículos que, de verdad, solucionaran las dudas de quienes me buscan en google. Pero es inútil, porque sigue apareciendo el artículo viejo, y aunque yo le añada un link con la respuesta, la gente lee el principio y se va. Es cierto que podría hacer un pequeño programa que capturase las palabras de búsqueda más habituales y guiase a otras páginas, pero no me parece muy elegante. Así que las búsquedas, queridos lectores, seguirán llevándoos a espacios vacíos.

En resumen: ¿para qué sirven los referrer sino para estos estúpidos artículos?

Varia electoral

Vayan por delante mis felicitaciones a los votantes del PSOE, y mis condolencias a los simpatizantes de IU, entre quienes llegué a contarme. Por lo demás, he aquí unas cuantas reflexiones sobre la jornada de ayer.

1) España es ansí.


Día de votación en un colegio electoral del madrileño distrito de Carabanchel. El colegio, de bote en bote. Pocas cabinas, aunque más que en el instituto donde trabajo. Lo de la cabina me parece importante, porque tan necesario es ofrecer garantías de secreto al votante, como evitar que la contemplación de quienes votan fuera de la cabina influencie al resto de votantes.
Salgo de la cabina con mis dos sobres y me encuentro a una pareja de nuevos españoles (lo denotan sus dudas y su acento) que me interpelan. Podrían haber pedido información al interventor del PP o al guardia, pero me preguntan a mí, lo que hace subir mi autoestima hasta puntos a donde no llegaba desde hace meses:
—Disculpe, ¿hace falta marcar a uno de los candidatos?
Les respondo que en la hoja grande (al fin y al cabo, puede que sean daltónicos como yo) hay que marcar tres cruces, pero que en la pequeña hay que meterla sin hacer marcas. Eso, además, es importante, pues en caso contrario se anularía su voto. Insertando la hoja pequeña, se entiende que votan a todos los candidatos que aparecen en ella.
Momentos después, en la cola, un grupo de personas entre 35 y 45 años se quejan de la hoja del senado. No sólo por su tamaño, pues añaden: "Eso de poner crucecitas es prehistórico".

Primera conclusión de la jornada electoral: los españoles están menos preparados para la democracia que los (latino)americanos. Nos merecemos el sistema de elección indirecta y la ley D'Hont.

2) Bipartidismos.



Durante toda la campaña (y aún diría yo más: durante toda la legislatura) hemos estado soportando el Conmigo o contra mí de ambos partidos. La cosa empezó, sobre todo, en la derecha, pues a comienzo de legislatura IU se ofreció a apoyar al PSOE (lo cual, estoy seguro, acabó restándole votos). El posterior distanciamento entre los dos partidos de izquierda terminó por rematar la jugada.
Comentarios habituales entre los votantes de izquierda: "Muchos votantes de izquierda se abstienen"; "la izquierda está dividida"; "hay que evitar a toda costa que gane la derecha."
Comentarios habituales entre los votantes de derecha: "No me gusta lo que hace Gallardón en Madrid, pero seguiré votando al PP"; "no me gusta Esperanza, pero votaré al PP"; "Rajoy no tiene carisma pero votaré al PP"; "hay que evitar a toda costa que gane Zapatero".

Si a este clima añadimos el tratamiento de los debates televisivos y de los espacios electorales gratuitos en televisión (su ubicación en campañas anteriores obligaba a ver los de todos los partidos), una ley electoral diseñada para potenciar a los partidos mayoritarios de cada circunscripción y la profecía autocumplida (self-fulfiling prophecy) que se deriva de dicha ley, es lógico que se derrumben los partidos minoritarios, a excepción de aquellos que, por ser nacionalistas, saben que pueden obtener un primer o segundo lugar en su circunscripción.

