lunes, 3 de septiembre de 2007

Viaje en automóvil

Os juro que dijo a las siete y media. Yo, desesperado porque las siete ya me parecía muy tarde, no creo que fuera a inventarme aquella hora. Pero el caso es que, cuando estaba agotando mis recursos para perder el tiempo, vinieron a avisarme de que me estaban esperando desde las siete menos cuarto. ¡Imagináos, con lo que me molesta molestar a la gente! Llegué tan agobiado que me embutí de cualquier manera en el vehículo, dispuesto a ir completamente apretado; y no porque el conductor no insistiera en dejarme más espacio. Al final, cedí, lo que redundó en mi comodidad.
Al cabo de un rato, descubrí al perrito. No sabría decir la raza; tenía el pelo canelo, los ojos de un verde maravilloso y el tamaño menudo y alargado de los animales criados para invadir madrigueras. Y en una madriguera estaba, a los pies del asiento, hasta que sacó la cabeza para saludar. El problema es que al final consiguió llegar hasta mi asiento y, aunque tras hacerle mimos un rato lo deposité de nuevo en su sitio, durante el viaje se volvió a zafar, para irritación del dueño —imagínate, si lo ve la Guardia Civil.
Pero lo mejor del viaje no fue el animalillo, sino la conversación que —gracias a la precaria recepción radiofónica en los Cameros— sostuvieron piloto y copiloto. Rafael habando de las aventuras de su bisabuelo el polizón y Marcelino respondiendo con diversos casos de fortunas creadas por hombres desde la pobreza y adversidades acaecidas a diversos ricos de pueblo, en diversos tiempos y lugares. De una conversación anterior, había deducido erróneamente que el padre de uno de mis lectores estimaba grandemente los títulos y otras supercherías; por eso me resultó curioso el desdén con que trataba a quienes se enorgullecían de pertenecer al Solar de Tejada, a Valdeosera o al Capítulo de Valvanera. La incógnita fue aclarada por un comentario posterior, que me sugirió que quizá quien esto decía no había fatigado bibliotecas y archivos por decisión propia, sino siguiendo un impulso externo. "Imagínate, que fulano me habla del linaje de su familia, y resulta que está emparentada con la mía". Pues sí, como sugería otra de las anécdotas, traída a colación esta vez por Rafa, hay mucho gilipollas en el mundo.

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