viernes, 27 de mayo de 2005

Creen sus propias mentiras.

Es habitual que la gente crea sus propias mentiras. Os contaré un caso que me ha ocurrido hoy.

8 de la mañana. Llego a la clase de 3º B, mi tutoría.

Una alumna, llamémosla A, me pide repetir el examen. En realidad A tiene más cara que espalda, puesto que el día que dije que le repetiría el examen fue el miércoles pasado, pero, quien sabe si porque entrase en el aula con retraso, o porque estuviera hablando, no se enteró de que dije con voz alta, clara y fuerte:
— ¡Los que no vinisteis el día del examen, poneos en la primera fila!

Le busco, pues, un examen a la alumna A en mi (todo hay que decirlo) desordenado maletín. Como ella insiste en que tiene prisa (esa prisa que no demostró el miércoles), le doy uno de la versión 1.0 que hicieron el viernes pasado, en lugar de la versión 1.1 que hizo un alumno el miércoles.

A la vez, los alumnos (que están revolucionados desde el miércoles, porque les digo que no les voy a enseñar el examen en clase) me piden que les enseñe el examen. "B lo ha visto" (claro: el miércoles después de clase). "A C se lo has enseñado" (claro: el jueves después de clase, en el recreo). Al final, claudico y se lo enseño, pese a que intuyo que voy a presenciar de nuevo el comienzo de la tercera película de Indiana Jones.

La alumna C, a la que vi cambiarse dos notas con un boli rojo, se queja de que el examen ya no tiene el 8,11 que sumaba antes.
—Claro —le digo—. Volví a quitarte los 0,20 puntos que te habías añadido en dos preguntas.
—¡Falso! ¡No añadí nada!
— Tenías un boli rojo en la mano, y te vi escribir con él.
— ¡Mentira! Tenía el boli, pero no escribí nada.

La alumna quizá no sepa que tengo, en un papelito, cuantos puntos asigno a cada respuesta, y que las respuestas que ha manipulado son de las más fáciles de codificar: 1 - 0,20 (porque le falta la parte x) - 0,20 (porque le falta la parte y) = 0,60. Un 0,80 burdamente corregido (sin el "vale" que añado a mis correcciones) no cuela.

Pero volvamos a la alumna A. Después de unos 10 minutos, me devuelven todos los exámenes. Los guardo en mi maletín y reanudo (por decirlo de alguna manera) la clase. La alumna A hace su examen. La alumna C insiste en que "no se entera de nada porque todo el mundo habla" (ella, la primera). La alumna D se sienta después de que yo amenace con expulsar a todos los que no están sentados en su sitio. La alumna E se queja de que le quite un papel milimetrado (estamos en clase de lengua, y no estamos hablando de la estadística de apariciones de una palabra, ni de la apertura de las vocales): el alumno F, dice ella, también tiene un papel milimetrado. "Obviamente", le digo, "también se lo quitaré a él". Pero los alumnos F y G esconden inmediatamente los papeles. El alumno H, por otro lado, no para de levantarse. Se llega a mi y me pregunta nosequé de la discoteca light de Getafe. Le mando a jefatura, acompañado (siempre dice que la jefe de estudios no está) y me encuentro que, por esta vez, dice la verdad.

Más o menos en ese momento consigo que la gente, por fin, lea, o haga como que lee, un texto de Gracián. Claro que haber preguntado a G, a I (que se sienta delante de G) y a J (delante del anterior) y haberles puesto un cero a cada uno por no haber leído la lectura puede ayudar. Giro la vista y veo que en mi mesa queda un examen. Extraño: yo diría que los guardé todos.

Como diez minutos después, la alumna que estaba haciendo el examen (A, ¿recordáis?) me lo entrega. Rápido, la verdad. Los alumnos que hicieron el mismo examen el viernes se quejaron de su longitud. Me pide que se lo corrija allí mismo, y ese será su fin.

Las preguntas están bien. Bastante bien, la verdad, para tratarse de alguien que empezó a callarse a principios de esta evaluación, pero que lleva 15 días sin abrir el libro. Pero no soy desconfiado; simplemente, pienso que ha aprovechado esa semana extra que se ha tomado.

Entonces llego a la pregunta 9, la última que ha respondido en la hoja aparte (es decir, fuera de la fotocopia). En la respuesta a "¿A qué corriente crees que pertenece [el texto], al culteranismo o al conceptismo? ¿Por qué?", leo lo siguiente:

El culturano [sic] no es "culto", simplemente juega con las palabras: le gustan [sic] usar un vocabulario complejo y desordenan [sic] las frases. Los conceptistas, por otro lado, juegan con el significado de las palabras, haciendo que tengan dos o tres significados a la vez.