Lo que me impulsa, de nuevo, a expresar mi gratitud a los votantes del partido de Rosa Díez. Quien votó a UPyD, probablemente, temiendo que su voto no iría a ninguna parte. Y, sin embargo, se atrevió a ejercer un voto que, por los inextricables caminos del señor D'Hont, podía haber acabado favoreciendo a PSOE o PP. Y, sin embargo, votó con esperanza. Con esperanza y alegría, por adueñarme de términos tomados de la campaña de PP. Una pena que otros partidos pequeños, interesados en el mismo cambio de la campaña electoral, no se hayan asociado con ellos.

Porque, al igual que en los proyectos de sourceforge, o en mil situaciones de la vida, iniciar un proyecto en solitario suele ser lento, trabajoso e incluso inútil cuando existe la capacidad de unirse a otro proyecto. Rosa Díez ha ganado un escaño, pero Ciudadanos sigue sin cuajar, e Izquierda Unida se ha hundido en la miseria. No digo que pidieran lo mismo (en caso contrario, hubieran permanecido juntos), pero sí planteo, como idea para futuras elecciones, una gran coalición de pequeños partidos en contra de la ley D'Hont. ¡Dios mío, si incluso ha habido dos partidos distintos que pedían el voto en blanco!

En todo caso, no creo que la idea cuaje. Y no sólo por la evidente distancia ideológica entre Alianza Nacional y los partidos comunistas minoritarios, sino porque, como ya dije en el primer punto, a los españoles no les interesa cambiar su sistema electoral, sino, en todo caso, derivar hacia el presidencialismo.

martes, 4 de marzo de 2008

Si tu ojo te hace pecar...

Me llama la atención que las personas con las que me relaciono últimamente, gente de izquierdas y aparentemente coherentes con sus ideas, caigan, a la hora de juzgar al rival, en uno de los vicios que yo suelo asociar a la derechona.

Quizá sea por el "desclasamiento" de quien, como yo, siempre ha ido ocultando que era un chaval de Jerónimos (hasta que, una vez, después de quedar mal por educado en el Lidl de Lavapiés, decidí dejar de decir eso de "vivo por Atocha"). Quizá por mi odio hacia todo lo pijo. Quizá porque mi padre, casado con una mujer de posibles, nunca dejó de frecuentar a los herreros, los chamarileros, los traperos y todo un grupo de gente que se movía entre el proletariado y el lumpen. Quizá porque he recibido una educación cristiana, en una época en que eso no significa lo que el PP quiere significar por Cristiano (y tampoco lo que muchos socialistas, a excepción quizás de Bono y algún cura rojo, quieren significar con la misma palabra).

El caso es que siempre me ha parecido que la gente de izquierdas no debería valorar a los demás por el aspecto físico. A fin de cuentas, uno de sus iconos es aquel Machado del torpe aliño indumentario a quien yo me parezco sólo en eso, en el descuido indumentario. Y ahora van mis compañeros y critican el color de la corbata de Rajoy, el frenillo de Rajoy (lo que me molesta especialmente a mi, que soy una persona con más frenillo que Jiménez Losantos), el traje demasiado ancho de Rajoy.

Y es que, como les digo yo a mis alumnos, si se tratara sólo de eso, se contrataba a Miss Universo para el cargo y todo resuelto. Pero no: no se trata de tener buena imagen. Un político tiene que ser un buen gestor. Y es cierto que se está volviendo al clientelismo medieval, en que las relaciones interpersonales lo son todo (¡si incluso los periódicos de negocios poner por las nubes a Facebook!) y suben los valores latinos (o por lo menos, carpetovetónicos) como la pillería, las amistades, el machismo, la fuerza) olvidando la inteligencia, los buenos modos, lo que nos distingue de los salvajes.

De ahí al aspectismo, a apedrear a los obesos, a los altos, a los bajos, a los rubios, a los chavales de ojos claros (si a mí me parecen repulsivos, ¿por qué no odiarlos, ya que todos odian al diferente?), a los que visten distinto, a aquellos que dicen no a la moda, a los que usan gafas, a los cojos, a los mancos, a aquellos que los nazis quisieron exterminar, no hay gran distancia.

Y, lamentablemente, la única solución que se me aparece para este problema es la bíblica: si tu ojo te hace pecar, arráncatelo.