Curioso, eso me suena. Y no es una respuesta: me parece que es un comentario que escribí yo en algún examen (sí, soy de esos que escriben comentarios en los exámenes, pensando que los alumnos los leerán y aprenderán de ellos). Cojo el examen que está encima de mi mesa, que resulta ser el de la alumna que está sentada (calladita, todo hay que decirlo) junto a B:

El culterano no es "culto", simplemente juega con las palabras: le gusta usar un vocabulario complejo y desordena las frases. Los conceptistas, por otro lado, juegan con el significado de las palabras, haciendo que tengan dos o tres significados a la vez

Le digo a B que ha copiado el comentario que yo escribí en el examen de su compañera. Protesta. Dice que ella lo estudió. Le digo que no pudo estudiarlo, porque es un comentario que he hecho yo en el examen de una compañera (que sospecho que confunde "culterano" con "culto") y no está en el libro, ni en los apuntes. Sigue protestando. Leo ante toda la clase los dos exámenes, de esta guisa:

Examen de A: El culturano [sic] no es "culto".
Mi comentario en examen de K: El culterano no es "culto".
Examen A: Simplemente juega con las palabras.
Mi comentario en examen de K: Simplemente juega con las palabras.
Examen A: Le gustan usar un vocabulario complejo y desordenan las frases.
Mi comentario en examen de K: Le gusta usar un vocabulario complejo y desordena las frases.

Etcétera. Pero A sigue en sus trece: "Quieres timarme."

Suena el timbre. Salgo de la clase. Encuentro que la siguente hora me ha quedado libre, gracias a una excursión. Aprovecho para corregir unos examencillos, aunque también busco el cuaderno de tutoría para llamar a los padres de A, no sea que ésta los convenza (en cualquier caso, estoy dispuesto a mostrar los exámenes).

Lamentablemente, sólo tenemos una línea, así que es lógico que el teléfono comunique. Me pongo a corregir.

Al comienzo de la tercera clase, A se asoma al aula donde estoy y dice, de nuevo:
"Quieres timarme."

No, no la quiero timar, es ella quien quiere timarme a mí, o a sí misma en caso de que a estas alturas ya crea, como es probable, la mentira que ella misma ha inventado.

En el recreo, a la vuelta de la tercera clase, no tengo tiempo para llamar (y además es el peor momento: todos los conserjes están ocupados en controlar la marea de alumnos). Así que llamo a cuarta hora, que estoy libre. Un contestador. Conociendo como conozco a mis alumnos, es inútil dejar el recado, salvo para asustarles: ellos llegarán a casa antes que los padres y lo borrarán.

La alumna dice que la timo, y es ella la que ha copiado. Qué desfachatez.

Hoy me he enterado de que a un alumno de la clase de enfrente le han puesto un apercibimiento y suspenderá la evaluación. La jefe de estudios le pilló copiando. Si hiciera yo lo mismo, me apedrearían.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo tuyo no es paciencia, es cosa de santo. Tienes toda mi admiración yo creo que habría claudicado. Lo peor es, por algunas historias que me cuenta mi compañera que es profesora, torear a algunos padres. A ella una madre quería pegarle por suspender a su hijo le daba igual que no hubiera estudiado o que fuera un gandúl pero tenía que aprobarlo porque ella lo decía...es para volverse loco.

José Moya dijo...

Lo primero de todo, saludos a quienes, después de tanto tiempo, me vuelven a leer (quizá porque yo, después de tanto tiempo, vuelvo a escribir).
A continuación una aclaración: para ser profesor tengo DEMASIADA paciencia. Y para ser cualquier otra cosa también, por lo que veo: ayer mismo un compañero filólogo (que ha conseguido un trabajo parecido al de El del Quinto, de portero en un edificio donde hay consultorios y oficinas) me dijo que cuando alguien le pregunta algo obvio, como "¿Es aquí lo de las vacunas?", se suele cabrear.

Lo que me dejó un poco mosqueado, puesto que yo suelo hacer esa pregunta a modo de cortesía, para que el portero no me diga: "¡oye, cabrón!, ¿dónde te crees que vas?"

Anónimo dijo...

He sido, soy, y seré durante un buen tiempo alumno; pero te entiendo perfectamente.
La paciencia es escasa hoy en día, y el reconocimiento de tu profesión también.
Ánimos para seguir ejerciéndola, la necesitamos más que nunca.